Ya ni el chavismo ni sus herederos nos deparan sorpresas.
Acostumbrados a 14 años de trapisondas y de socavamiento de la Constitución, uno casi podría anticipar la secuencia de eventos que se iban a suceder después del anuncio del difunto presidente Chávez ungiendo a Nicolás Maduro como su sucesor. La imperiosa necesidad de dotar de pseudolegitimidad constitucional a un acto de usurpación de la voluntad popular pasaba, por supuesto, por la insólita interpretación que ha hecho el TSJ de artículos claves de la Constitución. El libreto incluye la construcción del mito tóxico que eleva al Comandante a la condición de guía eterno de la revolución y la manipulación inescrupulosa de su muerte y el fervor que su figura inspira.
Lo único que restaba era precisar la fecha exacta del asalto contra la democracia, pero estaba bastante claro que la operación debía transcurrir mientras durara el manto de cobertura sobrenatural que el fallecimiento del líder les confiere a sus herederos.
La razón de la premura y las circunstancias de la convocatoria a elecciones que el CNE ha acordado en tiempo récord son fáciles de entender.
Se trata de asestar un golpe decisivo a las fuerzas democráticas mientras dura la protección mágica que le confiere al ungido la liturgia de la muerte del Comandante. De prisa, antes de que se evidencie la desnudez y la precariedad de los sucesores. Pero primero había que contar con la complicidad del TSJ que cambia el estatus de Nicolás Maduro de Vicepresidente encargado de la Presidencia a Presidente Encargado, algo que podría parecer un juego inocente de palabras pero que tiene profundas consecuencias legales: el Presidente Encargado no estaría sujeto a la norma constitucional que le exige separarse de su cargo para ser candidato, mientras que el Vicepresidente sí. Resuelto este trámite sólo quedaba una convocatoria a elecciones en el plazo de 30 días que el CNE acordó de inmediato.
Toda la marramuncia y el atropello al pueblo que dicen defender los herederos de Chávez fueron valientemente denunciadas por Henrique Capriles cuando anunció su aceptación de la candidatura presidencial de la alternativa democrática. Un acto que le ennoblece y cuyas consecuencias estamos obligados colectivamente a sopesar. Sobre todo porque la jugarreta de los transgresores puede resultar exitosa y Nicolás Maduro puede ganar las elecciones.
Jugar una partida donde el adversario tiene los dados cargados a su favor, como es el caso de las elecciones venezolanas, podría parecer una estupidez. Nada más alejado de la verdad. La razón de fondo para defender la decisión de la MUD y HCR es no solamente que la carga de los dados se puede modificar en el camino, porque su existencia depende de condiciones políticas cambiantes, sino, y esto es aún más importante, porque la decisión de Capriles, y el cómo se maneje la campaña y los tiempos posteriores a la elección, pueden abrir finalmente el camino que le ha estado vedado a la alternativa democrática durante estos larguísimos años de la era chavista: el reconectarse con el país en su conjunto y desarrollar una visión estratégica de su rol, más allá de las elecciones. Tener, finalmente, un liderazgo que tenga una visión y una narrativa de país y se ejerza como una verdadera posibilidad de cambio que reunifique al país.
El pornográfico abuso de los sucesores del Comandante es, en sí mismo, muy revelador de sus debilidades. Pero no debe haber lugar a engaños, porque si algo no les falta es voluntad de mantenerse en el poder a como dé lugar y para ello cualquier ingrediente de manipulación y amedrentamiento son válidos: desde amenazar con la cárcel a Leopoldo López y su madre, pasando por la represión abierta de las protestas populares hasta la prolongación impúdica de las exequias y el velorio de Chávez para hacer que se superpongan lo más posible con las elecciones del 14 de abril.
Una campaña electoral que combine una vigorosa participación en la existente conflictividad social, con la denuncia de las leoninas condiciones de participación electoral que impone el ventajismo oficialista, a todo lo cual se le suma ahora la vergonzosa manipulación de la muerte de Chávez, puede tener el efecto combinado de salir de estas elecciones con una oposición democrática unida alrededor de un liderazgo y de una estrategia. Inclusive si perdemos las elecciones. Pero esto supone un ejercicio de educación democrática y ciudadana hacia los venezolanos que nos enseñe a ver en perspectiva la evolución política de nuestro país sin caer en la inmadurez de creer que si no ganamos para qué hace falta competir.
En el camino, mucha gente se puede dar cuenta de lo que va a pasar en Venezuela si continúa el desastre ahora dirigido por Maduro y las otras cabezas del chavismo sin Chávez físico pero presuntamente dirigidos espiritualmente por el Comandante. El país se les puede hacer ingobernable más rápido de lo que se imaginan y ahí será indispensable contar con una dirigencia y un movimiento dispuestos y preparados a asumir lo que viene. Trabajemos para ganar las elecciones pero sobre todo trabajemos para armar esta alternativa.