El margen de maniobra de la nomenclatura se ha visto dramáticamente reducido. Por donde quiera que se le vea, la vigencia del “proceso”, tal como lo hemos conocido, está comprometida. Lo que viene en adelante no es un nuevo ciclo de la revolución de Chávez: el socialismo del siglo XXI se extingue con su padre fundador. La sucesión tendrá que dar un giro copernicano. Maduro necesitará imprimirle su sello particular y en el plan los venezolanos seguiremos siendo conejillos de indias. El país del comandante ya no existe… Lo que existe hoy es una historia con otras características. Viviremos tiempos de ensayo y error: tiempos de redefiniciones conducidas por dirigentes que están obligados a inventarse apresuradamente otro proyecto, distinto del que ha quedado inviabilizado con la ausencia del Presidente y con la insolvencia económica que ahora nos aqueja.
La quinta República vive su peor infortunio. Las vacas flacas han llegado en el momento más inoportuno. En medio de la escasez, la precariedad del liderazgo de la sucesión es más visible. Hasta Chávez se las habría visto verdes para explicar lo que ha ocurrido con la economía nacional. La devaluación en la Venezuela de Don Regalón no admite excusas ni descargos. Las piruetas de Maduro lucen patéticas: a leguas se percibe su calvario. Lo que ha heredado es un fardo cuyo peso desborda sus capacidades. Todos los ojos están puestos sobre él y sobre sus impedimentos personales. Su problema no es lograr retener el poder en el corto plazo: las dificultades más próximas son mínimas si se les compara con las del futuro.
En las manos del vicepresidente, la revolución bonita y pacífica se hará sal y agua. El problema financiero apenas está asomando las narices: pronto quedará muy poco para repartir. El soberano conocerá la represión y la violencia: entonces sucumbirá el nuevo proyecto y habrá muerto, también, el chavismo sin Chávez.
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