Nadie con dos dedos de frente y una gota decencia en la sangre, en cualquier parte del mundo e independientemente del organismo internacional que encabece, puede, a estas alturas, pensar que el régimen que secuestra a Venezuela pueda ser legítimo.
Mucho antes de las elecciones se sabía que esto es una farsa, y el 14 de abril se terminaron de caer las pocas caretas que aún sobrevivían, sobre la tarima de un teatro de arlequines apagado y maloliente.
Cuando el CNE anunció los resultados que ya sabíamos de antemano, vimos cómo Capriles se reivindicaba, haciendo lo que tenía que hacer. Pero eso que hizo, necesariamente debe tener una trascendencia superior a la mera discusión legalista. Sin menospreciar la importancia de las acciones judiciales, éstas solamente representan un capítulo del libro que se ha de escribir con rapidez.
Cuando se vive en un país sin medicinas ni papel higiénico, cada hora asesinan a un compatriota y se hace elocuente que los personeros del régimen informan al G2 cubano, como un niño rindiéndole cuentas a su padre -la traición a la patria más nauseabunda e inaceptable que país alguno haya sufrido en la historia de la humanidad-; el tiempo es un lujo que no se tiene.
En paralelo a las acciones legales, es urgente activar un movimiento de Resistencia Nacional que se transforme en un organismo vivo y enérgico, actuando como la genuina consciencia de una nación que no está dispuesta a sucumbir a la esclavitud y renunciar definitivamente a su dignidad.
Aquí se llegó a un punto de no retorno, donde nada de lo que se haga puede comprometer la pureza de las exigencias legítimas que tiene el pueblo de erradicar al régimen abyecto y abrir un camino de libertad.
Exigimos a los políticos abandonar lo coyuntural y abrazar la historia.
@jcsosazpurua / www.jcsosa.com