Algunas voces del oficialismo no ocultan su inquietud y ya advierten sobre el peligro de que “el proceso” sucumba, a causa de la ramplonería que exudan estos jefes impuestos por las circunstancias. Las comparaciones -inevitables en este caso- están a la orden del día: hábil en el empleo de la manopla de hierro, Chávez también supo manejar con maestría el reciclaje continuo de las expectativas. A diferencia del dúo que hoy gobierna a Venezuela, el comandante logró modelar esa rara combinación, sin la cual le habría resultado cuesta arriba alcanzar tantos de sus cruciales objetivos ideológicos… Pero Maduro y Cabello desatienden esa realidad y, al pretender encubrir su pobre equipaje, abusan del uso desproporcionado y superficial de la vulgaridad y la intimidación. Ya sea por incompetencia o por ignorancia, los delfines del presidente no están dando la talla, ni siquiera a los ojos de muchos dirigentes psuvistas, a quienes se les hace cada vez más difícil ocultar sus frustraciones.
Tanto en el chavismo, como en el campo democrático, crece el temor a que Maduro y Cabello no den sino para lo que estamos viendo: el primitivismo insustancial con que ambos se están desempeñando sólo puede arrastrar al país hacia una vorágine de violencia, para la cual no están preparados ni ellos mismos. El peligro es reconocido entre murmullos dentro de las filas de la revolución, donde muchos son conscientes de que, sin el liderazgo del comandante-presidente, no cabe jugar con fuego. Nadie puede construirse un liderazgo potente y próspero escupiendo solamente bagatelas violentistas: ese juego tiene mecha corta y muy escasa expectativa de éxito.