La verdad es que yo disiento radicalmente de esta posición. Para mí, los signos que veo por todas partes me indican todo lo contrario. Consideremos algunos ejemplos que la Historia nos grita como para que no la desoigamos. El primero, la actual “primavera árabe”. No había nadie que la predijera porque todos creíamos que aquello se mantendría per saecula saeculorum. Los déspotas árabes eran la moneda corriente y eterna del Cercano Oriente y nada podría cambiar eso. Más aún, el ataque a Nueva York garantizaba que los únicos enemigos visibles -Al Qaeda y similares- rápido serían fulminados apenas apareciesen. Y ya vemos lo que pasó. Es más, estamos contemplando ya la segunda revolución en ese mundo, justamente contra los integristas que en Túnez y Egipto se hicieron del poder y pretenden ejercerlo en exclusiva.
El otro ejemplo fue el derrumbe de Pinochet. Meses antes del triunfo del “No”, nadie ni dentro, ni fuera de Chile creía que el tirano saldría por las buenas, como lo muestra la película que ya está corriendo por ahí. ¡Tan parecido a los profetas venezolanos de hoy! Para ellos esto no sale por las buenas. Yo siempre contesto: “no sé, no me atrevo a afirmar nada, porque la Historia no me deja”.
¿Y qué me dicen del caudillo de España? ¿Es que nos olvidamos que Franco, al no dejar de repetir -para espanto de sus enemigos- que “todo estaba atado, ¡y bien atado!”, negaba la posibilidad de que el franquismo desapareciera a su muerte? Mucha gente temía, y con razón, que el Bunker (como se llamaba al franquismo recalcitrante) solo se iría llevándose por delante a media España. Y de ellos no quedó ni el recuerdo.
El último caso que todavía reverbera en las cancillerías, en los talleres de prensa y los estudios de televisión: el cambio de 180° en Birmania (Myanmar) donde una Junta Militar eterna dio paso a uno de sus connotados generales quien decidió realizar lo que incontables adversarios no pudieron. Así como lo oyen, el general Thein Sein, llevado por esa Junta a la Presidencia, está desmantelando todo el entramado dictatorial cuando nadie se atrevía a pronosticarlo del modo en que está sucediendo ante nuestros asombrados ojos, y los de los demócratas birmanos.
Como el mismo Thein Sein no se cansa de repetir, allí, quietecito -y agazapado, dirán los militares más recalcitrantes- concluía que el sistema no tenía futuro y que había que desarmarlo cuanto antes. Y es lo que está haciendo. ¿Teníamos razones para temer que esto no sucedería en años? Sí, si teníamos, después de contemplar horrorizados la brutal represión que esos militares aplicaron a la revuelta de los bonzos budistas, y el modo como manejaron las terribles inundaciones que casi acabaron con el país.
Por todas estas razones yo no afirmaría con tal certeza, como lo hacen muchos en la Venezuela de hoy, que está gente está totalmente atornillada y que no soltará el poder… hagamos lo que hagamos. Y no lo puedo hacer porque justo antes del 7-0 creíamos todo lo contrario, y porque nadie jamás vaticinó la sorpresa que Chávez nos tenía reservada para escasos dos meses después.
Pero es que, además, si todos corean que sin Chávez no hay manera de que esto siga “profundizándose” en el sentido que éste le daba, ¿cómo entonces pueden creer que estos segundones puedan llevar a cabo una tarea que, en 14 años, ni Chávez mismo pudo realizar? ¿Me lo explican?
¿Por qué tanta gente se empeña en que los “amores” (demasiado públicos, de paso) de Maduro y Cabello se mantendrán una vez concretada la desaparición de Chávez de la escena política? ¿Es que no ven que los mismos intereses que hoy les obligan a ir agarraditos de manos, una vez libres de esa tutela se deshilacharán en horas? ¿Es que no ven -ni oyen- que detrás de cada uno de ellos hay bandadas de interesados en que el otro grupo desaparezca?
El “estado actual del problema” es que nada podemos vaticinar, y por tanto nada podemos excluir del futuro. Y que de éste formamos parte tan integral como lo hace el chavismo.