Pero algo en las entrañas resuena indignado, cada vez que se entra en contacto con la prensa o las redes sociales, porque el coro es monótono, las voces que se expresan lo hacen siguiendo el mismo guion, cumpliendo a cabalidad el manual del status quo, la cartilla que te hace miembro del club de los que están en algo – los chévere– , y de los que esperan algún día estarlo.
Y quizás tanta monotonía, predecible por los demás, no se haría tan insufrible si al menos estuviera desprovista del tufito moralizante, esos humos densos que brotan de la humanidad de aquellos que se sienten dueños absolutos de la verdad, escogidos por el destino para ser portadores del Santo Grial de eso que se tiene que hacer, y de lo que ha de evitarse.
Y lo más tristón, por no decir patético, es que al expresarse siempre lo hacen en términos donde supuestamente es el otro quien se cree ascendido a los cielos, es el otro quien pontifica verdades con barbas blancas y bastones de madera, son los otros, nunca ellos, quienes se creen la Mamá de Tarzán, pese a expresarse con la más insoportable de las condescendencias, y también con improperios, atacándonos con epítetos que van desde el vulgarote “bolsas”, hasta el poco original “tarifados del Madurismo”.
No les importa haberse equivocado tantas veces, que la historia una y otra vez les escupa en la cara con la saliva de una realidad contraria a todas sus expectativas y promesas, opuesta en 180 grados a todo lo pontificado, analizado, debatido y calculado…la más cruda realidad jamás será lección de nada para estos cerebros programados, para los amos y señores de la ética y lo correcto, que siempre ponen la coletilla que lo suyo no es ahondar en asuntos éticos ni de lo correcto, porque ellos son pragmáticos, sabiondos de la política de los pelo en pecho, magníficos sabelotodos de las soluciones aplicables, porque ellos tienen la respuesta, que pese a ser siempre la misma, pese a ser siempre la equivocada, continúan convencidos de su certeza.
Y hoy no deseo otra cosa que hablarte a ti, que como yo, no tienes ningunas intenciones de ser utilería cómplice de un nuevo circo electorero, rey o reina del baile de disfraces de una dictadura que ya lleva quince años, a los que ha llegado en gran medida gracias a sus métodos de cocina lenta, la fórmula de la rana durmiéndose en la hornilla, mientras se sancocha viva hasta morir en silencio, ignorante de su propia aniquilación.
Este país perdió la coherencia, hoy es un manicomio donde todo es posible, donde se hacen fraudes que nunca lo son, y que cuando se cantan luego se olvidan, para seguir mordiendo espacios inertes, metros de espejismos democráticos en un cementerio donde se entierra la libertad y danzan los espectros comunistas.
Nada ni nadie me convencerá sobre las virtudes de seguir engrasando la maquinaria de mi destrucción, el instrumento que viene sistemáticamente borrando el destino de mi vida, el futuro de mis hijos y la dignidad de mi tierra, de la nación donde están sepultados mis muertos.
Nada ni nadie podrá convencerme que un antro de hampones, con máquinas controladas por ellos, con centenares de mesas sin testigos, con un registro de millones de fantasmas, con sistemas capta identidades, un voto que de secreto no tiene ni la mentira de su enunciación, con pruebas fidedignas de sus farsas, que llegan hasta el cielo, pero que han sido silenciadas por los mismos que insisten en que se sigan acumulando, a través de la repetición de los mismos vicios, una y otra vez como en la maldición de Sísifo; nada ni nadie me convencerá que unos alcahuetas del fraude son los que marcan el camino de la libertad.
Y no podrán convencerme por la sencilla razón que la historia no es nueva, es el pueril “rewind” de la película trillada que ya cansa, cuyo final se conoce y da náuseas.
Aquí hay una única salida, la única que ya demostró que es la salida. Se burlan de ella los apóstoles del voto, con su risita tan abundante en sorna como carente de brillo. Afirman que si Pinochet esto, que si Nicaragua lo otro, que si Ucrania aquí, que si eso allá. Del sombrero sacan los mismos conejos muertos de infelicidad, los trucos repetidos que tienen nombres de abstención de 2005 o de diciembre de 2012, que si Carmona o cualquier otra cartica bajo la manga, para manipular emociones incautas, con medias verdades que no soportan un análisis medianamente serio, que solamente se sostienen porque cuelgan de la frivolidad, de la levedad de un público que aplaude bobalicón, teniendo por neuronas los adornos de navidad y CADIVI con sus dólares mágicos.
Hoy te hablo a ti, que no votarás porque sabes que eso no es votar, que acudir a semejante circo no es otra cosa que maquillar, ser el estilista de un tirano, la compota que se come el secuestrador de Venezuela para seguir siendo el bebé consentido de los idiotas, de aquellos que se aferran a las formas porque no tienen las agallas de tocar el fondo, porque saben que ese fondo no es bonito, implica riesgos que son reales y no de tarima teatral, que son peligrosos porque son de verdad, precisamente su peligro radica en su efectividad, porque de llegar a activarse allí sí estaríamos hablando de un camino hacia la libertad.
Y ahora vendrán los pontífices a gritar su indignación, dándole “play” a su disco de clichés: “¿Tú saldrás con la pistola?”, “¿tú serás el primero en marchar a Miraflores y poner el pecho para que te disparen los facinerosos?”, y cantares como esos que ya todos conocemos.
No me extenderé más porque no tiene sentido hacerlo. Los que no votamos sabemos muy bien por qué lo hacemos…son aquellos que votan, y especialmente sus apóstoles más envalentonados, lo que recurren a intelectualizaciones exasperantes para justificar lo injustificable, para seguir asumiendo que el circo es serio, que la mentira es verdad, y que el disfraz es el cuerpo desnudo…
Nada más patético que pretender que sea la maquinaria del régimen que ahoga todo lo valioso, la que determine qué somos, si mayoría, minoría, marcianos o terrícolas…Imaginar hacer de eso un plebiscito, si no fuera tan desoladoramente irresponsable, provocaría la más auténtica de las carcajadas (las risas del régimen sí están aseguradas).
Nada más triste, más vulgar, menos lógico y totalmente inaceptable, que después de quince años, que tras la patética reivindicación de Hugo el destructor, aquel inolvidable siete de octubre, y todo lo sucedido después, que tras tantos años de caretas caídas, costuras visibles y esqueletos fuera del closet, todavía haya un solo venezolano que pueda aceptar en la soledad de su conciencia que asistiendo a la fiesta de disfraces montada por el CNE de Castro y sus compinches, aquí pasará algo diferente a lo que ya hemos experimentado con las venas abiertas, no una sino cien mil veces.
Amigo, hermano venezolano que no “votas”, que no acudirás a la fiesta de disfraces de un dictador; la fiesta donde los esclavos juegan a ser libres solamente para seguir siendo esclavos, pero con la conciencia limpia, con la sobrada prepotencia del que se cree sus propias sandeces; a ti te hablo hoy para aplaudirte, para darte las gracias por existir, por estar allí con tu coherencia intacta, recibiendo las críticas de los apóstoles del manicomio, los profetas de una vil dictadura a la que sostienen jugando a la democracia.
Caracas, a tres días de la fiesta de disfraces.