En el diccionario la palabra burguesía refiere a esa clase acomodada que controla poder económico y político. En Venezuela todos sabemos quienes forman parte de esta clase ascendente y privilegiada, que a diferencia de la burguesía tradicional, se ha venido rodeando de un sin fin de extravagancias y excesos que les ha dado un sello particular. Carros lujosos, yates, manzanas completas en exclusivos conjuntos residenciales, viajes, guardaespaldas y una libreta llena de contactos para facilitar muchos de sus negocios los distinguen. Por supuesto, no podía faltar en la lista la corbata roja.
Los nuevos ricos venezolanos representan el ejemplo más vergonzoso de ascenso social en el mundo, se oponen a los valores de esfuerzo y dedicación que han caracterizado muchos casos exitosos de movilidad económica. Ellos han llegado a la cima no como las águilas, sino como los reptiles, cosa que le resta cualquier tipo de reconocimiento.
Lo cuestionable no es que antes vivieran en Catia y ahora se mudaran al Country, que inviertan en la banca después que ni siquiera una cuenta tenían. Lo cuestionable es la manera como han amasado una inmensa fortuna en menos de diez años, compitiendo con los más poderosos de Latinoamérica y ninguna institución del Estado se decida a investigar de dónde proviene tanta prosperidad súbita.
La superación de un grupo social siempre es motivo de orgullo cuando es resultado de meritos propios. En Brasil se habla de 40 millones de personas que pasaron de la pobreza a la clase media en la última década, eso significa un acierto del sistema para incluir a todos, no a una elite en particular. Esa misma gente que se acostumbró a lo bueno es la que hoy exige más en las calles, sus necesidades son otras, no solo la alimentación como antes, piden servicios públicos de calidad. Aquí tenemos una clase emergente que tiene tanto dinero como soberbia y está utilizando el poder para atropellar al resto de la sociedad.
Esta burguesía roja que representa la descomposición moral en la que vive el país en estos momentos es la que pretende tomar la balanza de la justicia y señalar con el dedo acusador a quien piensa diferente. Gracias a Dios cada día el pueblo venezolano les cree menos, debido a que perdieron todo tipo de conexión popular desde que se acostumbraron al aire acondicionado y al caviar. La gente sabe de ellos cuando los ve pasar en caravanas de blindados a millón, con vidrios tan ahumados que no los dejan ver el desastre que hay afuera.
Como todo lo que sube rápido baja a la misma velocidad, llegará el momento en el que la burguesía roja tenga que ofrecer respuestas a los venezolanos por tantas injusticias. Por ahora que sigan haciendo uso de su arrogancia sin control, haciendo negocios sin límite, que quienes estamos con la verdad sabemos que Venezuela no vivirá toda la vida pisoteada por unos cuantos que se creen poderosos.
Brian Fincheltub