A sólo seis meses de haberse celebrado las pasadas elecciones presidenciales, los venezolanos acudiremos nuevamente a las urnas de votación para elegir a un nuevo mandatario. En esta oportunidad existen importantes diferencias en relación con lo que fueron los tres procesos electorales de 1998, 2005 y 2012; la primera, la ausencia de Hugo Chávez como candidato y la segunda, el corto tiempo que tendrán los contendores para hacer campaña, al menos de manera oficial.
Las dos fracciones con opciones de triunfo enfrentan retos bien definidos. El oficialismo deberá transitar esta campaña sin la presencia física de quien fuese su líder absoluto, a quien deberán mantener presente en el imaginario de sus seguidores mediante el uso de símbolos y apelando a la imagen en la que éste les pedía apoyar a quien él consideraba como la persona que debía seguir al frente de su proyecto desde el poder ejecutivo, Nicolás Maduro. De igual manera, el oficialismo deberá atenuar de inmediato el efecto que en materia económica han causado las medidas que, en ausencia de Hugo Chávez, ha tomado el mismo equipo de gobierno que aspira a ganar estos comicios.
Por su parte, la oposición enfrenta el reto que le impone una campaña de pocos días, tiempo en la cual deberá transmitir a la población su oferta electoral, todo esto, en un escenario que supone desventaja en cuanto a las posibilidades de exposición mediática se refiere. El gran reto opositor es desligar en ese reducido tiempo, la imagen del expresidente Hugo Chávez y la del presidente encargado Nicolás Maduro, concentrando la atención en las características personales y la capacidad gerencial de éste último. Ellos deben convencer a los indecisos y a los menos polarizados de cada legión, de que, ante este vacío, ellos representan una opción válida para mantener, mejorar y ampliar sus “logros” en material social, lo que debe constituir en los actuales momentos, la piedra angular de toda oferta electoral.
Sin embargo, ambas organizaciones tendrán un reto común, éste es, el motivar a sus simpatizantes, tanto tradicionales como nuevos, tanto duros como blandos, a acudir a las urnas de votación el 14-A. En la acera del oficialismo la amenaza se concentra en aquellos seguidores que pueden no sentirse motivados por el nuevo liderazgo dentro de las filas del partido de gobierno; para esto, el comando Hugo Chávez deberá trabajar en transmitir, de manera eficiente, la idea de que el expresidente es aún un líder “activo”, apelando para ello a todo lo que es considerado como su “legado” y a la figura de Maduro como la representación de lo que constituye su última voluntad política.
El triunfalismo es otro factor que el oficialismo debe tener presente. Sentirse ganador podría desmovilizar a una parte de su electorado, cosa que Hugo Chávez siempre tuvo presente y que lo llevó en distintos momentos de cada una de sus campañas electorales, a alertar sobre el peligro que, en este sentido, representaba el exceso de confianza.
En la acera de la oposición, por su parte, se deben dirigir importantes esfuerzos que busquen activar en sus filas un ánimo que en cierta forma se encuentra decaído por una reciente derrota electoral, así como abrumado por un hecho que, de distintas maneras y con diferentes intensidades, ha calado en el sentir de una población de raíces muy católicas; me refiero al fallecimiento del Presidente Chávez y todo el ambiente que se ha creado alrededor del mismo.
En artículos anteriores he mencionado que no importa quién es mayoría en el país, una elección la gana quien logre llevar más votantes a las urnas. La primera vez que Capriles aspiró a la gobernación de Miranda la ganó no siendo mayoría en el Estado. Lo mismo ocurrió en el Estado Zulia en las pasadas elecciones para gobernadores, en las cuales Arias Cárdenas venció sin ser mayoría. Lo común en ambos casos es que las fuerzas estaban bastante cercanas y bastó con que una proporción mayor de electores de la fracción mayoritaria se abstuviese, para que el conteo de votos favoreciera a la minoritaria. ¿Lo exponemos de una manera más sencilla? Permítanme entonces utilizar un ejemplo “extremo” sólo con el fin de ilustrar la situación. No importa cuántos simpatizantes tenga el oficialismo y cuántos tenga la oposición, si el 14-A ningún seguidor del oficialismo acude a votar, la oposición ganará con resultado 100% a 0%, y si por el contrario, ningún seguidor de la oposición acude a votar, entonces será el oficialismo quién triunfará 0% a 100%.
Entonces, ¿qué tan importante es UN voto, TU voto? Pues, considere que la actitud que usted tome seguramente será parte de un comportamiento y sentir colectivo. Si no piensa votar porque “de todas maneras por quien pienso votar no ganará” o porque “de todas maneras por quien pienso votar, ganará” ya que “¿en qué puede cambiar el resultado MI voto, UN solo voto?”, pues eso será parte de esa cadena que seguramente hará que la opción que usted apoya, sea o no mayoría, salga derrotada el 14-A. Si por el contrario, independientemente de lo que usted crea que sucederá, cancela el viaje que tenía programado para la fecha, prepara su paraguas y un buen libro para leer en la cola de la mesa de votación y participa en la fiesta electoral, entonces será parte de una cadena de movilización social que muy probablemente llevará a una victoria a la opción que apoya, o al menos, formará parte de la fuerza que ese día dicha opción demuestre en votos.
Si usted considera que una de las ofertas electorales es la que más conviene al país para los años venideros, no basta con “desear” ni “rezar”, salga a votar. Tenga presente que, “a Dios rogando y con el dedo votando”.