Quienes defiendan que el género ha de indicarse tan solo mediante el artículo precedente (“el cardenal/la cardenal”) quizá aduzcan que esa “-l” no es característica del género masculino, lo que hace innecesario añadir una “-a” para indicar el femenino.
Por su parte, aquellos que apuesten por marcar expresamente el género femenino haciendo terminar el sustantivo en “-a” (“la cardenala”) alegarán que el “Diccionario de la lengua española” recoge hace tiempo femeninos como “colegiala” o “zagala”.
¿Qué es más correcto? En la Fundéu BBVA sabemos que pocas son -si es que alguna existe- las normas universales, cien por cien regulares, en la lengua. Pero sí puede hablarse de criterios mayoritarios y normas orientadoras.
En este sentido, la Academia afirma que muchos sustantivos agudos terminados en “-l” son comunes en cuanto al género (“el corresponsal/la corresponsal” o “el profesional/la profesional”) y que “no son numerosos los sustantivos de persona terminados en ‘-l'” que se desdoblen en su forma femenina (“la oficial de policía”, pero “la oficiala de peluquería”).
Que estos sustantivos no sean numerosos no impide, en cualquier caso, que la Gramática describa sin censura la acogida relativamente reciente, en ciertos medios, de voces como “bedela”, “concejala” o “edila”, que han tenido desigual aceptación entre los distintos países e hispanohablantes.
Se trata, como se ve, de sustantivos que hacen referencia a profesiones y, por tanto, a un mundo laboral muy diferente hoy al de hace apenas unas pocas décadas. En la medida en que la mujer desempeña ahora cargos que tradicionalmente venían ocupando en exclusiva los hombres, es natural que se perciba un deseo creciente de que el idioma refleje esta nueva realidad social.
Por lo común, no obstante, esta clase de cambios gramaticales responde a un proceso: en un primer momento, cuando la profesión solo la ejercen los hombres, el sustantivo se marca únicamente como masculino (“el fiscal”).
Después, una vez que la mujer empieza a ocupar esos mismos cargos, el sustantivo pasa a considerarse tanto masculino como femenino, circunstancia que queda especificada por el artículo precedente (“el fiscal/la fiscal”).
Por fin, cuando el número de mujeres en una profesión es elevado, si el uso ha ido deslizando y consolidando una forma femenina desdoblada en “-a”, esta pasa a reflejarse también en los diccionarios (“la fiscal” coexiste hoy con “la fiscala”).
De todo lo anterior se desprende que, a falta de conocer el curso de los acontecimientos y ver qué decisión toman los hablantes, dueños siempre del idioma, se puede desde estos momentos hablar de “la cardenal” con la seguridad de no estar equivocándose. Al fin y al cabo, el papa Francisco ni siquiera ha nombrado aún a esa primera e hipotética mujer cardenal que tanta atención está ya despertando.
Esto no quita, de todos modos, para que quienes opten directamente por “la cardenala” estén hablando también con corrección.