Al margen de los insultos y las descalificaciones personales, que nada añaden al debate, el mejor argumento de quienes rechazan mi criterio tiene que ver con el bien público. Al conjunto de la sociedad, dicen, le conviene tener buenos profesionales. Así todos progresamos. Es una inversión, opinan, no un gasto.
De acuerdo. Creo que la educación a veces es una inversión y no un gasto. En todo caso, no estoy seguro, exactamente, cuál es la ventaja social de graduar teólogos o filósofos, dos ocupaciones muy respetables, mas escasamente productivas, pero hay varios asuntos que deben abordarse.
El primero es de carácter moral. El Estado, insisto, no debe otorgarles privilegios a los adultos responsables. Las ventajas en calidad de empleo y nivel de salario de los graduados universitarios son muy notables. La gratuidad de la enseñanza universitaria consiste en meterles la mano en el bolsillo a todos para favorecer a unos cuantos de manera permanente.
El Estado, en cambio, puede avalar los préstamos de los universitarios y estimularlos para que estudien. También puede otorgar becas a los mejores. La meritocracia es un factor clave en los sistemas en los que no se busca la igualdad de resultados, sino de punto de partida.
Los padres, naturalmente, también deben responsabilizarse. Si los que los trajeron al mundo, y las personas que los conocen de cerca, no creen en ellos, ¿por qué el resto de los ciudadanos debe pechar con el riesgo de prestarle a quien acaso no va a cumplir sus compromisos?
Los universitarios que pagan sus estudios tienden a esforzarse con mayor interés y a exigirles más a sus profesores. Tienen más incentivos para trabajar y crear riquezas cuando terminan. Los fondos que devuelven sirven para educar a quienes vienen detrás. Es más justo.
Hay universidades públicas y gratuitas en América Latina en las que el promedio de años de estudio por alumno duplica al de las universidades privadas. Ya se sabe que la única ley inalterable de la economía es la que asegura que “cuando la oferta es gratis la demanda es infinita y el consumidor, además, no la valora”.
Por otra parte, los recursos disponibles por el Estado son siempre escasos y hay que emplearlos más inteligentemente. Si se quiere adultos responsables que sean buenos universitarios y mejores ciudadanos, donde hay que poner el acento es en la enseñanza preescolar, primaria y secundaria.
Es en las primeras etapas de la vida donde se forman el carácter y los hábitos, y donde se adquieren lo valores. Ahí, además, comparece casi la totalidad de los niños y jóvenes. Para que la búsqueda de igualdad de oportunidades no sea un fraude, la función del Estado, por medios públicos o privados, es preparar a los niños para que puedan competir y sobresalir en la vida. Un niño de origen humilde, bien nutrido y bien educado, tendrá entonces la oportunidad real de abrirse paso.
La manera de contar con buenos universitarios es formar buenos alumnos en los primeros grados. Es en esa época donde hay que suplirles alimentación adecuada y magníficos maestros, bien remunerados y dotados de buenos métodos pedagógicos, de manera que, cuando lleguen a la edad adulta, puedan tomar las primeras decisiones vitales que en gran medida definirán su destino: cómo se van a ganar la vida, qué estudiarán, qué actividad emprenderán, cómo y cuándo constituirán sus familias.
Quienes hemos tenido la experiencia docente universitaria, sabemos la enorme diferencia que existe entre los estudiantes formados en buenas escuelas durante los primeros grados, y los que provienen de pésimas instituciones, casi siempre públicas, donde los maestros no tienen buena preparación, no están motivados o no están decentemente remunerados.
Una última e inteligente observación, hecha por el profesor Alberto Benegas Lynch desde Argentina: le parece curioso que esos universitarios que se oponen al lucro, cuando se convierten en profesionales rara vez emplean su tiempo en ayudar gratuitamente al prójimo.
Lo dicho: el lucro que les molesta es el de los otros.