Admisiones de adulterio, puñetazos y regalos de carne cruda: el juicio contra Bo Xilai ha aportado hasta el momento jugosos detalles sobre el estilo de vida de una familia de la elite china, pero escasos datos que apunten a que el ex dirigente recibirá una condena ejemplarizante.
Desde que el jueves arrancó la vista por corrupción, abuso de poder y aceptación de sobornos, la extensa revelación de episodios escabrosos ha ido “in crescendo”.
Si el primer día Bo sorprendió al negar combativo haber aceptado sobornos por 3,5 millones de dólares, el viernes su esposa, la abogada Gu Kailai, testificaba en un vídeo en el que revelaba numerosos detalles acerca de la vida de esta familia de la aristocracia comunista china.
Gu, condenada a pena de muerte suspendida -en la práctica cadena perpetua- por el asesinato del empresario británico Neil Heywood, explicó la relación simbiótica entre los Bo y el empresario Xu Ming, quien mientras Bo Xilai fue alcalde de Dalian amasó una inmensa fortuna en esa ciudad del noreste chino.
Así, Gu puso de manifiesto que el magnate había aportado el dinero para que ella comprara la casa de sus sueños en Cannes, de cuya administración se encargó Heywood.
Desacuerdos sobre esa gestión agriaron la relación entre Gu y Heywood y llevaron a la ex abogada a perpetrar el asesinato.
Pero no fue sólo el chalet: Xu sufragó también billetes de avión para el hijo de la pareja, Bo Guagua, por valor de decenas de miles de dólares, que incluyeron un viaje a África para éste y sus amigos.
Precisamente de este viaje, Guagua regresó con un trozo de carne cruda de un animal “muy raro” como regalo para su padre. Ante el enfado de su hijo, Bo insistió en hervir al vapor la pieza antes de comerla. “La encontré muy sabrosa. Mi marido y yo la comimos juntos y duró cerca de un mes”, explicó Gu.
A cambio de su generosidad, Xu lograba, según explicó la mujer, hacerse con el equipo de fútbol de Dalian o importar un globo aerostático.
Bo rechazó el testimonio de Gu como el de una “loca”. Y, por el camino, reveló que ella le abandonó durante varios años tras enterarse de que él había mantenido relaciones extramatrimoniales a finales de los años noventa.
Si estas intimidades no fueran suficientes, el proceso alcanzó su momento más dramático con la comparecencia como testigo de la acusación del lugarteniente de Bo, Wang Lijun, el hombre que, con su intento de asilo en un consulado estadounidense en febrero de 2012, acabó causando la caída del otrora todopoderoso líder.
Wang -que según algunas versiones ha sufrido una apoplejía y compareció en silla de ruedas- se presentó como un “amigo” pero también “una víctima” de su antiguo superior.
Wang, entonces jefe de Policía de la ciudad, afirmó que huyó porque temió por su seguridad después de que el ex dirigente le propinase un puñetazo cuando le contó que Gu había matado a Heywood.
Bo le tachó de “vil mentiroso” y de “personalidad abominable”.
Pese a los múltiples detalles de la historia que han salido a la luz, ninguna de las acusaciones parece anticipar una condena ejemplarizante, como vaticinaban algunos.
Los cargos de corrupción y malversación apenas suman 5 millones de dólares, la mitad de los 64 millones de yuanes (alrededor de 10 millones de dólares) por los que el ex ministro de Ferrocarriles Liu Zhijuan recibió la pena de muerte suspendida el pasado mes.
Más bien, la divulgación de los variopintos detalles por parte de la Fiscalía permitiría defender que se trata de un juicio público e independiente, al tiempo que se pone fin antes de octubre al mayor escándalo político en décadas en China sin salpicar demasiado.
Para entonces se celebrará la gran reunión anual del Partido Comunista, en la que se espera que el presidente Xi Jinping acometa reformas económicas de gran calado que requerirán apoyos de todas las alas del régimen.
Así lo recuerda el experto Willy Lam en un editorial en el diario hongkonés “South China Morning Post”, que indica que el juicio de Bo, quien aún cuenta con grandes apoyos en las filas del Partido, es una “intrincada prueba” de la capacidad de Xi para conciliar la lucha contra la corrupción y la unidad de la formación.
Tal vez entonces, la “carnaza” expuesta en el juicio -no únicamente la que Guagua regaló a su padre- sea sólo una cortina de humo para encubrir una maniobra mucho más complicada. EFE