En aquella oportunidad la ferocidad del ataque fue tan desmesurada que los parlamentarios de diversas democracias del mundo, tan discretos a la hora de solidarizarse con la oposición venezolana, se vieron forzados a respaldar a sus pares criollos. El apoyo internacional no varió la postura arrogante de Cabello. De su boca no salió ninguna condena. No promovió ninguna comisión que sancionara a aquellos matones a pesar de que se había puesto en peligro la vida de dos colegas. Antes de ese episodio, el teniente Cabello junto a sus camaradas rojos habían celebrado a mandíbula batiente que el “padre” de todos ellos, el difunto Comandante, insultase a George Bush en la sede de ONU en Nueva York y que un periodista iraquí en una rueda de prensa concedida por el mismo Bush, le arrojase a este un zapato a su rostro. Estos despropósitos les parecieron simpáticos y parte de la lucha contra el imperio, aunque se trataba de embestidas contra el Presidente de los Estados Unidos.
El segundo. Para Cabello y sus secuaces del Parlamento, la salsa que es buena para el pato no es buena para la pata. En el discurso de Maduro, largo, fastidioso y mal leído, Julio Borges y Nora Bracho —ante las repetidas alusiones e injurias de Maduro contra Primero Justicia— lo interrumpieron para exigir la palabra, que en este caso era un legítimo derecho a la defensa. La actitud valiente del coordinador de PJ y de Bracho provocó la ira de Cabello quien se creyó obligado a demostrarles al heredero y a los cubanos que es más leal con su jefe que Bernardo con don Diego de la Vega. La banda de camorreros que han propiciado toda clase de desmanes en el Hemiciclo, se sienten agraviados porque supuestamente se “ofendió” la majestad presidencial. Como desagravio a Maduro, le infringieron un castigo ejemplar a la oposición: los diputados sancionados no podrán hablar en la Asamblea durante un mes.
El Parlamento —creado para parlamentar, hablar, negociar y llegar a acuerdos a través del verbo— fue convertido por Cabello y su pandilla en un paredón donde acribillan a sus oponentes, les niegan el derecho a réplica y los silencian. El hostigamiento dicta la estrategia de los miedosos.
El tercer episodio al que quiero referirme es a la destitución y detención del alcalde de Valencia, Edgardo Parra. Al parecer la codicia desmedida inspiró a este ciudadano en su tránsito como burgomaestre de la capital carabobeña. Llama la atención, sin embargo, que sea después de varios años de ejercicio en el cargo que Parra haya sido castigado. Desde hace bastante tiempo se sabía que no era muy probo que se diga en el manejo de la cosa pública. Todo lo contrario. El erario de la entidad había pasado a ser su patrimonio particular. Pero fue su rivalidad con Francisco Ameliach, gobernador del estado, y no su desempeño como alcalde, el botón que lo eyectó.
Por cierto, si el régimen es tan eficaz combatiendo y castigando a los corruptos, ¿para qué necesita la Habilitante? Para fines distintos a la lucha contra la corrupción: el control férreo de la conciencia democrática del país, la imposición del esquema económico socialista, la implantación de la “democracia comunal”, el sometimiento de la libertad de información y de expresión.
Volvamos al caso de Valencia. La gente del PSUV anuncia con redoblantes el castigo a Parra. Lo señala como parte de su lucha implacable contra la corrupción de cuello rojo. Esta alharaca resulta sospechosa. ¿Por qué tanto bullicio con un procedimiento que debería ser normal en un régimen decente? Temo que los rojos estén preparando el terreno para atacar a dirigentes opositores con el argumento de que así como son severos con los militantes de sus propias filas que transgreden las normas y se corrompan, serán estrictos con quienes se encuentran en el bando opuesto. El régimen puede estar pensando que la defenestración de Parra les da autoridad y legitimidad para enjuiciar a cualquier gobernador, alcalde, diputado o dirigente de la oposición que les resulte incómodo. De esta manera matan dos pájaros con la misma bala. La facción que apoya a Ameliach salió de un dirigente molesto, que desconoció su autoridad, y el régimen se quitaría de encima a cualquier figura que le haga contrapeso, por ejemplo, Henrique Capriles o Henri Falcón.
A esta eventual maniobra hay que salirle al paso. ¡Alertas!
@trinomarquezc