En el año de su nacimiento, se firma el Tratado de París o Tratado de Versalles, que pone fin a la guerra entre el imperio británico y sus separatistas colonias de Norteamérica, que se convierten desde ese momento en un país libre llamado Estados Unidos, formado por 13 colonias. La corona española se debilitaba ante los embates de Francia y el despotismo de sus reyes.
Comenzaba en el mundo la revolución industrial, que cambiaría para siempre las bases económicas y sociales del planeta. La Ilustración y el Enciclopedismo hacían universal el conocimiento; la noción del liberalismo como forma de vida política y personal; la popularización de la imprenta como medio educativo; el empoderamiento de la ciencia, la razón y el pensamiento lógico; el romanticismo, el idealismo y la popularización de las artes.
Las ideas de igualdad, fraternidad y libertad de la Revolución Francesa, iniciada en 1789, marcaron el ideario político del joven Bolívar, ya impregnado de filosofías humanistas y con una afición a las letras cultivada por dos de sus grandes maestros, Andrés Bello y Simón Rodríguez.
Ávido de conocimientos, de aventuras, de trascendencia, desde su más temprana infancia el menor de los hermanos Bolívar gusta de las grandes gestas, del liderazgo.
Desafortunado con fortuna
Y es que Simón Bolívar era “alguien” cuando nació en cuna de oro el 24 de julio de 1783: hijo de dos familias principales, llamadas “mantuanas” por ser criollos descendientes de blancos peninsulares, dueñas de inmensas riquezas representadas sobre todo por extensas propiedades en el interior de las provincias. Los Bolívar y Ponte y los Palacios y Blanco amasaban las más opulentas fortunas de la colonia venezolana.
Tanto los Bolívar como los Palacios, eran la aristocracia caraqueña. El apellido Palacios provenía de la localidad de Miranda del Ebro en Castilla la Vieja; y los Bolívar, de la región de Bilbao en Vizcaya. Juan Vicente Bolívar y Ponte y María de la Concepción Palacios y Blanco eran fruto de varias generaciones de estas ricas familias, pero habían nacido en tierras venezolanas. Después de su matrimonio habitaron una mansión solariega de estilo sevillano heredada por Juan Vicente, con patios interiores convertidos en jardines, ubicada casi frente a la plaza de San Jacinto, a menos de 200 metros de la Plaza Mayor. Por el fondo se comunicaba con la casa del padre de María de la Concepción, Don Feliciano Palacios; y colindaba con el convento de San Jacinto. En esta casa pasó Simón parte de su infancia, tomando vacaciones en la Cuadra de Bolívar, una propiedad campestre en las afueras de la ciudad y también en la bellísima propiedad de la hacienda San Mateo.
Caracas, era una sociedad tradicional, de estratos sociales definidos, pero abierta a las influencias foráneas y sobre todo, muy amante de las artes. Las clases altas durante la segunda mitad del siglo XVIII desarrollaron gusto por la música, la literatura, el arte, los modales refinados. Procuraban información del resto del mundo y enviaban a su prole, sobre todo a la masculina, al viejo continente a formarse en los salones de las grandes capitales.
Bolívar solía contar a su edecán Ramón Florencio O´Leary episodios de su niñez que el fiel edecán transcribió así: “Mi padre que era más bien radical y poco de los rituales de la Iglesia, quería darme el nombre Pedro, el Apóstol Mayor, el de “eres piedra y sobre esta piedra edificare mi iglesia”; pero Simón es un nombre que en la familia es más como una enfermedad de lo mucho que se repite. Una enfermedad de verdad también, porque lo llevaban tanto mi quinto abuelo Simón de Bolívar el Viejo, el primer Simón Bolívar, y mi cuarto abuelo, Simón Bolívar el Mozo, como el primer Bolívar en Venezuela. Como ambos eran a cual más de locos, esto me deja a mí como Simón Bolívar el Niño, en su digna compañía, y para muchos, más loco que los viejos Simones”
La infancia del Libertador estuvo marcada por las tempranas muertes de su padre, cuando contaba 2 años, de su madre cuando no cumplía aún los 9 y luego de su abuelo y tutor Feliciano Palacios. Simoncito era fantasioso, extrovertido y alegre. Por ser el menor de la casa, era el consentido de los esclavos, con los cuales compartía muchas horas del día, lo cual fortaleció sus sentimientos de igualdad y justicia. Una vez huérfano, heredero de una gran fortuna de grandes plantaciones, esclavos y residencias, tuvo una época dolorosa e inestable, llena de mudanzas de una casa a otra, ya que vivió en la casa de su recién casada hermana María Antonia, en la de sus tíos y en la de varios de sus preceptores. Por lo tanto, su educación tampoco fue sistemática pero sí de mucha calidad.
Simón se convierte en un joven rebelde, que se fuga de la casa de sus tíos y se niega a recibir órdenes. Por eso le envían a España a terminar su formación en casa de su tío Esteban Palacios. En su primera salida de Caracas, el barco le lleva en una travesía que pasa por México y La Habana, para desembarcar finalmente en Santoña, cerca de San Sebastián.
Influencia europea
En Madrid es acogido en la casa de su tío y en la del Marqués de Ustáriz. Lenguas extranjeras, matemáticas, danza y música, equitación e historia, hacen la educación propia de un joven de clase alta de su tiempo. Sin cumplir aún los 18 años, conoce en Madrid a una pariente lejana, María Teresa Toro y Alaiza y se enamora perdidamente de ella. En esa época realiza su primer viaje a París.
Después de mucho insistir, venciendo la oposición paterna de la joven que los considera (especialmente a Simón) muy jóvenes, finalmente se casan el 26 de mayo de 1802, él de 19 años y ella de 20. Los recién casados regresan a Venezuela y Simón lleva a su esposa a la maravillosa hacienda de San Mateo. Pero la tragedia nuevamente se ceba en él cuando ella contrae malaria y apenas 8 meses después de casado, enviuda el 22 de enero de 1803.
Abatido y lleno de dolor, decide volver a Europa ese año. Permanece pocos días en Madrid y luego se va a París. Vivirá en Europa por tres años y medio, en un período decisivo para su formación intelectual y la orientación de su actividad futura.
Allá se reúne con su maestro Simón Rodríguez, quien encuentra a su pupilo ahogando sus penas en fiestas y placeres. Lo induce a acercarse a los enciclopedistas y es entonces cuando Bolívar toma contacto con Montesquieu, Rousseau, Voltaire. El joven caraqueño es testigo presencial de la gran coronación de Napoleón como emperador, en París. El mapa político y el pensamiento filosófico están experimentando revolucionarios cambios en el mundo.
Ese parece ser el momento en que Bolívar toma conciencia de su privilegiada posición en su sociedad, de los ideales que realmente lo conmueven, de la gesta que debe iniciar para lograr la satisfacción de sus inquietudes. El 15 de agosto de 1805, en Roma y en presencia de Rodríguez, hace un juramento que la historia ubica en el Monte Sacro, de no dar descanso a su brazo ni reposo a su espíritu hasta liberar a su patria y consagrar su vida a la independencia de la América Española.
A fines de 1806 sale de Europa rumbo a los Estados Unidos. Entre enero y junio visita ciudades y conoce de cerca personajes y testimonios de su lucha por la independencia. Regresa a Caracas en junio, donde se reintegra de nuevo a su vida de criollo, a su familia y sus haciendas, pero es evidente que no ha abandonado la decisión tomada en Roma. Se mezcla con algunos grupos que conspiran, particularmente a raíz de la invasión de España por Napoleón y de la creación en la Península de las Juntas de resistencia al usurpador extranjero.
En 1808 forma parte de la “revolución de los mantuanos” por lo cual es confinado a sus propiedades en los valles del Tuy. Allí está el 19 de abril de 1810, cercano a cumplir los veintisiete años. A partir de este momento, cuando se integra a la Sociedad Patriótica, ya jamás abandonará la vida pública.
La herencia ideológica
Rico, inteligente, con grandes apellidos, formado en Europa y por tanto, con una visión global de la geopolítica, Bolívar estaba formado para ser un liberador. Excelente estratega militar, experto en derecho de gentes y relaciones internacionales; creyente en la libre expresión, impulsador del periodismo, obtuvo su primera imprenta en 1811 en Londres y la obsequió al Gobierno Revolucionario de Caracas. Llevaba una portátil en las campañas para difundir Decretos, proclamas y ordenes de vital importancia en el curso de la guerra; fundó gacetas y periódicos. En 1818, en Angostura, el “Correo del Orinoco” que se convertirá en el instrumento más eficaz de las relaciones internacionales, arma letal contra la monarquía, tan eficiente como el mismo ejército patriota en la tarea de crear un mundo nuevo.
Fundador de lo Contencioso Administrativo en América al conformar el Consejo de Estado en Angostura, el primer tribunal administrativo que juzgaría las actuaciones de los Gobernantes. Creía en la globalización: convoca un equipo de trabajo compuesto por venezolanos, neogranadinos, ingleses, irlandeses, franceses, antillanos, que lo acompañan en la aventura intelectual de creación de la Gran Colombia.
Dueño de un lenguaje exquisito y moderno, no podía escapar a los encantos de la literatura, de la ficción literaria. “Mi Delirio sobre El Chimborazo” y los comentarios al “Canto a Bolívar” de José Joaquín Olmedo, denotan su formación clásica y su dominio de las letras. Muchos consideran a Bolívar, un consecuente escritor de sus gestas, uno de los mejores autores del siglo XIX en lengua española.
En su niñez, Simón Bolívar probó la soledad, condición que lo acompañó durante toda su vida y hasta en su muerte. Como todo huérfano, se acostumbró a desenvolverse solo, lo cual le formó ese carácter decidido, hasta terco, pero con una voluntad sobrehumana para lograr sus metas. Era un creador, imaginativo y emprendedor, una inteligencia notable para sobrevivir a la adversidad y sacar provecho de ella. Su legado no es solo político: es el espíritu de lucha, la tenacidad en perseguir la libertad, la responsabilidad para asumir sus errores y la inmensa capacidad para dirigir y liderar la historia, lo que le hace único e irrepetible.
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