Leonardo Morales P.: Las inútiles amenazas de Maduro

Leonardo Morales P.: Las inútiles amenazas de Maduro

Este gobierno, el de Maduro, cree poder fundamentarse, como el anterior, en una eterna confrontación con la oposición, manteniendo permanente unas relaciones de extremada tirantez con quienes no comparten las ideas de quienes ejercen el poder.

Desde hace 14 años los venezolanos han vivido como seguramente lo hicieron aquellos compatriotas que lidiaron con las dictaduras del siglo pasado. No sería exagerado afirmar que para los oficialistas la única forma de relacionarse con el resto de los venezolanos es manteniendo una posición existencialista: esto es: vida para unos, ellos, y muerte a los otros.

Ahora, ¿será verdaderamente cierto que para ejercer el poder debe mantenerse una posición existencialista? ¿Es pertinente considerar al adversario como enemigo?





Las respuestas a las interrogantes planteadas serán afirmativas si en efecto, quienes ejercen el poder se deslizan sistemáticamente hacia posiciones no pluralistas del ejercicio del poder y de la función pública. Nadie duda que desde hace bastante tiempo ese ha sido el objetivo del régimen quien a pesar de sus pretensiones totalizadoras, ha tropezado con un germen democrático que pervive en la sociedad venezolana.

Maduro cree poder avanzar en el objetivo planteado sin percatarse que no solo le será inútil tal despropósito sino que, además, no existen las condiciones que le faciliten transitar ese camino. Por una parte, Maduro no ejerce ningún poder que le permita movilizar grandes masas de venezolanos; su liderazgo está lejos de permitírselo, de hecho, habría que interrogarse acerca del tipo de liderazgo que ejerce en el seno de la población. A eso habría que incorporarle que su condición de presidente debe compartirla con Cabello, al extremo que ya no se habla de magnicidio sino de magnicidios. Siempre debe incorporar a su “partner” en estos ensayos habaneros.

Por otro lado, las condiciones en que están dejando al país las desacertadas políticas de los últimos años comienzan a hacer mella en la credibilidad de los personeros del gobierno y, como suele ocurrir en los regímenes presidenciales, el presidente siempre será el señalado y el responsable de lo que pueda ocurrir. De modo, que el idílico estado de bienestar y felicidad al que llegarían los venezolanos está en estos momentos identificado con la desaparición de los bienes esenciales de los anaqueles, con una presión tormentosa por el desenfrenado auge de la delincuencia y, además, con un salario que se desvanece por la galopante inflación y el alto costo de la canasta básica. Y ni hablar de otros servicios como el eléctrico.

Las posibilidades de que Venezuela y su sociedad sedan a la tentación totalitaria están cada vez más lejana, por lo que el gobierno debería buscar un camino que baje las tensiones que se expanden rápidamente en los distintos sectores de la sociedad. Continuar con bravuconadas y amenazas en estas condiciones son a todas luces un sinsentido.

Seguir insistiendo en las tesis del magnicidio, del saboteo y del golpe no conduce a ninguna parte y solo cataliza el debilitamiento progresivo de las bases de sustentación del gobierno. El país no va a mejorar en lo que resta del año y los pronósticos del que viene son poco halagüeños, de modo que será muy difícil llamar la atención del país hacia eventos que ya lucen desgastados y tediosos, en particular, cuando la preocupación de las grandes mayorías estará volcada a sortear las dificultades que han impuesto las políticas gubernamentales de los últimos 14 años.

El lento andar de las manecillas del reloj siguen su curso de la misma manera que lo hicieron en febrero de 1992. Unas medidas encendieron la chispa en Guarenas, justo allí, en los Valles de Pacairigua, para luego extenderse a Los Teques y finalmente tener su réplica en la ciudad capital. Hay medidas que aceleran los procesos y viceversa.

@leomoralesP