Venezuela nos acaba de dar varias lecciones con el resultado de las elecciones presidenciales, en las que los que desean un cambio político se han quedado a un puñado de votos de los vencedores.
Lo primero que esos resultados nos hacen ver es que “los pobres también piensan”. Piensan y no se dejan siempre atemorizar ante las amenazas de perder sus privilegios, si no votan con el poder.
Nos enseñan también lo mucho que se ha equivocado la opinión mundial, empezando por nosotros los periodistas, Aquí, en Brasil, ninguno de los medios de comunicación llegó ni de cerca a imaginar una derrota tan mínima del oposicionista,Henrique Capriles.
Hasta 24 horas antes los más optimistas le daban una diferencia con el candidato oficial, Nicolas Maduro, de por lo menos diez puntos de diferencia. Y hace una semana las previsiones eran que perdería por 15 puntos de diferencia. Imaginaban una victoria aplastante, sin precedentes.
No fue así. Y eso nos debería hacer pensar, ya que en el espacio de un mes, nos equivocamos todos en dos acontecimientos de resonancia mundial: los resultados de Venezuela y la elección del Papa.
En esta última la opinión mundial era que no estaban maduros los tiempos para un pontífice llegado de fuera de Europa. Eligieron a uno de la periferia del mundo: “fueron a buscarme muy lejos”, bromeó con cierta ironía Francisco en su primera aparición pública.
Con Venezuela ha pasado algo parecido. No es posible, decía a coro la opinión mundial que Maduro no obtenga un resultado plebiscitario dada la conmoción que invadía a los millones de pobres de aquel país, favorecidos estos años, por el líder carismático Hugo Chávez, que recién fallecido, era hasta más fuerte que antes de morir, ya que la muerte lo había doblemente glorificado.
Maduro tendría que recoger los votos, se pensaba, del 80% de los venezolanos que deben ser la caravana de pobres que siguieron estos años al líder bolivariano. Se lo había pedido él, el timonel, antes de morir y se lo ratificó apareciéndosele a Maduro en formade ave que evoca siempre la iluminación del Espíritu Santo. Chávez era católico.
No fue así. Maduro ganó pero por los pelos, cuando se llegó a pensar tras la muerte de Chávez, que Capriles ni se presentaría esta vez porque su derrota aplastante estaba ya escrita en los astros.
Ello indica que la mitad de los pobres venezolanos desobedecieron al espíritu de Chávez. No porque no le estuvieron agradecidos, que lo están, sino porque quieren “algo más”. Quieren una Venezuela más próspera, en la que ellos además de comida puedan aspirar a influenciar los destinos del país sin ser siempre la masa de maniobra del poder.
He acudido a la psicoanálisis para entender el por qué de estas dos derrotas de la opinión mundial en el espacio de un mes. Ha podido darse según un mecanismo freudiano, más o menos inconsciente que aflora siempre en estas ocasiones.
Todos estamos propensos, según ese mecanismo psicológico, a pensar que acaba ganando siempre el que aparece más fuerte, el que más grita, el que más promete, aunque sea en vano, o el que más amenaza.
Puede haber habido otras explicaciones, como, por ejemplo, que los pobres también piensan y están más informados de lo que nos imaginamos.
Se decía que en Venezuela la fuerza del huracán Chávez vivo o resucitado, no permitiría imaginar a los pobres que un cambio sería posible. “Ellos, los pobres, no leen periódicos y la televisión y la radio en Venezuela están amaestrados por el poder”, se pensaba.
Se olvidaban que hoy hasta los más pobres leen internet, tienen Facebook, y sobretodo piensan.
Lo que nos falta aún a todos es aceptar que tenemos una incapacidad crónica para interpretar los humores y latidos de la calle, de los que creemos que no piensan y sólo obedecen.
Y eso nos debe alertar antes de pontificar que, por ejemplo, los millones de indignados que hicieron temblar las plazas del mundo en todo el Planeta, no gritaron en vano.
Hemos sepultado demasiado pronto las esperanzas, por ejemplo, de la primavera árabe y de las protestas en Occidente. Nos cuesta pensar, por ese mecanismo psicoanalítico, que los débiles también pueden un día ganar la batalla.
También cuando enterramos una semilla en la tierra podemos pensar que nunca brotará que acabará pudriéndose. Creemos más en lo que ya ha nacido, aunque a veces se haya quedado viejo y caduco, que en lo nuevo que crece en el silencio de la tierra.
Un día ese silencio se hace voz de nuevo. Una voz nueva y joven capaz de desafiar las voces a veces roncas del poder que se cree eterno.
No lo es.
Venezuela ha empezado a decirnos que las cosas pueden ser diferentes de nuestra lógica de amantes de los vencedores.
___
Juan Arias es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Desde hace 12 años informa desde Brasil para El Pais donde colabora tambien en la sección de Opinión.
http://blogs.elpais.com/vientos-de-brasil/2013/04/venezuela-o-los-pobres-tambi%C3%A9n-piensan.html