La noticia de que a un buque con bandera de Corea del Norte, proveniente de La Habana, le habían encontrado misiles y demás material bélico en sus bodegas, saltaba a las primeras planas de muchos diarios internacionales. En Panamá, lugar donde se detectaron las armas, hasta el propio presidente del país envío vía Twitter el reporte de lo sucedido. A sabiendas de que en estos tiempos que corren ya es casi imposible censurar –para el público nacional- un hecho de semejantes dimensiones, hoy nos hemos despertado con una escueta nota del Ministerio de Relaciones Exteriores. En tono autoritario explica que tal armamento “obsoleto” –pero funcional- iba con destino a la península coreana para ser reparado. No aclara, sin embargo, el por qué para ello era necesario esconderlo en un cargamento de azúcar.
En un momento en que los periódicos dan lecciones de que los gobiernos no se pueden salir con la suya en cuanto al secretismo, es penoso –cuando menos- el papel conformista de la prensa oficial cubana. Mientras en España varios diarios han puesto en jaque al partido gobernante al publicar las declaraciones de su ex tesorero; en Estados Unidos el caso Snowden llena portadas y se le piden explicaciones a la Casa Blanca sobre la invasión de la privacidad de tantos ciudadanos. Resulta inconcebible que esta mañana, el ministerio de las Fuerzas Armadas en Cuba y su homólogo de Exteriores no estén siendo interpelados por los reporteros y compulsados a rendir cuentas. ¿Dónde están los periodistas? ¿Dónde están esos profesionales de la noticia y la palabra, que deben obligar a los gobernantes a declarar, a los políticos a no engañarnos, a los militares a no comportarse ante los ciudadanos como si fueran niños a los que se les puede mentir constantemente?
Dónde quedaron los acuerdos del Congreso de la UPEC, con sus llamados a quitar trabas, abolir silencios y hacer una labor informativa más pegada a la realidad. Una nota breve y a todas luces plagada de falsedades, no es suficiente para explicar el acto de mandar –a escondidas- armas a un país que las propias Naciones Unidas han advertido de no ayudar con tecnología para la guerra. No van a convencernos de su inocencia con los años de antigüedad del armamento, las cosas que producen horror nunca caducan del todo. Pero, como periodistas, la lección más importante a sacar de toda esta “crisis de los mísiles de azúcar” es que no podemos conformarnos con que las instituciones se expliquen a golpe de breves notas, que no pueden ser cuestionadas. Tienen que hablar, tienen que explicar… y mucho.