Cuatro de los seis implicados en la violación que conmocionó a la India vivían en un barrio de chabolas en el sur de Nueva Delhi, cuyos habitantes -estigmatizados por el crimen- buscan sobreponerse al atentado fallido registrado en la casa de dos de los acusados.
Moncho Torres/EFE
“Tenemos mucho miedo. Llamamos a la policía y encontraron dos bombas. No sabemos quién fue”, asegura a Efe Asha, cuya vivienda se encuentra al lado de la diminuta chabola de ladrillo y hojalata de Ram y Mukesh Singh, objetivos del ataque y primos de su marido.
Ram Singh es el supuesto cabecilla del grupo que el pasado 16 de diciembre violó y torturó durante 40 minutos en un autobús en la capital a una estudiante de fisioterapia de 23 años que murió días después a causa de las graves heridas.
El caso produjo una ola de indignación en toda el país, donde se registraron manifestaciones diarias reclamando una mayor seguridad para las mujeres y la pena de muerte para los acusados, quienes desde este lunes son procesados en un tribunal de vía rápida.
“Que los condenen a muerte, lo digo de corazón. Hacer eso a alguien es inaceptable. Queremos que los castiguen de la peor manera posible, (…) que los quemen vivos”, sentencia Asha junto a su chabola en el barrio de Ravidas, en el sur de la capital india.
El laberíntico y colorido barrio rezuma vida, con el paso incansable por sus calles estrechas y limpias, a primera hora de la tarde, de niños y adolescentes con uniforme escolar que regresan del colegio.
“Disfrutábamos de una vida normal, no teníamos miedo a nada, pero (desde la violación) todo ha cambiado. El crimen lo hicieron ellos, pero quien lo sufre ahora es todo el barrio. Estamos muy preocupados”, afirma otra vecina que prefiere mantener el anonimato.
Esta mujer, que oculta su rostro con un pañuelo para no ser reconocida, asegura que el día de fin de año llegó a hablar con el chico que intentó colocar los explosivos y que éste le dijo que lo que portaba eran “cohetes artificiales” para el festejo.
“No dormimos, en cuanto se hace de noche comenzamos a preocuparnos, ¿qué será de nosotros?”, se pregunta la mujer, madre de varios niños en edad escolar, los cuales padecen ahora las preguntas incisivas de sus compañeros relacionadas con la violación.
Sin embargo, los lugareños repiten insistentemente que no tenían conocimiento de lo que sucedió durante aquel domingo fatídico en el que los seis amigos salieron “a divertirse” en el autobús de cristales tintados en el que Ram Singh trabajaba como conductor.
Asha, familiar de los hermanos Singh, asegura que no fue hasta el día después de la violación en grupo, con la llegada de la policía al barrio, que se enteró de que habían cometido un crimen.
“Ayudamos a la policía a atrapar a Mukesh, que se encontraba (en el vecino estado de Rajastán) en casa de sus padres”, sentencia Asha, deseosa de limpiar el nombre de los suyos.
En lo que sí coincide la gente del lugar es en la descripción de Ram: un hombre problemático, con un fuerte complejo de inferioridad tras un accidente en el que se fracturó las muñecas y que se emborrachaba con frecuencia desde el fallecimiento de su esposa.
“El comportamiento de Ram siempre era malo. Discutía con la gente, bebía mucho alcohol y peleaba. Mukesh (su hermano), sin embargo, no era tan malo, no solía meterse con nadie, pero Ram siempre ha sido igual”, relata una vecina.
Los otros residentes de Ravidas implicados en la violación eran Pawan, un vendedor de frutas que se había trasladado al lugar hace un año, y Vinay Sharma, que trabajaba en un gimnasio y estudiaba comercio.
El padre de Vinay afirmaba tajante al canal de televisión local NDTV que si se demuestra que su hijo es culpable, éste debería ser “colgado”.
“¿Por qué tuvo que irse con esa gente?”, se preguntaba. EFE