Las casitas con sus puertas abiertas nos invitaban a todos a pasar para disfrutar de hermosos pesebres y pinos de Navidad llenos de lucecitas de todos los colores y hermosas figuras de pastores con sus ovejas, los 3 reyes Magos, la Virgen, San José, la estrella de Belén sobre la cuna de paja con el Niño Jesús, tapadito con un pañuelo que era retirado apenas sonaban las 12 campanadas que anunciaban la entrada del 25 de Diciembre, fecha en la que los cristianos celebramos al único Supremo, Rey de Reyes, el Mesías, nuestro Dios y Redentor.
De allí salíamos a San José, parroquia donde vivía el abuelo Pérez, Gran Papá le llamábamos, por ser el papá de mi papá. Allí escuchábamos la misa llena de cánticos alegóricos a tan importante celebración y cientos de parroquianos caminábamos por sus calles sin importar que fuera de madrugada. No existía miedo o temor, no habitaba en Caracas la violencia que hoy por hoy, nos mantiene presos en nuestros hogares, cercados de muros y rejas.
En la adolescencia…las patinatas nos mantenían hasta la misa de gallo -a golpe de cinco de la mañana- en las calles de la que era la hermosa capital de Venezuela.
Confieso que algunas veces -como una travesura- tomamos la leche y el pan que el marchante dejaba en las puertas de las casas para calmar el apetito mañanero… Creo que tal delito, era visto como una contribución a los festejos decembrinos por los dueños e inquilinos de las viviendas y más de una vez escuche a mis padres reírse porque jóvenes, como sus hijos, se habían llevado de la puerta, su leche y pan.
Amigo lector, estoy segura que usted, vivió esto que cuento y se preguntará, como lo hago yo ¿qué nos pasó? ¿a dónde se fue esa Venezuela alegré, tranquila, donde la solidaridad y la unión era más latente en Navidad?
Ahora, Caracas, las ciudades y pueblos del país viven en tinieblas, oscuras, sin pesebres ni arbolitos, ya no tenemos luces grandes ni chiquitas. No hay patinatas, ni misas de gallo…las calles están desoladas, sin gente, pero abarrotadas de basura y los salta pericos y luces de bengala, ni se escuchan ni se ven. Lo que vemos son largas colas de gente buscando leche, aceite, harina y hasta papel toilette.
En mis tiempos de niñez y adolescencia el petróleo no llegaba ni a 6 dólares el barril, pero se conseguía de todo. Los venezolanos eran cordiales y amigables. Ahora, en pleno siglo XXI, el barril de petróleo esta 100 $, pero no se consigue casi nada, vivimos de cola en cola, los churupos no alcanzan, la cordialidad se esfumó y la Navidad se apagó.
Dios quiera y los venezolanos nos propongamos a recatar al país, sus tradiciones y las enseñanzas de quien siendo Dios, decidió vivir y morir por la reconciliación.
A mis lectores consecuentes, vaya en estas fechas mi abrazo cálido cargado de venezolanidad.
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@nituperez