Venezuela sufre actualmente una severa crisis económica. A esa crisis el gobierno la llama guerra económica o también sabotaje económico lo que implica un absurdo según el cual para los empresarios es mejor no producir que producir. Lo cierto es que la actividad económica está postrada, la inflación marcha indetenible hacia 50,0% o más este año, la escasez se ha acentuado y existe una marcada distorsión en el mercado cambiario que ha llevado la cotización del dólar negro hasta un 600% superior a la tasa de cambio oficial. Estos son los síntomas de la crisis. La causa subyacente reside en un modelo económico fracasado, que pretendió desde el Estado manejar la economía con la sola voluntad de los hombres que hoy lo comanda. Ese forma de ver las cosas llevó a una oleada de estatizaciones de empresas que se ha traducido en caídas importantes en los niveles de producción y lo que es más grave han tornado inviable las finanzas públicas de Venezuela, que ni siquiera con un precio petrolero de US$ 105,0 por barril se puede cuadrar las cuentas. Es una lección aprendida por las autoridades económicas que toman en serio los hechos de la historia económica que al incrementarse el déficit del gobierno y éste se financia con impresión de dinero, el resultado es una exacerbación de la inflación, tal como ha ocurrido en Venezuela.
El conglomerado de empresas estatales está en quiebra y ello ha requerido la constante inyección de fondos para pagar la nómina porque las inversiones para ampliar las capacidades productivas están canceladas. Para procurar cerrar el hueco fiscal de su gestión y el de las empresas públicas, el gobierno cambió la mezcla de financiamiento. Antes se endeudaba en moneda extranjera. Ahora lo hace en el mercado local por dos vías: la primera colocando en el sistema financiero títulos valores, aprovechando las bajas tasas de interés prevalecientes. Así, los bancos utilizan los ahorros del público quien recibe una tasa de interés promedio por sus depósitos de ahorro y a plazo de 10,0% para, con esos recursos, comprar bonos del gobierno quien paga apenas 7,0% por su deuda. De esta forma, con una inflación cercana al 50,0% los ahorristas, al arruinarse con la inflación, terminan financiando al gobierno. Habiendo aprendido los venezolanos que tener bolívares implica descapitalizarse, se volcaron masivamente sobre el dólar, oficial y paralelo, para intentar protegerse de la inflación.
El segundo mecanismo de financiamiento que está empleando el gobierno es más peligroso que el primero. Descubrió el gobierno lo que antes habían hecho quienes dirigieron las economías del Cono Sur de América Latina, en particular Argentina, al forzar al banco central a acuñar monedas e imprimir billetes sin respaldo real con el objeto de enjugar los déficits fiscales. Esto es lo que en Argentina llaman la “maquinita de imprimir dinero” y que Uslar Prieti denominó en los años ochenta, “la autopista hacia el Sur”, significando con ello el riesgo para Venezuela de incursionar en el camino que arruinó a Argentina, la que fue la nación más próspera y rica de América del Sur. El BCV actúa hoy como una caja chica sin límites a la orden de PDVSA y las empresas estatales de Guayana, cubriendo sus déficits mediante la impresión de bolívares sin respaldo, lo que agudiza la inflación y eleva el dólar paralelo.
Con la el vendaval encima, el gobierno de Maduro luce paralizado. Sin iniciativas y preso de la contradicción entre Nelson Merentes y Jorge Giordani, quienes tras haber generado esta crisis, ahora no logran entenderse sobre cómo salir de ella. En el medio, un Maduro irresoluto está entre dos aguas, sin saber para donde coger y con ello agudizando la crisis porque la falta de decisiones no es una opción en estos momentos. Postergar la toma de acciones correctoras y tratar de ganar tiempo lo que hace es exacerbar la crisis. Peor aún, si Maduro y el gabinete piensan en serio que se trata de una guerra económica, lo que viene para Venezuela es sangre, sudor y lágrimas, porque entonces no habrá entendido el gobierno ni Maduro nada de lo que hoy acontece en Venezuela. De suceder esto último, se agudizaría hasta el límite la crisis y ello dejaría abierto el campo para que los venezolanos busquemos una salida a esa crisis a menos que mansamente aceptemos que siga la ruina del país.