“Es poco lo que podemos decir con las palabras, porque se han ido desgastando en la vida cotidiana”. Con el mayor de los respetos, hago mía esta frase del gran escritor y poeta colombiano, Álvaro Mutis, recientemente fallecido. En otra de sus afirmaciones dijo que “Escribir ha sido para mí un tormento aterrador”.
No llego a tanto, pero cada día se me hace más difícil. Son tantos los graves escándalos alrededor de la administración pública, las manifestaciones de ineficiencia y corrupción, los esfuerzos del ciudadano común para sobrevivir en esta jungla donde la muerte está a la orden del día y la vida no vale nada, que cuesta escoger un tema por artículo y limitarnos al espacio que los medios nos han asignado.
Pero el país está mal gobernado. Todo camina para peor. No se salva nada ni nadie, al menos de cuanto tengo referencias sobre los protagonistas de tanta podredumbre. Independientemente de que la justicia los alcance a todos más tarde o más temprano, hay dos responsables superiores. El primero fallecido, sin que tengamos acta o partida de defunción, sin que sepamos la verdad sobre la enfermedad que le causó la muerte, sitio y hora de la misma, médicos tratantes y, en fin, los elementales datos exigidos por la ley. Quizás el Dante lo pueda ubicar en alguna paila del infierno.
El segundo, es el ilegítimo apátrida encargado de la presidencia, Nicolás Maduro Moros. El puesto le quedó demasiado grande. La nación no puede aceptar convertirse en el hazmerreír del mundo y vergüenza del continente, como está sucediendo. Debe exigir la renuncia inmediata. La poca o mucha dignidad que aún conservan nuestras fuerzas armadas, debería ser suficiente para acompañar a la nación. No se trata de golpe militar o golpe de estado. Mucho menos de caer en la trampa de discutir cuales son buenos y cuáles no. Lo que aspiramos es construir un futuro decente en libertad plena y democracia efectiva.
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