Vivimos en un país hecho de invisibles, por eso nos resulta tan difícil salir de la crisis. Es evidente que tender un manto de invisibilidad sobre todo lo que al poder le incomode (“invisibilizar”, según el léxico gubernamental), es ahora una política de Estado. No les basta ya negar la existencia de los opuestos y de los problemas, mucho menos les sirve poner las responsabilidades de nuestras cuitas, siempre y sistemáticamente, sobre los hombros del pasado, del “imperio”, de la “oposición apátrida y traidora”, o como en el caso de las fallas eléctricas, hasta de las iguanas. Ahora la perversión va más allá: A todo lo que moleste, a todo lo que pueda comprometer la dudosa autoridad que ahora nos desgobierna, se le “invisibiliza”.
La violencia que enluta tantos hogares cada día no existe, no es tal. A la gente no la matan los “bienandros” en la calle, mucho menos la atracan. Todo es, a los ojos del poder, un “show mediático” orquestado por oscuros y difusos intereses, que sólo viven, en su obtuso decir, para promover el descontento popular contra la “revolución”. Por eso es mejor que no se hable de aquella, por eso es mejor cerrar los ojos, y cerrarnos los ojos, para hacerla invisible.
A los estudiosos, a las ONG y a los medios, desde hace ya muchos años se les niegan las cifras oficiales reales de fallecidos a manos del hampa, pero ahora el poder extrema sus empeños e impone a las malas la orden, so pretexto hipócrita de no rendir culto a la violencia, de que no se difundan las noticias asociadas a las decenas de asesinatos diarios, los de verdad, los que si ocurren en nuestra nación. Maduro prefiere forzarnos a tornar la mirada hacia otro lado hablando, sin pruebas en la mano para variar, de otros supuestos “asesinatos”, de los que habría planes ya en ejecución, para acabar “moral y físicamente” con él mismo y con otros personajes de su gobierno. Estos, al igual que los más de veinte planes de teatrales “magnicidios” que Chávez denunció en vida contra él, no sólo nunca se ejecutan, sino que jamás dan lugar siquiera a una investigación, pero eso no les importa. Lo que les importa es que no hablemos de lo que sí existe, lo que quieren es “invisibilizar” la realidad. No se puede criticar lo que no se ve.
No importa si es la oposición, un otrora poderoso exmagistrado del TSJ o Mario Silva quien lo denuncie o lo confiese. Si alguna frase, grabación o testimonio osa arañar la costra fea y podrida que ya cubre los desempeños corruptos, abusivos y hasta criminales de algunos de los más conspicuos adalides del “Socialismo del siglo XXI”, se impone desde Miraflores la invisibilidad. Lo sufrimos en el caso de Mario Silva. Para el poder, bastó silenciar al bocón y sacar del aire su programa para que no se vea más, esto es, para que se “invisibilice”, y luego seguir actuando como si nada hubiese ocurrido, para dar por cerrado el asunto. La misma Fiscal General dio cuenta de haber captado la seña (y así había actuado también en otros casos, como en el de Aponte Aponte), y declaró sin tapujos que en esta oportunidad ella tampoco “vio nada”, por lo que hasta que a alguien se le ocurrió llevarle una denuncia formal sobre los hechos, ella no tenía “nada que investigar”. Pero no nos hagamos ilusiones, tampoco investigará ahora. Su parapeto es una distracción que ella y los suyos esperan que nos lleve a poner nuestra atención en otro lado, para que dejemos de ver, para que “invisibilicemos” lo que no le conviene al poder que se vea.
Corremos el riesgo de ser víctimas de una epidemia grave de AH1N1, que pone en particular peligro la vida de nuestros niños, de los ancianos y de la población más vulnerable. Pero eso para el poder no existe. No han muerto en nuestro país ya más de dos decenas de personas, ni se han reportado al menos trescientos casos de contagio en varios estados del país. A las cifras reales hay que cubrirlas alevosamente con el manto de la invisibilidad, ya que nuestra Ministra de Salud, Isabel Iturria, considera, y la cito textualmente, que “el único motivo que hay para crear alarma son (sic) intereses políticos y económicos que puedan estar detrás de estas situaciones”. Por eso no habla de cifras, por eso las “invisibiliza”. Está segura de que si así procede, nos hará creer que no hay problema alguno. Habla de lo ocurrido en otros países, pero deliberadamente omite que los fallecimientos o los casos de contagio en esas otras naciones (Brasil, Colombia, Estados Unidos) nunca fueron ocultados por sus gobiernos, y que los mismos tuvieron lugar en todo lo que va de año, no como los de acá, que se han dado todos en menos de un mes ¡Vaya pues! La oposición y el capitalismo, que no la muy deficiente planificación sanitaria que ya va para tres lustros afectándonos a todos en Venezuela, son los culpables de todo. Habría que ver cómo digieren eso los familiares de los que han muerto a causa de esta enfermedad.
La inflación y la escasez son para el poder tan invisibles como invisibles son para los venezolanos nuestra capacidad adquisitiva o el aceite, la harina o el papel higiénico. A nosotros nos basta entrar a una bodega o a un automercado para darnos cuenta de que la plata no alcanza y de que esos productos, como muchos otros, no se ven. Son invisibles. Nuestro salario “desaparece” de nuestros bolsillos y los anaqueles siguen vacíos, mientras el gobierno se afana en inventarnos cuentos sobre perversos capitalistas, sobre malvados acaparadores, o como reza el más disparatado de ellos, sobre alzas abruptas en el consumo como causas de la invisibilidad de nuestro dinero o de los productos.
Muchos más de siete millones de venezolanos optamos el pasado 14A por una visión diferente de país. Incluso atenidos a las cuestionadas cifras oficiales, quienes así nos expresamos representamos al menos la mitad del caudal electoral que se movilizó aquel día, pero eso al poder le tiene sin cuidado. En lugar de construir los puentes necesarios entre los unos y los otros, para ver si de esa forma recomponemos las cosas, lo que ha hecho es “invisibilizar” a quienes no estamos con “el proceso”. A lo más que llega Maduro es a hablar con unos pocos, cuando y con quien le conviene, pero la mayoría de las veces “dialoga” ante el espejo, donde sólo se ve y se oye a sí mismo; los demás, si no le somos útiles o leales, somos invisibles. Lo peor de esto es que en muchos de los que no creen en este gobierno se replica el fenómeno, y optan por creer que el país está hecho sólo de los que anhelamos un cambio, cuando la verdad es que del otro lado de las preferencias políticas también hay aún millones de venezolanos aferrados a esa esperanza que Chávez les quedó debiendo y que sus herederos tampoco van a hacer realidad. Emulando a los intolerantes oficialistas, para estos radicales de oposición el chavismo es “invisible”. Nada puede construirse desde allí.
Es hora de salir de las invisibilidades. Sólo con los ojos bien abiertos a la realidad saldremos adelante.