“Soy una chica del desierto y he podido estar encima de la montaña más alta del mundo”, afirma con orgullo Raha Maharraq, la primera mujer de Arabia Saudí que ha logrado romper tabúes y alcanzar la cima del monte Everest.
Heba Helmy/EFE
De regreso a Yeda (Arabia Saudí) tras coronar el pico de 8.848 metros de altura el pasado 18 de mayo, Maharraq relata a Efe la aventura de su vida, que le ha convertido en una de las primeras mujeres árabes que suben el coloso.
Sin duda, para esta joven de 27 años el desafío verdadero no ha sido la escalada de dos meses al Everest, sino afrontar los retos de ser mujer y saudí.
“Más difícil que ascender el Everest fue convencer a mi familia de que quería hacerlo”, recuerda Maharraq, la menor de tres hermanos.
Al principio, sus padres rechazaron la idea al temer por la vida de su hija y por la reacción de una sociedad conservadora, la saudí, en la que una mujer ni siquiera puede salir a la calle sin estar acompañada de un varón de la familia.
Tras largas discusiones, la joven consiguió convencer a sus padres al apelar precisamente a su fe religiosa: “Si creéis en Alá, yo tendré éxito”.
Pese a alcanzar el consentimiento paterno, eso no le ha librado de las críticas que ha sufrido incluso antes de regresar a Arabia Saudí tras lograr la hazaña.
Algunos medios de comunicación del país le han reprobado por salir en fotos en el Everest con el pelo descubierto, lo que viola las normas del reino wahabí, donde las mujeres están obligadas a cubrirse el cabello.
Maharraq no lleva velo porque vive en Emiratos Árabes Unidos desde que terminó sus estudios universitarios: “Normalmente no llevo ‘hiyab’ (velo islámico). Entonces ¿por qué tengo que ponérmelo cuando estoy en un país extranjero?”, pregunta la joven.
Las descalificaciones a la alpinista han llegado hasta el punto de que algunos medios han afirmado que ni siquiera era saudí o que no fue capaz de subir el Everest escalando sino en helicóptero.
Por estos motivos, el mensaje que Muharraq quiere transmitir después de pasar quince minutos en la cima del Everest es que “las saudíes tienen que ser valientes y negociar con sus familias para lograr sus sueños. Los hombres deben entender que conseguir un derecho no viola la cultura del país”.
En el caso de esta joven, diseñadora gráfica de profesión, la idea de escalar montañas brotó hace tres años, cuando buscaba una aventura para romper con la rutina cotidiana.
La primera gran cumbre que holló fue el Kilimanjaro, en Tanzania, gracias a un viaje organizado por el primer egipcio que escaló el Everest, Omar Samra.
Aunque es deportista desde la infancia -ya de pequeña buceaba y montaba a caballo-, subir la montaña más alta de África le exigió dos meses de entrenamiento y preparación.
Desde entonces, está enamorada del montañismo y se ha propuesto coronar las cumbres más altas de los siete continentes, de las que solo le quedan el monte McKinley, de 6.194 metros y en el Estado de Alaska (EEUU), y el Kosciuszko, de 2.280 metros de altura y situado en Australia.
Su sueño de llegar a la cima del Everest comenzó hace un año cuando subió junto con otras nueve mujeres saudíes hasta el campo base, el primero en esta escalada, situado a 5.400 metros de altura.
Aunque se había preguntado en muchas ocasiones cómo se sentiría en la cumbre, cuando por fin lo logró se sintió incapaz de expresar emociones.
“Me miré a mí misma y me dije: ‘Estás en la cumbre más alta del mundo’. Era un sentimiento raro”, rememora Maharraq, que escaló con un grupo de quince alpinistas, que incluía a otros tres árabes.
La ascensión al Everest no fue una misión fácil: sufrió varias veces de fiebre y vio con sus propios ojos a montañeros morir congelados, aunque asegura que nunca pensó en volver atrás.
“Solo me entró miedo el día antes de llegar a la cima, porque temía que mi cuerpo no pudiera resistir el frío y me congelara allí”, reconoce.
La primera persona a quien llamó después de terminar la expedición y regresar a Nepal fue a su padre.
“Papá, lo he hecho” fueron las primeras palabras a su progenitor, mientras escuchaba de fondo la voz de su madre que preguntaba si de verdad estaba viva, evoca la alpinista, para quien la aventura del Everest ha sido una experiencia personal inolvidable, por encima de las críticas recibidas.
“Ascender el Everest ha sido por y para mí”, zanja. EFE