Los detractores del presidente egipcio, Mohamed Mursi, tienen previstas nuevas manifestaciones multitudinarias para el viernes, lo que plantea la posibilidad de más derramamiento de sangre pese a la promesa de los políticos de renunciar a la violencia tras la semana más letal en varios meses.
La manifestaciones que marcan el segundo aniversario de la revuelta que derrocó a Hosni Mubarak han costado la vida a casi 60 personas desde el 25 de enero, llevando al jefe de las fuerzas armadas a advertir esta semana de que el Estado estaba al borde del colapso.
El erudito islámico más influyente del país reunió a los dirigentes políticos rivales el jueves y los persuadió a firmar un texto en el que rechazaban la violencia y se comprometían con el diálogo como la única forma de poner fin a la crisis.
Pero ni bien terminó el encuentro en una universidad, los detractores de Mursi convocaron protestas a nivel nacional, incluida una marcha hacia el palacio presidencial de El Cairo, lo que es considerado por los seguidores de Mursi un asalto provocativo contra un símbolo de su legitimidad.
“Vamos a salir mañana, a (la plaza) Tahrir, y hay un grupo yendo al palacio”, dijo Ahmed Maher, fundador del movimiento juvenil de protesta 6 de abril, que ayudó a derrocar a Mubarak en 2011.
“También confirmamos que vamos en son de paz y que no deben usarse armas, porque vemos que la violencia, las armas y los molotovs nos han costado mucho”, añadió tras acudir a las conversaciones.
En un comunicado difundido por la noche, el líder de la izquierda Hamdin Sabahi dijo que la firma de la iniciativa de paz no significaba el fin de las protestas. Señaló que no entraría a dialogar hasta que cesara el derramamiento de sangre, se levante el estado de emergencia y los responsables de la violencia durante esta semana fueran llevados ante la justicia.
“Nuestro propósito (…) es completar los objetivos de la gloriosa revolución de enero: pan, libertad y justicia social”, añadió.
Los manifestantes acusan a Mursi de traicionar el espíritu de la revolución al concentrar demasiado poder en sus manos y en las de los Hermanos Musulmanes, un movimiento islamista que estuvo vetado durante el Gobierno de Mubarak.
Los Hermanos Musulmanes acusan a los detractores de Mursi de intentar derrocar al primer líder democráticamente electo en Egipto y de tomar el poder a través de revueltas callejeras porque no pudieron lograr el apoyo en las urnas.
El ascenso de Mursi, un islamista elegido por el pueblo tras generaciones de gobiernos autoritarios regidos por militares laicos en el país más poblado del mundo árabe, probablemente sea el cambio más importante de los últimos dos años de revueltas populares árabes.
Pero siete meses después de llegar al poder tras una victoria electoral estrecha frente a un antiguo general, Mursi no ha logrado unir a los egipcios y las protestas dejan al país en una situación casi ingobernable. La inestabilidad ha empeorado la crisis económica, forzando a El Cairo a recurrir a sus reservas de divisas para apuntalar la libra egipcia.
Las calles de El Cairo permanecían tranquilas por la mañana, y se esperaba que los manifestantes se reúnan tras las oraciones de la tarde.
Por Tom Perry y Yusri Mohamed
Reuters