A decir verdad, me gusta más “merienda de negros” a la hora de pintar de un brochazo lo que se nos ha echado encima a la muerte del Hombre Imprescindible. Pero detengámonos por unos párrafos en el origen de “fandango de locos”.
Me apresuro a decir que lo de “fandango de locos” se me antoja una de los más felices hallazgos del ingenio mantuano caraqueño: eso dijo “la criolla principal”, doña Maria Antonia Bolívar, hermana mayor del Libertador, y a diferencia de éste, furibunda realista partidaria de Fernando VII, cuando se vio, por allá por 1825 o 26, sumida en el soberbio caos social que encontró en Venezuela a su regreso de un duro exilio impuesto por la guerra de Independencia.
Fue con horror y aborrecimiento que le escribió a su ilustre hermano, por entonces ocupado en independizar el Perú ( donde, por cierto, nadie lo había llamado), imponiéndolo de sus impresiones de la joven Venezuela republicana donde a la pobre señora le tocó vivir: un rebulicio de mulaticos recién vestidos, de feroces mantuanos arruinados por las guerras, de zambos respondones, de bastos generales de montonera, doctorcitos atorrantes y leguleyos, de curas borrachines y amancebados, todos igualitarios, todos republicanos, todos muy revolucionarios y liberales, todos empeñados en un arrebatador y vociferante rebusque, todos en un “tú sabes cómo es la vaina” y un “cuánto hay p’a eso”.
Según el diccionario de la Real Academia, la voz fandango designa, primordialmente, a un “ antiguo baile español, muy común todavía en Andalucía, cantado con acompañamiento de guitarra, castañuelas y hasta de platillos y violín, a tres tiempos y con movmiientos vivos y apasionados”. Otra acepción ofrece el diccionario de lo castizo: “ bullicio, trapatiesta”. Y el de americanismos ofrece, entre varias, la noción de que quien anda de fandango, anda en la eterna parranda que diría Salcedo Ramos.
En otra carta, la vieja señora reprocha a su ilustre hermano haber creado con su gesta emancipadora y sus afanes libertarios nimás ni menos que una ella despreciable “pardocracia”: un gobierno de los pardos, de los igualados.
De modo que lo que quiso decir Maria Antonia resplandece: un fandango de locos equivale, a mi modo de ver,a una trapatiesta de gente de casta inferior.
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Existe una locución más cercana a nosotros que significa cabalmente lo mismo que fandango de locos. Me refiero a la muy ilustradora y simpatiquísima “merienda de negros” y esto último va sin la excusa de fingirme apenado al incurrir en una incorrección política. Nunca indicará lo mismo escribir con melindres “había una merienda de afrodescedientes” que afirmar, llanamente, que “había una merienda de negros”.
Todo este largo rodeo lexicográfico que durante seiscientas palabras he dado para aterrizar en una merienda de negros me viene dictado por lo que durante quince dìas no han ofrecido las cadenas que cubren las exequias del Hombre Más Grande del Siglo XX y XXI Juntos.
De todo ha abundado en este zuriburri de ínfima moralidad en el trato que exigen los restos mortales, no ya de un Jefe de Estado, sino los de un ciudadano común digno de elemental respeto humano. Un ensordecedor barrullo de analfabeta oratoria patriotera, si ese oxímoron alcanza a explicarme, ha ahogado todos los altavoces del omnipresente aparato comunicador estatal.
Todo ello encaminado a inflar lo que en vida ya fue un revulsivo culto a la personalidad para fundar una mostrenca religión política cuyo Cristo vendria a ser el Héroe del Museo Militar. ¡Nunca el latiguillo del desaparecido Manuel Caballero vino mejor a cuento!
El desazonado remedo de unas solemnes exequias de Estado que han brindado los usurpadores miembros del autoproclamado “comando cìvico militar” es el mural de las bajas pasiones que pinta a los usurpadores y sus secuaces. Un verdadero fandango de locos es lo que hay ante nosotros y es preciso ponerle fin.
Es imperioso derrotarlos el 14 de abril.
Ibsen Martínez está en @ibsenM
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