AFP
Situado al final de un accidentado camino rural en un campo plantado de olivos cerca de la costera Málaga, un refugio en el pueblo de Alhaurin el Grande acoge desde hace diez años a caballos maltratados y abandonados.
“Hace unos años nosotros rescatábamos caballos de forma aislada, por maltrato, por abandono pero eran casos aislados. Ahora el problema es que desde todos los sectores esta habiendo el mismo problema”, particulares, ganaderos o vendedores, explica una de sus responsables, Virginia Solera, de 35 años, mientras acaricia a Alegría, una yegua marrón que encontró famélica hace unos meses.
Cuidados por una decena de voluntarios, los establos y pistas ecuestres del refugio de la asociación CyD Santamaría acogen actualmente a 55 caballos.
En los años de auge económico, cuando los caballos eran en España “un símbolo externo de riqueza (…) muchas personas decidieron ‘pues yo me compro mi gran coche, mi gran chalé y por supuesto mi caballo o mi grupo de caballos'”, dice Solera.
Ahora, “esos caballos muchas veces o se están muriendo de hambre o han ido al matadero”, explica.
Tras años de exuberancia, el motor económico de España, el sector de la construcción, particularmente dinámico en Andalucía, frenó brutalmente en 2008, arrastrando a toda la economía.
Desde 2008, el número de caballos sacrificados en los mataderos se duplicó, con cerca de 60.000 en 2012.
Otros, como Alegría, se encuentran con la dentadura dañada a fuerza de rebuscar, desesperados, algo que comer en la tierra.
Estrella, otra yegua, tiene una herida en la pata delantera izquierda que recuerda su pasado traumático: la fuerza de la cuerda con que sus propietarios la habían atado esperando amansarla. Después, inválida, fue abandonada.
Otros caballos son atados en zonas inundables con la esperanza de que se ahoguen o simplemente encerrados sin agua ni comida hasta que mueren de hambre, afirma Virginia.
Cerca del refugio, el silencio hace resonar la lluvia en los tejados de los grandes rediles donde hace unos años pastaban hasta cien caballos.
Manuel González Melendi, de 68 años, muestra con orgullo un potro de ocho días, aún frágil. Vendedor de caballos desde hace décadas, ahora tiene solo un puñado de monturas.
“Yo vendía, compraba y así sacaba yo mi casa”, explica. “Pero ahora nadie compra nada (…) nadie quiere un caballo, y ha habido que salir de ello”, afirma. “Alguno he regalado, unos vendidos por muy poco dinero, otros para el matadero”, reconoce.
“En los años de bonanza económica en España muchas familias adquirían un caballo en propiedad o los fines de semana iban con la familia a montar”, dice otro Manuel González, éste secretario general de las salas de despiece Aprosa, instaladas en Madrid. “Era un buen negocio” y hubo “un incremento en la población de propietarios de caballos”, recuerda.
Pero criar un caballo cuesta unos 400 euros al mes y, al no poder hacer frente a este gasto, muchos propietarios prefieren enviar a su animal al matadero, aunque les paguen por él unos 150 euros.
La carne de caballo, en el corazón de un escándalo en Europa, se consume poco en España y está destinada en casi el 90% a la exportación, sobre todo hacia Francia e Italia, según Aprosa.
“Todo el mundo ahora aprovechamos la crisis para librarnos de las cosas que no queremos o de las que en su día nos responsabilizamos”, lamenta Solera. “Ahora el coche o el chalé están intentando mantenerlos pero el caballo no. El caballo se lo han quitado de encima”, dice.