Por ahora, y por un buen tiempo, los tres actuarán unitariamente, bajo la mirada de Hugo Chávez. Al encargar a Jaua de las relaciones diplomáticas, lo alejaron de Miraflores. Los conflictos surgirán una vez que el pastel, la herencia política, se haya consolidado y aparezcan las contradicciones, los puntos de vista opuestos, sin que la autoridad de un Chávez imponga el criterio de Miraflores.
Diosdado habla por el triunvirato. Pide orden el 4 de febrero a los que se están saliendo del redil, a los que se creen con derechos hereditarios; llama a la disciplina a los seguidores de Chávez; se dirige a los militantes chavistas que piden unas primarias abiertas. En Aporrea publican cartas que se refieren a las primaras como a una farsa. Estas quejas las sofocaba Chávez con dos gritos, como impuso a Ameliach en Carabobo frente a las protestas de los chavistas en un acto en Puerto Cabello. Ahora Nicolás Maduro, Ramírez y Diosdado soportarán estas posiciones de independencia que respaldan los gobernadores de estados importantes, o militares como el actual gobernador de Nueva Esparta. Las disensiones, inevitables en cualquier partido del tamaño del PSUV, llevarán a la división, como le ocurrió a Acción Democrática.
Cuando el PSUV celebró primarias, Chávez aprendió que las primarias las ganan a menudo los que no siguen ciegamente al jefe, y sólo son viables en un partido realmente democrático. Ahora imaginamos que un Arias Cárdenas, el segundo hombre del 4 de febrero y gobernador del estado más populoso del país, pretenderá poseer una independencia y un poder que le faltaba frente a un Chávez en Miraflores; de hecho Chávez lo impuso en el Zulia, igual que a los actuales gobernadores de Táchira, Nueva Esparta, Anzoátegui…
Diosdado también amenazó a la oposición en la Asamblea. Igual que cuando Chávez obligó a Rosales a exilarse, quisiera que Capriles abandonara el país, junto con los otros diputados de Primero Justicia. Por ahí van los tiros, perseguir a la oposición y acallar la disensión interna. Esta vez Diosdado ordenó enviar a prisión a los dirigentes de Primero Justicia y, obviamente, los jueces no le llevarán la contraria si les piden cumplir la orden.
Maduro prefiere, por ahora, imponerse a la fuerza. La retórica revolucionaria que utiliza Diosdado condena a los burgueses, los gusanos, los escuálidos, les concede un espacio decorativo para que sirvan de adorno “democrático”, pero nunca se les reconocerá el lugar que les corresponde en una democracia a los que representan seis millones y medio de votos.
Vienen tiempos de amarrarse los pantalones.