Una tarde, al sobrevolar una montaña enclavada entre Caracas y el mar Caribe, Hugo Chávez tuvo un sueño: construir allí una ciudad utópica para vanagloriarse del socialismo en Venezuela.
Durante los años que le siguieron, poco a poco y con algunas dificultades, el proyecto favorito del difunto presidente -llamado “Ciudad Caribia” en honor a la etnia caribe oriunda del país- comenzó a tomar forma entre las colinas.
Fotos Reuters
“Este era su sueño. Ahora es su legado”, dijo Yalmy Rumbo, una peluquera de 39 años, mientras veía a sus hijos riendo en una plaza donde instructores cubanos organizaban juegos.
Rumbo es parte de las primeras 1.600 familias, casi todas refugiadas de inundaciones y deslaves, a las que les han dado nuevas viviendas en edificios cubiertos por imágenes de Chávez. En su última etapa, Caribia albergará a unas 20.000 familias.
Si bien los críticos se quejan de la lentitud, la calidad de la construcción y la falta de transparencia sobre las enormes sumas invertidas, para los “chavistas” la ciudad simboliza el espíritu visionario de Chávez y su amor por los pobres, en un país que por lo demás se mostró dividido al elegir a Nicolás Maduro, el sucesor escogido por “El Comandante”.
Después de la muerte de Chávez en marzo por un cáncer, su popularidad ha alcanzado connotaciones religiosas aún más profundas entre la base de apoyo que lo mantuvo en el poder durante 14 años.
El magnetismo popular ayudó a su sucesor Nicolás Maduro a ganar las elecciones presidenciales en abril, pero también está haciendo casi imposible para él salir de la sombra de Chávez.
“El día que Nicolás trate de ser él y tener una personalidad propia, no será elegido, todo cambiará. El pueblo está con Nicolás mientras él siga siendo el legado. Sin eso, no tiene vida”, dijo Rumbo ante el asentimiento de sus vecinos.
Allí yace el dilema de Maduro.
Él le debe todo a Chávez: desde su herencia política a la presidencia. Así que, como era de esperarse, habla como Chávez en todo momento, ya sea descargando su artillería contra Estados Unidos o tratando de demostrar que es un hombre del pueblo durante sus actos públicos televisados casi a diario.
Sin embargo, para resolver los enormes problemas del país, desde la inflación más alta del continente a la embarazosa escasez de bienes básicos y la rampante corrupción, muchos sienten que Maduro tiene que convertirse en su propio jefe y ajustar algunas de las viejas políticas.
“Él (Maduro) me da lástima a veces. Se está esforzando tanto para ser como Chávez, pero eso es sencillamente imposible. Entiendo porqué lo hace, pero no puede pasar todo su mandato de seis años así”, dijo una fuente del alto Gobierno dijo a Reuters.
“Es casi una blasfemia decirlo, pero sabemos que hubo errores con Chávez y es hora de arreglarlos. Si el Chavismo va a sobrevivir, es primordial corregirlos”, añadió.
El funcionario, quien habló a condición de anonimato, dijo que hay una visión emergente en el partido de Gobierno que cree que los pilares de las políticas de Chávez, como las nacionalizaciones y el control cambiario, han fracasado en sus objetivos de aumentar la producción, disminuir la inflación y detener la fuga de capitales.
Datos sobre Nicolás Maduro
EN LOS ZAPATOS DE CHÁVEZ
Como si intentar llenar los zapatos de Chávez no hubiese sido suficientemente difícil, Maduro, de 50 años, no empezó bien: cuando todas las encuestas le daban una amplia victoria ante el opositor Henrique Capriles en las elecciones de abril, triunfó por apenas 220.000 votos o un 1,49 puntos porcentuales.
Hubo murmullos en el oficialismo sobre cómo Maduro pudo haber malgastado el margen de victoria de 11 puntos de Chávez en las presidenciales previas, a pesar de la ola de simpatía por su muerte. Muchos apuntaron a una campaña electoral mediocre.
Derrotado, Capriles no aceptó los resultados acusando a Maduro de fraude y, desde entonces, la coalición de partidos opositores ha tachado al Gobierno de ilegítimo e incompetente.
Sin embargo, el árbitro electoral y los tribunales desecharon la denuncia y los vecinos sudamericanos respaldaron a Maduro, ayudándolo a apuntalar su posición política.
De hecho, su principal amenaza ya no es el conflicto post electoral, sino la debilitada economía del país OPEP.
Independientemente de la política, los venezolanos de todos los sectores socioeconómicos están hartos de los cortes de energía y subidas de precios, de un 45 por ciento en un año.
“Yo voté por Chávez, luego por Maduro, pero esto se está volviendo intolerable”, dijo Margarita Vivas, una secretaria de 43 años, a la salida de un supermercado en el distrito de clase media de El Paraíso en Caracas.
“Tengo que decir la verdad, aunque duela: el socialismo me está haciendo más pobre”, agregó Vivas mirando las banderas rojas con la cara de Chávez y los carteles electorales de Maduro en las paredes del supermercado.
Según una reciente encuesta de la firma local IVAD, el 67 por ciento de los venezolanos tiene una visión pesimista del futuro del país, 20 puntos más que durante la elección de abril.
La aprobación de Maduro, sin embargo, apenas ha caído algunos puntos a entre 45 y 50 por ciento según encuestadoras locales, quizá por la fidelidad de los chavistas al llamado que les hizo Chávez, antes de morir, de apoyar a Maduro.
Las cifras de Capriles también han bajado, luego de que perdió el desafió electoral y su perfil mediático disminuyó.
“Maduro todavía tiene el beneficio de la duda. Pero si después de un año, todavía está tratando de actuar como Chávez, la gente puede cansarse y su popularidad podría caer por debajo de 30 por ciento”, dijo David Smilde, profesor de sociología en la Universidad de Georgia y estudioso de Venezuela por décadas.
“Él tiene que desarrollar políticas propias”, agregó.
¿POLÍTICAS PRAGMÁTICAS?
Maduro, famoso por haber sido conductor de autobús en Caracas antes de dedicarse al sindicalismo y la política, dice que el pesimismo sobre su presidencia es un producto de una “guerra” contra él llevada a cabo por la oposición y los medios de comunicación.
Al mando de su autodenominado “Gobierno de calle”, Maduro recurre a los 16.000 millones de dólares desembolsados en 2.000 nuevos proyectos durante sus primeros 100 días de Gobierno como prueba de un nuevo comienzo. “Es una revolución dentro de la revolución”, dice.
Maduro ha dado muestras, aunque tibias, de reformas pragmáticas, sobre todo para desbloquear el acceso a dólares.
Hizo pública una reunión con empresarios privados -demonizados por Chávez- y promete continuamente un nuevo sistema cambiario con mayor flexibilidad y acceso a divisas.
Sin embargo, los importadores siguen reclamando por la falta de dólares mientras la lucha por los billetes verdes distorsiona la economía más que nunca: el precio del dólar paralelo ha escalado siete veces más que el oficial de 6,3 bolívares, la mayor diferencia desde que se instauró el control en 2003.
“El pseudo pragmatismo de la política económica es una función del pragmatismo político, de cara a las elecciones de diciembre y al declive de la popularidad de Maduro”, escribió Siobhan Morden, estratega para América Latina de Jefferies.
Este análisis puede esperarse de Wall Street, pero también está empezando a escucharse en los círculos socialistas.
Miembro del partido gobernante y analista político, Nicmer Evans, cree que el Gobierno se está “engañándose a sí mismo” creyendo que los controles de divisas y precios funcionan, y que las detenciones selectivas por corrupción no funcionarán si los peces gordos continúan intocables.
“El control de cambio, tal como está concebido, se ha convertido en un gran nicho de corrupción, centro de acción de la ‘boliburguesía’ rentista y parasitaria que, unida a la vieja oligarquía, responden al mismo interés: desangrar el Estado”, dijo usando un término de la oposición para nombrar a quienes se hicieron ricos durante el Gobierno de Chávez.
‘COJEANDO’
El siguiente punto de inflexión en la política venezolana será el 8 de diciembre en las elecciones municipales.
La oposición espera que el descontento popular produzca un voto castigo y Capriles ha llamado a hacer de esos comicios un referéndum sobre Maduro.
Sin embargo, el Gobierno tiene una poderosa maquinaria electoral y la pondrá a prueba presentando las elecciones como un homenaje a Chávez.
Un momento aún más significativo puede ser 2016, cuando la oposición tendrá la oportunidad de llamar a un referéndum revocatorio. La medida, prevista en la Constitución, puede ser activada a mitad del mandato popular reuniendo el 20 por ciento del padrón electoral, o 3,8 millones de votantes.
Mientras tanto, la sociedad venezolana se mantiene polarizada y muy permeable a los rumores. El Gobierno denuncia planes de magnicidio y golpes de estado casi a diario, mientras que la oposición predice que el caos económico tumbará a Maduro.
Pese a las exaltadas previsiones, el analista Smilde ve al Gobierno “cojeando por un tiempo”.
“No veo nada, en el corto plazo, que provoque una gran explosión”, añadió
En Ciudad Caribia casi todos los residentes creen que Maduro logrará completar su mandato a fin de salvaguardar los beneficios de la era Chávez que, dicen, los transformó.
Margarita Fornica, una líder comunitaria, describe el legado de Chávez en términos personales: de apenas ganarse la vida en una casa dañada en una ladera propensa a deslizamientos, ahora trabaja limpiando una escuela en Caribia, tiene cinco hijos que se educan gratuitamente y está haciendo el curso de producción televisiva que siempre soñó.
“Nos dio nuestra segunda oportunidad de vida”, dijo. “Chávez vio el futuro, lo visualiza, hasta nos preparó para su muerte. Nos ordenó a seguir a Maduro, y así entonces haré”. Reuters