Una paloma muerta, escaleras de obra, botellas vacías, bombillas rotas y fuentes de agua que no lo son. Todo eso, y más, está en ARCO 2013, una edición en la que abundan las propuestas que ponen al visitante ante la duda de si encuentra ante una obra de arte u objetos rotos o que alguien ha olvidado.
Que la definición de arte es cuestionable no es nada nuevo y, como prueba de ello, quienes acudan hasta el próximo domingo a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) de Madrid podrán encontrar todo tipo de piezas que alguien, ajeno al mundo del coleccionismo, podría considerar dudosamente artísticas.
Una de las obras más llamativas en este sentido es la titulada “Una paloma muerta con su canto de sombra”, integrada por una paloma disecada en posición de muerta y su sombra animada cantándole a su propio cuerpo inerte, una especie de ceremonia fúnebre hiperdramática en la que la sombra del animal revive cuando canta.
El madrileño Juan Zamora es el autor de esta ¿obra de arte?, cuyo dramático canto se puede oír casi desde cualquier punto del pabellón 8 de IFEMA en el que se encuentra la paloma, tomada por un taxidermista de las calles de Manhattan para ser disecada y convertirse posteriormente en una pieza extraordinaria.
La intención de este madrileño, que trabaja tradicionalmente con el dibujo de animales y naturalezas, es “dar nuevamente vida a lo que ya no la tiene”, ha explicado a Efe María Ángeles Sánchez, responsable de la galería Art-Nueve, dónde se vende por 4.500 euros.
Pero ésta no es la única pieza en la que el arte se confunde con los objetos mundanos, y en el paseo por ARCO el visitante también se encontrará con escaleras que parecen de obra, una torre de aluminio que semeja una fuente de agua de oficina y que tiene el líquido elemento, aunque inalcanzable, o un cubo de metal con la superficie pintada de azul situado junto a una papelera de forma muy similar.
Dentro de estos objetos “curiosos” la galería suiza Mai pone a disposición de los coleccionistas una gran caja de aluminio -aunque parece cartón- que podría parecer olvidada por alguien, mientras que un cuadro de Michael Budny alguien podría pensar que aún permanece embalado con papel seda.
Los representantes de la galería catalana Polígrafa trabajan sobre una bien confeccionada mesa de cartón ante la cual se plantea la duda al espectador de si también se encuentra a la venta, mientras que la galería Elba Benítez ofrece a los amantes del arte una instalación de bombillas rotas desperdigadas por el suelo junto a una estantería de Fernanda Fragateiro de la que uno no sabe si puede coger libros o no.
Una botella vacía sobre una mesa incita de nuevo a la confusión al paseante de ARCO, quien bien podría pensar que el recipiente ha sido allí abandonado tras vaciar su contenido, sensación que se incrementa cuando se descubre, en la galería Espacio Mínimo, un cuadro colgado cuyos trozos de fieltro aparecen desperdigados por el suelo como si se hubieran desprendido accidentalmente del mismo.
La misma galería tiene a la venta platos de porcelana rotos, mientras que cerca, otro stand ofrece dos grandes trozos de piedra dentro de sacos de obra, como si aún no hubiesen sido desembaladas.
Una instalación con cámaras de vídeo de cartón rellenas con botellas vacías contribuye a incrementar la duda entre la realidad y la ficción, a la vez que una enorme montaña de arena con un reloj de arena saturado de tiempo vuelve a poner sobre la mesa el viejo debate sobre lo que es arte y lo que no.
Pero si hay una galería en la que uno se cuestione si está en una feria de arte o en otro extraño lugar es en la de Honor Frasser (Los Ángeles, USA), al convertir la feria en una gran carnicería de la que cuelgan jamones y grandes piezas de carne -no real- preparadas para ser despiezadas.
Un escudo de garantía de calidad con la cara de un cerdo y el cartel “Calidad garantizada” preside la escena, como si de una declaración de principios de lo que es ARCO se tratara. EFE