En una rica comarca de indolentes, se reunieron el ignorante y malvado capataz, con dos de sus engreídos compinches, dizque duchos en financieros asuntos. El programa del primero era en la inopia mantener, al lázaro populacho, así que con migajas, pudiera atizonar su vileza, en tanto que él a manos llenas, regalaba el país, sus tesoros y su honor, a dos isleños vejetes, depravados y ambiciosos. Se fraguó una moneda y que hercúlea, que sólo plomo contenía, y que por su propio peso, al cipote profundo fue a humillar. Los comarcanos desidiosos, sin prenda ni protesto, admitieron la engañifa. La vil astucia a una devaluación condujo, y al caer del calendario las hojas presurosas, otras cuatro sucedieron en lánguida seguidilla. Inexplicable asunto el ocurrido, pues el demoníaco excremento por las nubes cotizaba, alcanzando para redomados chulos, pero no para pinches aldeanos. Los lugareños por carnestolendas, de la comarca emigraron, y a la playa todos fueron, en apática y apocada caravana, a libar, comer y celebrar el chuzazo de nuevo propinado. Sin voz ni voto el capataz, aprehendido y constreñido en médica litera, paga su confianza en taimados proxenetas, con la degradación y aflicción de su ¨amado soberano¨.
La devaluación de marras, que a según todavía se queda corta, muestra a dos compinches, uno anciano todavía sin luces, y otro gordiflón de tanta pana y descaro, que seguramente nunca tendrá tampoco brillo como no sea en la calva.
Así suele suceder, cuando un pueblo insensato y presumido, vuelve la espalda al futuro y a la patria, y se entrega indiferente, innoble y sin meditar, a una infame soldadesca tosca e indocta, que eructa flatos e insolencias, cada vez que el pico abren, resabio aprendido del mayor, nariceado y disminuido por una abyecta tiranía.