Ho Van Thanh, de 82 años, se niega a hablar con nadie excepto para rogar su vuelta a la choza en la que vivía con su hijo de 43 años en los bosques de la provincia de Quang Nai, en el centro del país, según el periódico “Than Nien” (Juventud).
Demasiado débil por su avanzada edad y la malnutrición, Thanh no pudo oponer resistencia cuando las autoridades se adentraron 42 kilómetros en la jungla la semana pasada para arrastrarles de vuelta a la civilización a él y su vástago.
El anciano, un veterano del Ejército norvietnamita durante la Guerra de Vietnam, huyó con su pequeño de dos años a la jungla cuando su casa fue bombardeada una noche de 1972.
Al principio vivieron a una hora a pie del poblado más cercano, pero fueron adentrándose en la jungla hasta que se alejaron 40 kilómetros de la civilización.
El anciano, que no habla el idioma nacional vietnamita sino el de la minoría étnica cor, quiere volver a su cabaña para ocuparse de la pequeña huerta de una hectárea en la que él y su hijo plantaban maíz, mandioca, caña de azúcar y tabaco.
Thanh vivió sus primeros cuarenta años de vida en el mundo civilizado, trabajando como herrero antes de la guerra, pero quedó traumatizado por los bombardeos y es incapaz de adaptarse a la vida en sociedad.
Su aclimatación está siendo tan costosa como la de su hijo Ho Van Lang, quien ha permanecido en la jungla desde que tenía dos años y está viviendo una inmersión acelerada en el mundo moderno.
Tras las impactantes imágenes en las que aparecía junto a su padre con un simple taparrabos y la mirada perdida, Lang se ha convertido en un fenómeno mediático en Vietnam a medida que descubre los secretos de la civilización.
Hospedado en la casa de unos familiares, sus fotografías fascinado ante un billete de 10.000 dongs, vistiendo pantalones deportivos y una cazadora vaquera, comiendo arroz con los tradicionales palillos o sosteniendo un cigarrillo se han divulgado como la pólvora por las redes sociales.
Según la prensa local, Lang pasa los días sentado en la vivienda en la que se aloja fumando un cigarrillo detrás de otro y no consigue conciliar el sueño.
Los supuestos placeres de la vida moderna no parecen seducirle lo suficiente, y él también ha pedido regresar a la selva.
“Echo de menos la jungla. No quiero quedarme aquí. No entiendo por qué nos trajeron”, confesó a su primo Ho Van Lam, según el diario digital VnExpress.
Las autoridades locales han pedido a la familia que vigile a Lang de cerca porque temen que se fugue y retorne a la vida salvaje.
Según su primo, trató de huir el pasado viernes, pero unos niños de la aldea le vieron y dieron el aviso.
Las autoridades locales tienen previsto construir una casa con una pequeña huerta para los dos “robinsones” y han anunciado que pagarán una pensión a Ho Van Thanh por su condición de veterano de guerra.
Aunque han vivido aislados todo este tiempo, su paradero se conocía desde 1983, cuando consiguió dar con ellos el hijo benjamín de Thanh, Ho Van Tri, superviviente de la bomba que mató a su abuela y a dos de sus hermanos mayores y criado con un familiar.
Tri volvió varias veces al refugio de su padre y su hermano para llevarles ropa, utensilios y algunos alimentos, pero jamás logró convencerles de que regresaran a la civilización.
El anciano Thanh se niega a aceptar que Tri sea su hijo, ya que lo cree muerto desde la guerra. EFE