Claro está que muy probablemente la razón fundamental por la que Chavez abrazó la causa del socialismo en medio de su periplo por el gobierno fue porque esa causa le era perfectamente funcional a su deseo de mantenerse indefinidamente en el poder. Dado que construir el socialismo es una tarea de décadas, entonces, a quien emprenda esa tarea se le debe permitir mantenerse en el poder para siempre. Sin embargo, a partir de un momento la realidad comienza a pasar facturas y el líder entonces espera que el modelo de alguna manera funcione. El ingeniero audaz e impaciente arranca la construcción si los arquitectos no se presentan nunca con los planos; pero llega un momento de la ejecución de la obra en la que ésta se paraliza o colapsa en virtud de su insostenibilidad.
Hugo Chavez se las ingenió para funcionar gracias a su extraordinario carisma y a los enormes recursos con los cuales contó y a los colchones que tenía la economía venezolana y que se fue progresivamente comiendo. Construyó un costosísimo adefesio, inviable e inservible. Se fue justo cuando todo aquello comenzaba a colapsar. Cualquiera pudiera decir que tuvo muchísima suerte con el momento en que le correspondió morir. Casi que justo a tiempo.
Ahora, no solo no hay teoría. Tampoco hay líder. No están los arquitectos. Tampoco el ingeniero. Además, desapareció la abundancia de recursos que hubo en los comienzos de esta aventura. Allí queda Nicolás Maduro, quien como él mismo lo ha dicho, no estaba preparado ni deseando lo que venía. Allí está, solo, al frente de la gran estafa, sin la magia ni los recursos que tenía su antiguo jefe y sin ninguna teoría que lo oriente.
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