En la Venezuela de hoy, el dilema presidencial verdadero del 14 de febrero de 2013 no se plantea entre Nicolás Maduro y Henrique Capriles, quienes son lo nominados para estos comicios. En el fondo, los contendientes son Henrique Capriles y Raúl Castro. Maduro no es un candidato en sentido estricto de la palabra. Él no es él. No apela a ninguna de sus virtudes que pueda legítimamente tener sino más bien a los méritos de otro de los cuales él se siente heredero. Lo que no es heredable es la virtud y la capacidad para gobernar. Virtudes y capacidades no son objetos que alguien pueda adoptar de otro o alquilar en una quincalla. Maduro no ha pronunciado ni enunciado un solo plan, que haya salido de su elaboración, para explicarle al país cómo va hacer para encarar los graves problemas que Venezuela enfrenta.
Pero si lo anterior es grave lo es más todavía su sujeción a un gobierno extranjero. Ya son reiteradas las pruebas que Maduro ha dado de que él un una especie de cónsul de los intereses de otra nación en Venezuela. La injerencia de Cuba en Venezuela es inadmisible. Se trata de la penetración de agentes de ese gobierno en todas las esferas de la Administración Pública nacional. Desde la entidad más modesta en el pueblo más remoto hasta la Fuerza Armada Nacional están infiltradas por agentes cubanos, que con la excusa de la cooperación. Se trata de una injerencia permitida. Bienvenida la cooperación de cualquier nación en Venezuela. Pero jamás la entrega de información clave como la identificación de los venezolanos, los registros y notarías y menos todavía su presencia en cuerpos policiales y en los componentes militares.
Que alguien defienda el modelo cubano de socialismo en estos tiempos no puede calificarse sino como un adefesio. Cuba es un país anclado en la prehistoria, gobernado por una especie de dictadura hereditaria que traspasa el poder de un hermano mayor a otro menor, conservado esencialmente las mismas políticas. Un país donde sus ciudadanos viven en una cárcel al no poder disponer de sus vidas y de actos tan elementales para el ser humano como viajar al exterior, leer el libro que prefieran o participar en la política en el partido u organización política de su preferencia. Debe recordarse que hasta 1990 Cuba fue, en los hechos, una colonia de la antigua Unión Soviética. Con el argumento de sus avances en educación y salud, el gobierno cubano se siente en el derecho de violar a mansalva los derechos humanos. Por cierto, es muy discutible desde el punto de vista científico esos adelantos de Cuba si uno se remite a las publicaciones donde se clasifican a los países según sus aportes a las ciencias, la tecnología o las humanidades. Y no es posible que así sea porque en Cuba no hay libertad de creación.
Lo cierto es que Nicolás Maduro es hoy el representante en Venezuela de ese modelo fracasado. En un acto de graduación de una promoción de médicos, realizado en Maracaibo el 22 de marzo, en lugar de entonar el Gloria al Bravo Pueblo, Maduró cantó el himno de la República de Cuba, además en cadena nacional de radio y televisión. Algo verdaderamente bochornoso. Quienes acusan a otros de ser piezas de los yanquis, develaron su identidad verdadera. Ese día Maduro evidenció con meridiana claridad quién es y a quién sirve. Pero al ser Maduro un hombre débil, sin un plan para el país, de ganar la presidencia va a ser instrumento fácil del gobierno de Cuba y en particular de Raúl Castro. No es Maduro alguien con el carácter requerido para acotar la injerencia cubana en Venezuela. No lo puede ser porque él está al servicio del gobierno cubano.
Para los intereses de Cuba, Venezuela siempre ha sido una presa muy preciada. Ya lo intentaron en el pasado por medio de una invasión descarda. Ahora más sutilmente con el atuendo de la cooperación de los pueblos. Es esa cooperación la que permite que anualmente Venezuela transfiera a Cuba por distintas vías más de US$ 4.000 millones para ayudar a financiar una economía desvencijada por el comunismo.
Por ello, en realidad, Maduro no es el candidato real. Maduro es el candidato nominal. El candidato real es Raúl Castro. Así de simple. Está en manos de los venezolanos el evitar que el país se convierta en un protectorado de La Habana.