Afuera, un grupo de colegas y familiares esperándome. El abrazo de mi hijo, el más ansiado. Después ha sido volver a entrar en mi espacio y en el tempo singular en el que transcurre la vida aquí. Ponerme al día de historias, sucesos del barrio, la ciudad y el país. Ya estoy de vuelta. Con una energía que los tropiezos cotidianos tratarán de recortar, pero de la que algo me quedará para emprender nuevos proyectos. Una etapa de mi vida termina y otra se perfila. He visto la solidaridad, la he palpado y ahora tengo también el deber de contarle a mis compatriotas de la Isla que no estamos solos. Me he traído tantos buenos recuerdos: el mar en Lima, el Templo Mayor en México DF, la Torre de la Libertad en Miami, la belleza de Río De Janeiro, el afecto de tantos amigos en Italia, Madrid con su Museo del Prado y sus Cibeles, Ámsterdam y los canales que la atraviesan, Estocolmo y los ciber activistas de todo el mundo que conocí allí, Berlín y esos grafitis que cubren lo que una vez fue el Muro que dividió a Alemania, Oslo rodeado de verde, New York que nunca duerme, Ginebra con sus diplomáticos y la sede de la ONU, Gdansk cargado de historia reciente y Praga, la bella, la única. Todos esos lugares, con sus luces y sus sombras, sus graves problemas y sus momentos para el ocio y la risa, me los he traído a La Habana.
Ya estoy de vuelta y no soy la misma persona. Algo de cada sitio en donde estuve se quedó en mí, también los abrazos y las palabras de ánimo que me dieron están hoy aquí, conmigo.