La historia seguía con todas las situaciones divertidas o problemáticas a las que se iban enfrentando los personajes del cuento cuando intentaban realizar sus compras y luego, la persecución implacable que hacían del gran estafador. El relato vuelve a mi mente cuando veo al gobierno venezolano vendiendo una fórmula mágica para controlar la inflación. El presidente simplemente decide cuánto quiere que bajen los precios y lo ordena. Tan escueto como eso.
Lo imagino preguntándose, ¿qué tal si rebajamos los precios en 30%? No, mejor 50%. ¿Por qué no 70%? ¡Increíble, lo podemos hacer! ¡Qué fácil es! ¿Cómo no lo habíamos hecho antes? Presidente Maduro, finalmente usted hizo lo que había que hacer, le dirán una y otra vez sus serviciales ministros. No faltará quien le diga que su fórmula será copiada pronto por otros países y que será de estudio obligado en las escuelas de economía de todo el mundo. Es posible que ante tanto halago, el presidente se emocione y venga con nuevas y más audaces iniciativas.
¡Que el Banco Central de Venezuela imprima dólares! ¿Por qué tienen que ser solo los gringos quienes lo hagan? ¿Quién les ha otorgado ese monopolio? ¡Que cada venezolano fotocopie tantos billetes como necesite para hacer sus compras! Será la democratización plena del derecho a imprimir moneda. Lo que me hace relacionar una historia con la otra es la existencia en ambos casos de un personaje que promete acceso súbito e imprevisto a gran cantidad de bienes. Jesucristo se quedó corto con la reproducción de los penes, perdón de los panes.
Lo que nunca se me ocurrió en mis relatos infantiles es que el personaje de la historia fuera el presidente de un país. Tal vez esta nueva saga quede para cuando vengan nietos. Entonces no será un cuento infantil; será historia de un país. Será un relato sobre el surgimiento de una nueva economía; la del engaño y la mentira. Ruinosa economía pero momentáneamente excitante y electorera. No sé si les endulzará el sueño o les sembrará pesadillas.