En la entrada de la tienda “Granny’s Finest” hay un gran cartel que dice: “se buscan yayas para tricotar”, un mensaje que invita a entrar en un pequeño comercio en el corazón de Rotterdam donde la moda tiene el valor sentimental de la calceta artesana de la abuela.
Maite Rodal/EFE
Sus bufandas, guantes y otros complementos son creaciones de diseñadores jóvenes y tricotadas por mujeres de edad avanzada que cada viernes se reúnen en el comercio armadas con sus agujas de calceta y ganchillo.
Jip Pulles, uno de los cofundadores de esta tienda cuyo nombre se traduce como el de “las mejores abuelas”, explicó hoy a Efe que el proyecto surgió a raíz de una visita de su socio Nick van Hengel al asilo de ancianos en el que reside su abuelo.
“Allí vio a una abuela que tejía sin saber exactamente el qué, pero de una manera increíblemente dedicada y relajada”, explicó.
Hace año y medio esa imagen encendió la luz a los entonces estudiantes del último curso de empresariales, que empezaron a desarrollar un concepto de tienda de moda que combinase “los diseños de creadores jóvenes con la pericia artesanal de las abuelas” en el arte de tejer, o como resume el lema de la tienda: “diseñado por el nuevo, producido por el mejor”.
Así se sumaron a una corriente internacional, bautizada por la académica británica Kate Flether como “moda lenta”, y alternativa a la producción rápida y en masa de las firmas de bajo coste.
“Me parece un desperdicio de materiales comprar una prenda y tirarla al poco tiempo, que la ropa no tenga una historia tras de sí y que se pierda su valor, lo que supone una falta de respeto para quienes la producen”, indicó a Efe Charlotte Kan (Nijverdal, 1980) una de las jóvenes diseñadoras que colabora con “Granny’s Finest”.
Para ella las abuelas “Granny’s” han sido una salida a su “pequeña colección de complementos de lana”, cuyos modelos comenta directamente con las expertas tejedoras.
La marca no quiere caer en el estereotipo de la “bufanda de la abuela que pica”, alejada de un estilismo contemporáneo.
“La idea romántica de la abuela, combinada con las ideas jóvenes, se traduce en productos con un estilismo en boga, en cuanto a colores o tejidos”, señaló Pulles.
El empresario constató que el consumidor de prendas hechas a mano busca calidad, “ropa duradera que perdura en los armarios por la calidad de los materiales y porque desarrolla hacia ella un vínculo afectivo”: cada prenda de “Granny’s Finnest” va acompañada de un pequeño mensaje escrito a mano y firmado que la hace especial.
“Elegante para un baile o un estreno”, escribe Irene Rijkkers en la etiqueta de una pajarita negra confeccionada a ganchillo.
Sentada en torno a una mesa en el interior de la tienda junto con otras siete mujeres de avanzada edad, Rijkkers, de 70 años, bien vestida, maquillada y alegre, explicó a Efe con orgullo que lleva ya 49 piezas tejidas como “abuela Granny’s”.
“Mis manos tienen que estar siempre ocupadas”, señaló Irene sin perder de vista la elaboración de una segunda pajarita idéntica a la de la tarjeta.
Las abuelas, cuyas edades oscilan entre los tempranos 55 y los tardíos 96 años, reciben respuestas de los compradores, que a través de la página web de la tienda, le envían una foto de sí mismos con la prenda elaborada con la tesón y la calma de las “Granny’s”.
“Suelo acabar los encargos en casa, porque aquí, charlamos mucho”, bromeó Gon, de 81 años, con las manos ocupadas con dos gruesas agujas de tejer con las que prepara una amplia bufanda cerrada como las que hoy en día llevan muchas adolescentes.
También Marieke, de 65 años y Betty, de 72, coinciden en que lo mejor del taller es “estar ocupadas, charlar y conocer a gente”.
“Nuestra fórmula tiene un fuerte componente social que le aporta unicidad, ya que los talleres de calceta y ganchillo son también un medio contra la soledad de muchas de estas mujeres”, dijo Pulles.
Subrayó también que las abuelas se sorprenden cuando se dan cuenta que son dos treintañeros quienes están detrás de las sesiones de tricotado.
Las más de 100 abuelas que colaboran con “Granny’s Finnest” se desplazan semanalmente a los 6 talleres que actualmente tiene la firma, que suele “recompensarlas” con excursiones a eventos relacionados con el mundo de la moda en la que las ancianas pueden tener un papel estrella como signo de identidad de la tienda.
La firma tiene la ambición de crecer sin perder el carácter “personal” de la ropa que ofertan ni la mezcla del “componente comercial con el social”, lo cual, en palabras de Pulles, es “un gran reto para nuestro futuro”. EFE