El pan: Bachar el Asad accederá a la entrada de los inspectores de Naciones Unidas, entregará las armas químicas y se verá arrastrado a una negociaciones de paz que conducirán a ceder el poder a un gobierno provisional. La guerra civil terminará y el dictador y su entera familia se exiliarán a Rusia. La comunidad internacional aprovechará la experiencia de Irak para no repetir en Siria los errores allí cometidos en la reconstrucción, como desmontar el Estado y el Ejército. Será la oportunidad para incluir a Irán y entrar en negociaciones fiables sobre sus armas de destrucción masiva. Si se quiere continuar el cuento de la lechera se puede añadir la esperanza de una pacificación de la región, que facilitaría incluso la paz entre israelíes y palestinos.
Las tortas: Bachar el Asad evita el ataque aéreo de Estados Unidos y aprovecha la dilación diplomática para vencer a los rebeldes y controlar todo el territorio con las armas que le suministran rusos e iraníes. Despacha en cuanto puede a los inspectores de Naciones Unidas y rompe las negociaciones de paz. Endurece la dictadura. Su ejemplo estimula el programa nuclear iraní y ensancha los márgenes de acción de Moscú. EE UU se encuentra de nuevo en la tesitura de atacar o dar por perdidas sus palancas en la región. Israel fia a su propia capacidad militar y al apoyo de Washington en la distancia para mantener su seguridad en la nueva etapa, con una Siria instalada en la fragmentación y el sectarismo. Y quizás ataca a Irán.
La vía diplomática, tan súbitamente emprendida, permite a Obama salvar la derrota que se preparaba en el Congreso. Se ha sabido luego que ya trató con Putin hace más de un año el grave problema que significa el arsenal químico de Siria, país que no ha firmado el convenio de destrucción de tal tipo de armas y al que se considera la tercera potencia mundial en esta tenebrosa espacialidad, detrás de EE UU y Rusia, potencias firmantes que cuentan con programas de eliminación pero todavía no los han concluido.
Es difícil creer que el último quiebro diplomático de Washington sea fruto de una decisión estratégica de la Casa Blanca y no resultado de la astuta diplomacia rusa, que vio una ventana de oportunidad para evitar el ataque y erigirse en el árbitro del conflicto, lanzando a la vez un cable al presidente de EE UU del que deberá estar agradecido.
Se sabe de tiempo que Obama no es un presidente transformacional, pero sí lo es el actual momento y lo son las difíciles circunstancias de la crisis siria. La organización de NN UU, a la que se da siempre por fallecida, acaba de recibir un balón de oxígeno. También sacan buena tajada Rusia e Irán, o mejor dicho, Putin yRohani.
Es difícil imaginar las consecuencias para la presidencia de Obama. No pueden ser buenas. No sale debilitado tan solo el presidente, sino los propios poderes presidenciales y los márgenes de acción de EE UU en el mundo. Europa hace tiempo que no entra en los balances, pero su camino es el del desentendimiento, una forma de aislacionismo gemelo del estadounidense. Este balance quedaría compensado si tuviéramos la certeza de que todo esto conduce al final de la guerra siria y que serán panes y no tortas lo que sacaremos, aunque fuera con mucho provecho para Putin y escaso para Obama.