La oposición debe temer a la abstención, la abulia, la tontería, más que al propio Nicolás Maduro, que cava su tumba política con sus discursos, su gobierno. Pero tradicionalmente en una elección municipal disminuyen las razones para votar, solo que esta vez el 8D será un plebiscito en contra, o a favor, de Nicolás Maduro. Las ganas de quedarse en casa las refuerzan el mito de que los votos los engullen las máquinas de votar. No conocemos ni a un testigo de mesa que afirme que el conteo manual de las papeletas le haya arrojado un resultado distinto del que anunciaba la máquina.
Hay trampa en las elecciones, claro. Trampa en una competencia desigual que, sin embargo, no impidió que en la campaña de abril Capriles mejorara su votación un punto diariamente; previamente algunos le aconsejaban que no se “quemara” postulándose, porque era imposible, decían, evitar una derrota estruendosa en un país conmovido por las exequias de Chávez.
Se ha sembrado la desconfianza entre los venezolanos, lo que aumenta la abstención. El CNE nunca envía mensajes recordando que el voto es secreto, permite que se deslice la idea de que el gobierno sabe por quién votará cada ciudadano, falacia a la que contribuyeron desde la misma oposición los abstencionistas, falacia que todavía influye en cada empleado público o beneficiario de una misión. Aun así, en lugares como Ciudad Caribia muchos votaron contra Maduro.
En condiciones normales el oficialismo sufriría una espantosa derrota el 8 de diciembre, si se movilizan los electores, si comprendieran que su voto cuenta y que el resultado del 8D inevitablemente será un plebiscito.
Las encuestas muestran el deterioro de la imagen de Nicolás Maduro pero el PSUV sigue apareciendo en la posición del principal partido del país y, según quienes sean los candidatos en cada lugar, aumenta o disminuye las posibilidades electorales de la oposición.
Una elección, cualquier elección, permite lanzarse a la calle, hablarle a la gente a la cara, provocar un debate. Pero no vale la pena votar si las máquinas fueran manipulables, no lo son; si el voto no fuera secreto, aunque sin duda lo es. Nuestras elecciones no son democráticas, pero los testigos en la mesa y la eficacia de las máquinas permiten que el voto cuente en medio de circunstancias adversas.
Faltan hasta las naranjas, ¿votará alguien por los candidatos de Maduro? Los bachaqueros toman Maracaibo y los motorizados y los buhoneros en Caracas representan el rostro del autoritarismo con menos autoridad que recuerda la historia. El elector que reflexione un minuto no dejará de votar, sabrá que su voto cuenta. Maduro no renunciará como el rey de España después de las elecciones municipales de 1932, pero se abrirá una puerta. Todo será mucho más fácil después de una victoria clara el 8D.
El gobierno produce e importa leche en polvo, desaparece de los mercados; es el dueño de los centrales azucareros, de las cementeras, de las plantas de aceite y café, faltan el café, el aceite, y el cemento lo vende a cinco veces el precio regulado. ¿Quién es el ladrón y el especulador?
En esas condiciones la victoria electoral de Maduro solo se produciría con una monumental abstención. Hay que votar, pues.