El socialismo marxista ha fracasado siempre. Y siempre fracasará. Es inevitable. La base de la que parte es falsa: que el humano es esencialmente bueno pero que la sociedad capitalista lo pervierte; la propiedad privada de los medios de producción genera egoísmo, fuente de todos los males sociales.
Esta falsa premisa es la base de un castillo de naipes de necedades que, si no hubiesen generado las espantosas consecuencias que generaron en la Unión Soviética, China o Cuba, sería motivo de risa y comicidad.
La única forma de acabar con los males sociales es acabando con el egoismo. El interés individual debe ser supeditado al interés colectivo. Las empresas privadas son fábricas de maldad, hay que colectivizarlas. Y empiezan con los inventos: estatización, empresas de producción social, cooperativas, empresas socialistas, autogestionadas, comunitarias, fundos zamoranos, y demás hierbas. Todas fracasan. Tarde o temprano. Pero lo siguen intentando, esta vez sí; ahora le meteremos más formación ideológica para erradicar la corrupción y demás vicios pequeñoburgueses. Pero la terca realidad les vuelve a dar un tortazo en la cara: siguen fracasando. No aprenden.
No entienden que para pintar se necesitan pintores, para cantar cantantes y para escribir escritores. Para manejar empresas se necesitan empresarios. Manejar una empresa es un arte. Todo el mundo puede intentar pintar, pero pocos serán artistas. Se requiere pasión, audacia, disciplina y talento. Eso mismo se requiere para ser empresario, solo que no es talento artístico sino empresarial. La obra final será tan buena como abundante sean estos atributos.
Todos tenemos talentos. Pero no todos tenemos talento para lo mismo. El talento empresarial, esa pasión que mueve al empresario a superar obstáculos, a preservar frente a la dificultades, a anticiparse al futuro, a disfrutar del desafio de ponerse metas y disfrutar cuando las conquistan no se encuentra en todas partes.
Venezuela tiene una riqueza tremenda. No me refiero al petróleo, que solo es riqueza real cuando se le agrega valor. Me refiero al espíritu empresarial. El sueño de los venezolanos no es tener un quince y último que les de seguridad y estabilidad, aunque ojalá todos lo pudiesen tener. El sueño recurrente es tener su propio negocio. Aqui muy pocos aspiran a una larga carrera en una corporación pública o privada. La mayoría desea secretamente ser su propio jefe, tener su propio negocio.
Ese deseo de independencia financiera, de tener su propio negocio se evidencia claramente en el éxito de las franquicias, en la rápida comercialización por los buhoneros de cuanta cosa olfateen como vendible, en la proliferación de líneas de mototaxis, en la cantidad de gerentes exitósos que cambian la estabilidad del empleo fijo por la aventura de emprender su propio sueño.
Ese espíritu emprendedor es una bendición para cualquier nación. Pero como el petróleo, no sirve de nada cuando esta crudo. Hay que extraerlo, refinarlo y agregarle valor. En el caso del talento empresarial hay que aprovecharlo, fomentarlo, no atacarlo, no cercarlo, darle oportunidades, tenderle una alfombra roja, darle confianza; en resumen: sembrarlo, fertilizarlo y cosecharlo.
Las colectivización de los medios de producción fracasa por eso, por ser colectivos: no tienen dueño, no tienen doliente, no tienen la energía vital que le pone el artista a su obra. La obra de arte del empresario es su empresa.
Por supuesto, estamos hablando de verdaderos empresarios, no de los maulas que solo saben recostarse del Estado petrolero para generar cuentas multimillonarias de la nada; que por cierto florecen más mientras más colectivos se hacen los medios de producción.
Los marxistas no han entendido que tienen, parafraseando a Bolivar, cien años “plagando al mundo de miserias en nombre de la libertad”. Ya como que es suficiente.
@vicentedz