Como Capriles en su campaña pero con menos habilidad, Maduro imita deliberadamente el estilo de Hugo Chávez, igual que hacía más de un gobernador de oposición, lo que no los salvó de la derrota el pasado diciembre. Nicolás dice “finish” al terminar su exposición en el Congreso, chistes forzados, dialoga con el público, canta, insulta sin la audacia de su maestro ni con una autoridad ganada después de 14 años y mil batallas.
Chávez le cambiaba el nombre a Venezuela, destituía por televisión a los ministros, no se movía la hoja de un árbol en el chavismo sin su anuencia, reemplazaba a siete candidatos a gobernador y ninguno protestaba; eso sí, lo hacía el 8 de octubre, cuando ya no podían no buscarle votos para la reelección presidencial; insultaba a cardenales, jefes de Estado, intelectuales, le llamaba Lucifer al propio Bush hablando en las Naciones Unidas.
¿Se hubiera atrevido Bernal a pedirle a Chávez primarias para escoger los candidatos a las elecciones municipales? Ni siquiera lo hubiera pensado. Maduro no insiste en el tema de las comunas porque los gobernadores chavistas no cederán con facilidad recursos y poder a las juntas comunales. Maduro no manda como Chávez por todo el cañón. Le sale inventar su propia forma de imponerse; no es Chávez, obvio, lo que no le impide que sea un formidable candidato en las próximas elecciones presidenciales gracias a la aureola patética de la enfermedad del actual Presidente. Tampoco lo conocen hasta en el último rincón de Venezuela. Lo ayuda decisivamente que hereda un ventajismo atroz, 20 gobernaciones, la aureola emocional de la enfermedad presidencial y contar con unos jueces listos para cometer cualquier arbitrariedad en caso de que convocara elecciones sin darle tiempo a la oposición para organizarse. Algunos lo menosprecian llamándole simple conductor de autobuses, en realidad lo elogian por lo lejos que ha llegado y cometen la misma estupidez de los que creyeron estúpido a Chávez porque no hablaba como un Gonzalo Barrios, y creían que a empujones lo sacarían de Miraflores.
El PSUV es un partido real, con hombres con experiencia que no quieren entregar el poder y cuenta con la asesoría de un gran operador político, con 60 años de experiencia, Fidel Castro.
¿Aceptará Capriles la candidatura presidencial en condiciones tan desventajosas como las actuales, compitiendo contra un Chávez al que llevarán al Panteón Nacional, o que hará campaña a favor de Maduro desde la Habana? Hay quien dice que una nueva derrota acabaría su carrera política, otros afirman lo contrario, que se convertiría en otro Rafael Caldera que llegó a presidente después de sopotocientas postulaciones.
Bush padre parecía invencible después de haber expulsado a los iraquíes de Kuwait, el gobernador Cuomo rechazó la postulación demócrata, y Clinton, no tan conocido como otros aspirantes, llegó a la Presidencia.
Como siempre todo depende de escoger el momento apropiado, del desenlace de la telenovela de la política venezolana, donde no hay que descartar que un Chávez sobreviviente por más o menos tiempo quede como el gran jefe en las sombras.
En Venezuela nadie sabe dónde está parado, excepto, claro, el ilustre paciente que en sus ratos de lucidez prepara su jugada política, o su despedida grandiosa.
Pura incertidumbre, pues.