Los tres mil dólares mensuales que percibe el español José Aguilar por su trabajo en una empresa petrolera estadounidense en Luanda, la capital de Angola, sirven a duras penas para costear la vida en la considerada ciudad más cara del mundo.
Manuel Sebastião-EFE
Luanda desbancó en 2013 a Tokio como ciudad más prohibitiva del planeta para expatriados, según el estudio sobre el coste de la vida en más de 200 urbes que publica anualmente la empresa de consultoría de recursos humanos Mercer.
Aguilar, que a sus 28 años ha pasado los últimos seis en Luanda, dice a Efe que llegar a fin de mes es una auténtica carrera, pues el alquiler de su pequeño apartamento del barrio capitalino de expatriados de Alvalade le consume un tercio de los ingresos.
En Alvalade, arrendar una casa puede llegar a costar 30.000 dólares al mes, por lo que casi ningún angoleño puede permitirse vivir allí, y solo se asientan diplomáticos y extranjeros ligados a la boyante economía del petróleo del país, segundo productor de crudo de África Subsahariana, por detrás de Nigeria.
Aguilar confiesa que su día a día es un gasto continuo en la ciudad más cara del mundo, y le resulta casi imposible ahorrar y mandar algo de dinero a su madre, quien está desempleada en España.
“Los extranjeros pagan todo más caro que los angoleños”, se queja el joven español, en una letanía clásica en muchas ciudades africanas, donde la economía de los expatriados y la de la población local están totalmente desconectadas.
Así, mientras el salario mensual de un angoleño medio se sitúa en 200 dólares, los de los extranjeros se cuentan por miles, gastados en sus barrios con servicios y estándares que se aproximan, en algunas ocasiones, a los de Europa.
Un africano comprará en un mercado local, así como un extranjero optará por un supermercado de un centro comercial, y el vendedor de un mercado fijará un precio más bajo a sus productos de acercarse un cliente negro que de hacerlo uno blanco.
Un plato de carne en un céntrico restaurante de la particularmente cara Luanda puede rondar los 40 dólares, mientras que, en un hotel, casi el centenar.
Una lata de cerveza local, la popular Cuca, de venta en cada calle de Luanda por 100 kwanzas angoleñas (1,3 dólares), quintuplica su precio en bares, discotecas, hoteles y aeropuertos.
Todo es posible en una ciudad que llegó a alcanzar una inflación del 1.000 por ciento durante la guerra civil que desangró al país, concluida en 2002.
Ahora, esa tasa se sitúa en el 9,8 por ciento, según el Banco Nacional de Angola.
Y eso que los precios han bajado, al menos en el sector inmobiliario: la vivienda de Aguilar costaba hace unos años cinco veces más, pero la construcción -con financiación del Gobierno de China- de nuevas zonas residenciales, ha hecho que las rentas desciendan.
La inmensa “burbuja” económica de la capital angoleña también se debe en parte al éxodo masivo de habitantes del interior del país durante la guerra, que buscaron, en las ciudades como Luanda, tranquilidad y sustento.
Pero la capital, que fue diseñada para acoger a 600.000 personas, llegó a albergar a 6 millones durante el conflicto, y los precios del demandado alojamiento se dispararon.
No obstante, el negocio inmobiliario sigue en auge, según el promotor Mateus Soares.
El empresario, que se dedica a los alquileres desde hace 12 años, asegura a Efe que su negocio le da para mantener a su mujer y sus cinco hijos.
“Las ganancias han descendido mucho, pero son suficientes para alimentar a mi familia, pagar la escuela de los niños y que reciban asistencia médica”, indica Soares.
Sus clientes son en su mayoría extranjeros, y con cada contrato de alquiler que logra cerrar con ellos, percibe un diez por ciento de la abultada renta.
Estas tremendas desigualdades, tónica en las ciudades del continente, son especialmente acentuadas en Luanda, donde sus habitantes usan cualquier artimaña para exprimir al máximo sus normalmente magros recursos.
No es de extrañar que hasta las propias autoridades digan que nadie en Luanda vive solo de su salario, sino que tienen que recurrir también a otros “negocios”. EFE