Conozca a la reina del porno y sus otras andanzas por la industria del sexo (FOTOS)

Conozca a la reina del porno y sus otras andanzas por la industria del sexo (FOTOS)

Tina Brown es la gran matriarca y matrioska del periodismo de largo aliento. Si la desprendemos de su corteza de inglesa culta y acomodada, placeada en Oxford, emigrada a Estados Unidos, de una belleza a lo Meryl Streep inevitablemente ataviada de blanco o de negro, biógrafa de Lady Di y amiga de Hillary Clinton, que hoy dirige dos de las más poderosas cabeceras de la información mundial, Newsweek y The daily beast, en la capa previa de su personalidad descubrimos a la treintañera que resucito y reinventó a finales de los 80 la mítica revista Vanity Fair, que había estado congelada (y fundida con Vogue) durante 50 años (aunque pocos lo recuerden ya), por sus lamentables resultados económicos. Así lo reseña El País de España.

Tina Brown fichó a Bruce Weber, Mario Testino y Annie Leibovitz y convirtió al Vanity en un eslabón imprescindible de la industria del show business.La Matrioska Tina aún esconde aún más capas. La que viene después va desde 1992 a 1998, cuando se hizo cargo de las tablas de la ley del periodismo de no ficción, el relato corto y del periodismo más brillante del último siglo, The New Yorker. Brown le daría color, actualidad, nuevos formatos narrativos y, algo que había aprendido en Vanity Fair: contar con los mejores fotógrafos que habían estado marginados históricamente de la publicación. El primero de la lista, Richard Avedon. La vieja dama del periodismo, territorio de Roth, Updike y Jon Lee Anderson, entraba en la modernidad El tercer asalto en la biografía de la matrioska fue la revista Talk, a comienzos del nuevo milenio. Talk era un taburete con tres patas. Las dos primeras consistían en la sabiduría de Brown adquirida a los mandos deVanity y el New Yorker o, lo que es lo mismo, un periodismo de cinco estrellas pero profundamente descarado. La tercera pata lo formaban los negocios adosados al nuevomagazine, una editorial y una productora de cine. Todo un paso adelante en el modelo de negocio periodístico. Su estreno, en la Estatua de la Libertad neoyorquina, fue la fiesta máscool del año.

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Foto: Caterina Barjau.

Talk fue un revulsivo para el periodismo de largo alcance. Mezcló en una bella batidora asentada en Manhatan el reporterismo político y el de bragueta. Era más atrevida que la supersofisticada Vanity, pero igual de bien escrita. De la dirección de arte se ocuparía otro icono de la tercera vía, Oliviero Toscani, famoso por sus campañas para Benetton y editor de la emblemática publicación alternativa Colors. Talk duró apenas dos años (1999-2001), pero nos enseñó a los que hacíamos reporterismo un nuevo lenguaje escrito y gráfico que aplicamos de inmediato. Talk agonizó rápido y con puntilla. Nunca más se levantaría. La crisis publicitaria provocada en torno al 11-S fue su punto y final. Ese año 2001 ya había sido malo. En busca del público, Talk rizó el rizo y publicó en su número de febrero de 2001 un reportaje sobre la industria del porno en Estados Unidos firmado por uno de los mejores autores de no ficción de nuestra era: Martin Amis. El artículo de Amis era duro. Por eso posiblemente no era portada. Era de una densidad y crudeza desmesurada en la descripción de las actividades sexuales de las actrices del cine pornográfico. Era un relato hardcore, brillantemente escrito, pero que chapoteaba en los aspectos más sórdidos del negocio (sórdido por definición) y brillantemente puesto en página por Toscani con unas bellas fotografías de las estrellas del porno posando como topmodel de la agencia Elite.





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Foto: Entrada de la Sala Bagdad, en el Paralelo. Fotografía de Caterina Barjau.

Cuando vimos ese reportaje de nuestra nueva biblia, empezamos a maquinar si El País Semanal debía y sería capaz de publicar un reportaje sobre el negocio de la pornografía en España. En 2001, con Internet borboteando en su marmita de éxito planetario, el porno comenzaba a llegar a todos los puntos del planeta de una forma fácil y democrática por un precio módico. Era un fenómeno brutal. Al mismo tiempo, aún sobrevivían los ancestros de la industria de la pornografía: las productoras de películas, el gremio de los vídeoclub, las revistas y los sex-shop, y también una nueva forma de transmisión de pornografía en forma de canales de pago por visión con especial incidencia en las cadenas hoteleras. Algunas cifras hablaban de un negocio de 60.000 millones de euros de los que 500 millones podían corresponder a España. En Cataluña se estaba construyendo un embrión de industria del cine porno. Había historia.

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Foto: Patio de butacas del Bagdad, fundado en 1975. Fotografía de Caterina Barjau.

¿Debíamos hacerlo? ¿Lo entenderían nuestros lectores? Se decidió seguir adelante. Había varias líneas rojas. El reportaje se haría con el mismo rigor que si fuera, por ejemplo, un reportaje sobre la industria del petróleo. No era un tema sobre la prostitución ni la droga ni el abuso de menores. Y su imagen sería irreprochable. No se podía cruzar la línea del mal gusto o del respeto a las personas. Incluidas las estrellas del porno. Tampoco había que darle muchas vueltas al aspecto fotográfico, el modelo era el que había pergeñado Oliviero Toscani en Talk: retratar a varios actores y actrices de la industria con una fría elegancia publicitaria. Desnudos pero sin que se viera nada. Dignificando más que humillando. Bien producido. Bien iluminado. El fotógrafo sería Galilea Nin. Habría retratos de hombres y mujeres, actores y actrices, con el mismo tratamiento. Al final del reportaje nos planteamos si el resultado final podría herir a las mujeres, dado que la pornografía tiene a animalizar y denigrar más a las actrices que a los actores. Nos pusimos en contacto con varias organizaciones feministas para que nos dieran su opinión. El resultado de esa consulta se reflejó así en el reportaje de El País Semanal publicado en portada el 20 de enero de 2002 bajo el título: El negocio del porno.

“¿Qué opinan las feministas españolas de la pornografía? Llamamos a la Federación de Organizaciones Feministas del Estado Español. Madrid. Primera respuesta (sorprendente) de boca de su secretaria, Yolanda Iglesias: “No tenemos un criterio definido como Federación”. Segunda respuesta: Justa Montero, ex presidenta de la citada organización: “Es un motivo de controversia dentro de nuestro Movimiento. Un motivo de fuerte debate. Yo estoy a favor de la pornografía como libertad de desarrollar tus fantasías sexuales, siempre que no vulnere los derechos más elementales de la mujer. Tercera respuesta, de nuevo Yolanda Iglesias, secretaria de la Federación: “Hay dos corrientes del feminismo enfrentadas desde el congreso de 1993: unas mujeres dicen que la pornografía siempre es mala, porque genera violencia. Otras pensamos que no es mala como forma de obtener una excitación. Lo peligroso es que siempre reproduzca los roles sexistas y falocráticos. Estamos contra esos roles, no contra la pornografía. Porno si; pero para todos y en igualdad de condiciones”.

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Fotografía de Caterina Barjau.

Aquel reportaje de 2002 se sustentaba en dos pilares. El primero, el análisis puro y duro de la industria. El segundo, el lado humano de los protagonistas del negocio,sus promotores y, sobre todo, los actores. Los escenarios irían desde los despachos de los poderosos del negocio, a los rodajes y los locales de porno. La introductora en ese territorio opaco y receloso sería Natalia Kim, una periodista nórdica afincada en Barcelona que trabajaba en la comunicación del Festival del Festival de Cine erótico de Barcelona en torno al cual se intentaba en aquellos años articular un lobby del porno español. Ella nos facilitó el acceso a los rodajes, los actores y los empresarios. A la sala Bagdad, el castizo local del Paralelo barcelonés banderín de enganche y escuela del porno patrio, y también a entrevistar en Andorra a Berth Milton jr, el discretísimo dueño del imperio Private, una de las más grandes corporaciones del porno mundial que era muy poco dado a los encuentros con periodistas. Estos son algunos párrafos con el magnate del porno mundial:

“El rey del sexo vive a tres horas del Bagdad. En la gélida Andorra. Sus oficinas están en Sant Cugat (Barcelona). Se llama Berth Milton, tiene 45 años y es el heredero de un imperio del porno nacido en Suecia en 1965 de la mano de su padre. Hoy vale 100.000 millones de pesetas (600 millones de euros). Milton es accionista mayoritario de Private, uno de los mayores productores y distribuidores de pornografía del mundo. Un conglomerado multimedia que factura 7.000 millones (45 millones de euros) de pesetas al año y dobla los beneficios cada ejercicio. “No conocemos la palabra recesión”, dicen. Private cotiza en el Nasdaq neoyorquino y a comienzos de 2002 saldrá a bolsa en Alemania. Espera conseguir 12.000 millones de pesetas (70 millones de euros) para invertir en desarrollo tecnológico. Produce decenas de películas al año, distribuye material en 35 países y tiene contratos con los principales operadores de cable, satélite, internet y pago por visión en hoteles. Sólo a través de sus canales Blue y Gold de televisión, Private tiene la capacidad de llegar a 28 millones de hogares. Un millón de sus dvd (porno duro y bien rodado) se venden cada año en todo el mundo”.

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Trastienda del Bagdad. Fotografía de Caterina Barjau.

Toda esa parte central del reportaje estaba dedicado a saber un poco más de Milton, del dinero y el poder de la industria, estos son algunos retazos de nuestra conversación en un despacho tan desnudo como sus estrellas virtuales:

-¿Cómo definiría su trabajo?

-Trata de personas que hacen el amor.

-Y usted lo vende.

-Por supuesto. Vivimos en una sociedad capitalista y todo consiste en hacer algo y crear con ello un negocio.

-¿Sus ideas están plasmadas en algún tipo de libro de estilo a la hora de rodar sus películas?

-Desde luego, tenemos un gran libro que hay que seguir. Por ejemplo, las drogas están completamente prohibidas. Y todo el mundo debe venir con un certificado médico firmado como máximo dos días antes con las pruebas de VIH y todas las demás enfermedades. Y si una actriz cambia de opinión y dice que ya no quiere formar parte de la película, el productor debe dejarla libre. Tenemos que asegurarnos de que todo el mundo trabaja por voluntad propia.

-¿Por qué no ruedan con preservativo?

-Al público no le gusta. Probablemente porque da la impresión de que la pareja tiene miedo, que la relación no es muy limpia… Eso sí, en nuestros vídeos advertimos que si los espectadores mantienen relaciones con un desconocido, sin duda alguna deben utilizarlo.

-Hablaba antes de que sus actores y actrices eran libre de abandonar el rodaje. ¿No es así en toda la industria?

-No puedo dar datos concretos, pero tengo mis sospechas.

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Foto: Una de las actrices de la sala Bagdad. Fotografía de Caterina Barjau.

Milton sería el protagonista de la parte empresarial del reportaje. Entre los actores, la pareja dorada del porno español en aquel lejano 2002, Sophie Evans y Toni Ribas(Zsofia Szabo, húngara, y Antonio García, catalán) aportarían el punto romántico; el interés humano. Tenían 27 y 28 años y decenas de películas en su currículum. Se habían conocido actuando en la sala Bagdad. Más tarde, rodarían decenas de escenas de sexo juntos y en compañía de otros. Se enamoraron en 1997. Y se convirtieron en los número uno (Ribas con permiso del emperador de los platos del porno universal,Nacho Vidal). Eran guapos y modosos detrás de la cámara. Hablaban con soltura de su trabajo y se escapaban del perfil patibulario de otros trabajadores del porno. Su boda, por la iglesia, fue un símbolo de opulencia en aquella edad dorada del porno español.Allí estaba todo el que era alguien en la industria del sexo explícito. Así se describía aquel curioso enlace matrimonial en el reportaje:

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Fotografía de Caterina Barjau.

“Antonio, puedes besar a la novia”. El señor García levantó con delicadeza el velo de la señora García y depósito un casto beso en sus labios. Tenía los ojos nublados por las lágrimas. La iglesia se inundó con un mar de susurros. Uno de los invitados cuchicheó: “¡Ayyyy padre si usted supieraaa…” Sant Boi (Barcelona). Sábado19 de diciembre de 1998. Sophie Evans y Toni Ribas, las dos estrellas de moda del cine porno mundial, acaban de contraer matrimonio. Ella, de blanco; él, de chaqué. Marcha nupcial y convite en un hotel de postín. Están todos. Dos familias al completo. Sin olvidar una tercera: la diminuta del porno español. Realizadores y productores; la dueña de una cadena de sex shop; los organizadores del Festival de Cine Erótico de Barcelona. Y los compañeros. Actores y actrices. Tacones de vértigo, cuerpos de gimnasio y ropa muy ceñida. Todos se conocen bien. “Esta es una profesión en la que estás acostumbrado a verte en pelotas”. Algunos han practicado el sexo en escena con los recién casados por exigencias del guión. Nada de erotismo edulcorado. En el cine X no hay trampa ni cartón. Ni preservativo. Hablamos de felaciones en primer plano. Sexo lésbico, vaginal, anal. Eyaculaciones explícitas. Porno duro. Imágenes de usar y tirar con el único objetivo de calentar al espectador. Una buena comedia debe hacer reír; un buen drama, llorar. Una buena porno, excitar. Ese es su trabajo”

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Foto: Una de las actrices del Bagdad. Fotografía de Caterina Barjau.

Siete años más tarde, en 2009, aquella floreciente industria del porno español no era lo que se había previsto. Y aquel primer reportaje de 2002 había estado más centrado en la estructura económica que en la historia de sus protagonistas. En esos años, Sophie y Toni habían trepado desde el Paralelo barcelonés hasta elValle de San Fernando, una suerte de Hollywood pobre del porno, en California.Habían hecho miles de escenas sexuales ante las cámaras con decenas de partenaires; habían hecho caja, producido películas, descubierto nuevos talentos y afianzado su lugar en la industria. Guapos, bronceados e hipersexuales. Después, se habían separado. Toni se enamoró de otra. “Se nos acabó la pasión de tanto usarla”. Al final de la década, la industria se enfrentaba al reto de la piratería y la descargas ilegales. De las páginas con contenidos gratuitos. El vídeo y el cd habían pasado a la historia. La industria española del porno daba sus últimas boqueadas. Era un momento de decadencia. Nos planteamos hacer un perfil de Sophie Evans, que había llegado al top de su profesión; había logrado todos los premios a la mejor pornstar y se enfrentaba a sustreintaymuchos a una profesión en caída libre. Incluso había tenido que cerrar su página web porque ya no proporcionaba ingresos. Sophie Evans, a los 35, buscaba sitio en el cine convencional y mientras había vuelto a trabajar al lugar de sus comienzos, la sala Bagdad. No lo tenía fácil. De las fotografías del reportaje (las que ilustran este artículo) se encargaría la fotoperiodista Caterina Barjau, que le daría a su trabajo un aire más crudo e informativo que el que habíamos publicado en 2002.

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Fotografía de Caterina Barjau.

En el primer reportaje, se había quedado fuera de foco Juani de Lucía, la poderosa propietaria del Bagdad y madre adoptiva y paño de lágrimas de todas las estrellas europeas del porno. Así se la describía en el reportaje publicado en mayo de 2009 con el títuloMemoria de una estrella del porno (aquí está el texto y el vídeo que se realizó en Bagdad):

“Las normas del Bagdad son estrictas. Hay que ser puntual; nada de drogas ni alcohol; ni hablar de prostituirse. Gobierna con mano de hierro Juani de Lucía. La matriarca del porno español. La emperatriz del Paralelo. Roza los 60 y recibe cordial y redicha en un despacho presidido por una caja fuerte y decorado con un mural de una sensual puesta de sol caribeña. Todo en ella es muy Miami Vice. El traje-pantalón blanco y las botas tejanas; el amplísimo escote y el Rolex de oro. Se las sabe todas. Es jefa, maestra, consejera sentimental y madre postiza de los actores y actrices del Bagdad. Cuida su salud y asuntos financieros. Les anima a ahorrar y estudiar. A ellas les enseña cómo se hace una felación; a ellos, a retrasar su eyaculación. “Para ser un buen profesional del porno hay que ser un atleta. Olvidar el placer propio para brindárselo al público. Hay que ser artista. Si lo haces por dinero… es mejor que te vayas de puta”,  recalca Juani de Lucía. En diciembre de 1975, con el cadáver de Franco aún caliente, Juani levantó sobre un polvoriento tablao flamenco de posguerra este santuario del porno español. En aquellos tiempos importaba números eróticos desde Hamburgo, entonces capital de la industria europea. “No teníamos actores en España; el porno había estado prohibido durante 40 años”, explica Juani. En poco tiempo crearía su cantera. Toda productora que pretendiera rodar cine erótico en España tendría que recurrir al Bagdad para sus casting. De esta factoría saldrían grandes estrellas mundiales. En cabeza, Sophie Evans.

La sala Bagdad ha conservado en todos estos años esa decoración de tablao kitsch y decadente que tenía en tiempos de su primera propietaria, la Bella Dorita. Con su escueto escenario rodeado de celosías de patio andaluz y un mostrador tapizado de espejos donde ponen copas las actrices en minúscula ropa de trabajo. Se mira pero no se toca. Todo tiene un tono entre rosa y lila y aroma a desinfectante. Varias cámaras filman las actuaciones y las difunden desde la web del Bagdad. Sophie es la atracción de la noche. Puede cobrar hasta 500 euros por jornada. Algo más si hay una despedida de soltero y le piden un pase privado. Inicia un striptease que no deja nada a la imaginación. Su rostro muta de niña buena a chica mala. Insinúa. Sonríe. Provoca a un espectador para que la desate la parte superior del bikini. Deja que el cava se deslice por su cuerpo. La noche está floja. Hay crisis y la entrada cuesta 90 euros. Ella se esmera. Resulta graciosa y elegante. Relajada y sensual. Es un porno aligerado. Borda los movimientos.

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Fotografía de Caterina Barjau.

Sophie Evans, en sus horas bajas, seguía siendo aquella mujer guapa, educada, casi tímida y un poco infantil que ya habíamos entrevistado superficialmente en 2002. Para empezar, una sorpresa: no procedía de un medio marginal; no había sido violada en su juventud; no consumía drogas; no era promiscua; era una profesional del porno. Una actriz. El texto del reportaje describía de esta forma a Zsofia Szabo:

A primera vista, Sophie Evans no parece una gran intérprete. Pero no es del todo cierto. Cuando uno reflexiona llega a la conclusión de que si a lo largo de 12 años ha hecho creer a millones de espectadores de todas las razas y edades que experimentaba grandes y felices orgasmos mientras era empalada por un miembro de 25 centímetros, es que es merecedora del oscar. No estaba destinada a ser estrella del porno. No nació en una familia rota ni marginal. Vino al mundo como Zsofia Szabo, en 1976, en Szeged, una somnolienta capital húngara. Sus padres eran una joven pareja de biólogos.Ganaban poco dinero; en Hungría coleaba el régimen comunista y los intelectuales huían. A mediados de los 80 obtuvieron sendas becas de investigación en la Universidad de Tennessee (Estados Unidos). Su padre en biología molecular y genética y su madre en el campo de los estudios biomédicos. La pareja y sus dos hijas vivirían en aquel campus de la América conservadora durante tres años. Zsofia aprendería un buen inglés. “Era una niña tímida pero me gustaba actuar y disfrazarme; tenía una educación cristiana tradicional. Nunca fui lanzada en cosas de sexo aunque me gustaba divertirme y experimentar”.

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Foto: Parte del uniforme de Sophie. Fotografía de Caterina Barjau.

Resultaba sorprendente que aquella mujer con suave acento centroeuropeo y educación entre austrohúngara, soviética y americana a la que entrevistaba en un desvencijado sofá en el blindado corazón del Bagdad rodeado de estrellas del porno desnudas listas a saltar a la escena, se convirtiera en pocos segundos en una máquina sexual. Pero lo conseguía. Esta era la descripción de Sophie en aquel segundo reportaje, la número uno mundial de la pornografía entre 1997 y 2005, en acción: “Sophie Evans tiene demasiado respeto hacia su oficio. Es una profesional. “Yo no finjo; actúo. Hago lo que me gusta y me gusta estar donde estoy. Intento sacar lo mejor de mí en cada escena erótica. He vivido dedicada al porno; lo he hecho de corazón. Hay chicas que lo hacen por temporadas; vienen y van; se sacan unos euros y luego dejan colgado al empresario. Yo no. Yo he vivido de esto y para esto”.

Mi reportaje seguía de esta forma: “Sophie Evans es una estrella. Perfeccionista y exigente. Se cuida física, y mentalmente. Pasa controles de hepatitis, VIH y herpes genital. Es monógama. No fuma, bebe ni se droga. Lleva una vida ordenada. Como una deportista de élite. Ha intervenido en más de 200 películas. Rodado en Los Ángeles y Budapest, las mecas del sector. A la orden de los más grandes directores del cine para adultos. Junto a los galanes del género. Ha protagonizado miles de escenas sexuales. Sin trampa ni cartón. Ni condón. Felaciones, sexo anal y vaginal; números lésbicos; dobles penetraciones. Su record en pantalla ha sido mantener sexo con cinco hombres a la vez. “Fue muy bonito. Una sensación diferente. Era precioso ver a esos cinco chicos tan excitados conmigo. He hecho de todo en pantalla salvo cosas extremas; no me gusta que me aten; ni hago nada con animales ni lluvia dorada. Y prefiero la doble penetración al anal, me excita más y pagan mejor”.

“Sophie Evans es la heroína del porno español. Y un referente mundial. La versión femenina de Nacho Vidal. Entra cada día en miles de hogares en todo el planeta a través de las ventanas del dvd, la televisión de pago, internet y la telefonía móvil. Un negocio, la pornografía, que sólo en España factura 450 millones al año y da empleo a un centenar de actores y actrices y una veintena de directores a través de 178 empresas. Tiene seguidores desde Europa y la India a Estados Unidos. Veneran cada centímetro de su cuerpo. Hace unas semanas, un joven se le acercó en Barcelona y le dijo: “Sophie, no sabes la de pajas que me he hecho contigo”. “Y no me pareció un insulto. Me pareció muy bonito. Me lo dijo con cariño. Mi trabajo es excitar gente como el de un cómico hacer reír. Puro espectáculo”.

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Foto: Juani de Lucía en su despacho del Bagdad. Fotografía de Caterina Barjau.

Era su trabajo. Aunque para algunos, fuera una prostituta. Alguien que vendía su sexo por dinero. Ella me lo negó sin alterar el gesto. “Es diferente. Si me llaman puta, no me están insultando; es que no lo soy. Soy actriz. Es un trabajo distinto; una prostituta va en secreto con un cliente al que no elige y yo tengo sexo con un director y un equipo de cine y exclusivamente para hacer una película. Todo es sexo pagado pero el cliente es distinto. Y la forma de expresarnos… la prostituta se mueve en el anonimato y nosotras, cuanto más conocidas seamos, cuantas más películas, fotos y actuaciones hagamos, mejor”.

La última pregunta fue sobre su vida privada. ¿Cómo es una estrella del porno con su pareja? ¿Aplica a su vida amorosa todo el know how acumulado durante 15 años de carrera? Esta fue su respuesta, tan juiciosa como ella, con la que terminaba el reportaje:

-¿Cómo es la vida sexual de una estrella del porno?

-Normalita. En casa no hago acrobacias. Las dejo para la pantalla. Pero los hombres me tienen miedo. Les asusta no dar la talla; que les vayas a exigir mucho. Piensan que te van a dejar insatisfecha y se ponen a hacer cosas raras en la cama, como si fueran actores porno. Y a mí me entra la risa. En casa soy normal. Mi trabajo no es normal. Pero yo lo soy.