El señor Federico Nietzsche tan citado y manoseado por los articuladores del poder decía en Así habló Zaratustra que el superhombre es la representación de la Tierra, la dimensión de sí mismo y se eleva sobre el rebaño. Es un individuo claramente superior y ambiciona la realidad. Bastante agua ha corrido bajo el puente y los utopistas colectivistas, me refiero al basurero marxista, leninista, maoísta, fidelista, guevarista, etc., han hecho lo suyo hablando del hombre nuevo. Todo parece quererse de agencia, a estrenar filosóficamente sin los vicios del pasado. Chesterton que gustaba de las deposiciones irónicas, especialmente de los prometedores de paraísos, para burlarse de G. B. Shaw y de Wells sostiene haber dado con el superhombre, con su propio canon. Al impacientarse ya que no se lo presentaban, abre una puerta que genera una corriente de aire fría que mata al superhombre. La literatura, más benévola que la realidad, lo sacrifica humorísticamente. Los vendedores de ilusiones carecen de cualquier humor y someten a los pueblos a ensayos colectivos para otorgarles la dichosa gragea de la felicidad terrenal, que no es tal.
El dogmatismo de la izquierda es como el ave fénix: renace de entre sus cenizas. No bastó la caída del Muro de Berlín ni el fracaso soviético, ni fue suficiente la abjuración china del modelo colectivista, ni los genocidios de Stalin y Mao. El Lotto Marx se mudó a nuestra América a ofrecer sus engaños con algo peor que el totalitarismo marxista: el populismo demagógico. Al menos en la URSS había disciplina y orden. En nuestros mares de felicidad no hay más que bochinche, quince y último y destrucción del aparato productivo. Al final se concluye en el Estado, el ogro filantrópico que lo desguaza todo. A todos estos despeinados hay que repetirles: el capitalismo no está en crisis, ha tenido sus altibajos y de todos se ha repuesto. Se repuso del crack del 29, del derroche de las dotcom y de la burbuja hipotecaria. Intervino el gobierno de los EE.UU. lo que invalida a los libertarios. En momentos críticos, el Estado media y tiene que mediar. Hay signos de recuperación: las empresas auxiliadas están devolviendo los préstamos. Y se regresa a la normalidad, a la productividad y al equilibrio del ciclo. Por eso es que en los países capitalistas, con competencia ética, no están con ese juego de feria del nuevo hombre. Ellos simplemente evolucionan y no revolucionan.
Los camaradas de aquí gaguean sobre el hombre nuevo. Lo que tienen es el libreto de los tiranos de la isla porque de lecturas no han pasado de Condorito. Los acompaña una serie de estudiosos del marxismo: unos encadenados en la caverna de Platón con pretensión de ir a festejar el regocijo del Topus Uranus y siguen con el cuento del socialismo, esta vez sí que de verdad real. El socialismo venezolano, o mejor dicho, el populismo venezolano ha servido sólo para generar una masa clientelar, destruir el sector privado, fijar una idea de patria basta rocambolesca, una soberanía comprometida y la promesa de que muy pronto estará con nosotros el hombre nuevo. Un hombre nuevo seguramente con un genoma dialéctico que no termina de venir porque está buscando los productos de la cesta básica.
Sólo el capitalismo salva: no el porvenir de manual igualitario. ¿O es que acaso se vive mejor en Camagüey que en Düsseldorf, en Phnom Penh o en Seattle? ¿Quiénes tienen una dieta balanceada: los cubanos o los franceses? ¿Quiénes viajan más: los japoneses o los bielorrusos? ¿Quiénes son más educados y duran más años: los daneses o los bolivianos? ¿Hasta cuándo abusaremos de mitos inexistentes, de futuros quebrados y sin saldo? Para llegar a potencia la única salida es la economía de mercado.