Comencemos por la primera. La canciller está furiosa. Tanto, que llamó por teléfono a Barack Obama para reprocharle que sus servicios de inteligencia estuvieran escuchando sus conversaciones telefónicas. Merkel después afirmó que las relaciones entre los dos países se habían visto severamente dañadas.
Y no es la única que está furiosa con Obama. Dilma Rousseff, su colega brasileña, canceló una visita de Estado a Washington cuando se supo que EE UU la espiaba. También está molesto el presidente francés, François Hollande. Y el primer ministro de Italia, Enrico Letta. Este expresó su indignación al conocerse que los servicios de inteligencia de EE UU y el Reino Unido monitorean las redes telefónicas de Italia: “Es inconcebible e inaceptable que ocurran actos de espionaje de este tipo”.
¿De veras? ¿Inconcebible e inaceptable? Pues inaceptable sí, pero inconcebible no. Es tan concebible que a un jefe de Estado lo espíen como que él —o ella— espíe tanto a sus rivales como a sus aliados. ¿Estamos seguros, por ejemplo, de que Barack Obama es más culpable que sus homólogos de Rusia y China, o que cualquier otro mandatario que tenga a mano la tecnología para enterarse de lo que dicen los poderosos del mundo cuando hablan por teléfono o mandan un correo electrónico?
La diferencia es que, en este caso, se hizo público lo que todos sabían pero simulaban no saber. El enorme impacto que han tenido Wikileaks y las filtraciones de Edward Snowden es que la hipocresía ya dejó de ser un instrumento fácil de usar en las relaciones internacionales. Esta es la tesis de un fascinante artículo que acaban de publicar Henry Farrell y Martha Finnemore en la revista Foreign Affairs. Todos los Gobiernos del mundo mantienen en público posiciones que rechazan en privado. Más aun, todos los Gobiernos saben cosas sobre sus aliados que no pueden reconocer públicamente. Lo que las filtraciones de Manning y Snowden han cambiado es que ahora a los Gobiernos les resulta más arriesgado decir una cosa en público y hacer otra en privado. O decir que no saben. Merkel, Rousseff y los demás líderes que se han escandalizado al descubrir que los espías espían, lo sabían. Y ya no lo podrán seguir ocultando.
Pero todo esto no tendrá tantas repercusiones como algo que le pasó a Angela Merkel el 15 de septiembre en Dresden. Ese domingo la canciller participaba en un acto electoral al aire libre. La acompañaban en el estrado otros dignatarios, incluyendo su ministro de Defensa, Thomas de Maizière. Todo marchaba normalmente hasta que se oyó un zumbido y apareció un pequeño drone, un aparato volador teledirigido. El artefacto se dirigió directamente al estrado y se estrelló a pocos metros de la canciller. En las fotos del evento vemos a Angela Merkel con una sonrisa perpleja y a su ministro de Defensa con una mirada glacial.
¿Qué pasó? Inmediatamente el Partido Pirata se hizo responsable de lo ocurrido y uno de sus dirigentes explicó que era su manera de hacerle saber a la canciller y al ministro lo que significaba ser observados por un drone. Querían denunciar así la vigilancia del Estado alemán. El drone era teledirigido por un joven de 23 años, que explicó, al ser detenido, que su objetivo era tomarle fotos a Merkel con la cámara que había instalado en el aparato.
Las implicaciones son tanto obvias como aterradoras. ¿Qué hubiese pasado si ese drone, en vez de llevar una cámara, hubiese cargado un explosivo? Ahora que proliferan los drones de todos los precios y tamaños, ¿cómo impedir que caigan en manos de asesinos desequilibrados o de terroristas? ¿Y si se popularizan como armas para asesinar a mansalva en estadios deportivos o plazas públicas?
Los dos dispositivos militares más transformadores del siglo XXI son los artefactos explosivos improvisados (IED), tan comunes y letales en Irak o Afganistán, y los drones. La combinación de estas dos tecnologías puede hacer que los explosivos improvisados, en vez de estallar en polvorientos caminos de países remotos, comiencen a caer del cielo sobre los centros urbanos del mundo.
Es un drone casero, cargado de explosivos y en manos asesinas lo que más le debe preocupar, señora Merkel, y no tener el teléfono móvil intervenido por los espías.