“Quand il me prend dans ses bras
Il me parle tout bas,
Je vois la vie en rose”
(Cuando él me toma en sus brazos
y me habla bajito
veo la vida en rosa)
Edith Piaf
No sólo mojarse de morado el dedito
Antes de causar alguna ferocidad prematura, pido disculpas por el título, confieso que lo use como fuego artificial para cautivar tu atención, amigo caprilista.
Aclaro, amigo caprilista, que no te siento mi enemigo ni lo eres. Estamos embarcados en el mismo naufragio histórico y remamos con la misma fuerza y dirección hacia la misma orilla (de libertad) para evitar el colapso total que significa el madurismo.
Anhelamos lo mismo, luchamos por lo mismo y nos enfrentamos a lo mismo: la perversión chavista. No lo esquives: la perversión chavista, su cinismo, su autocracia regordeta y nueva rica, su corrupción apoteósica, su traición y su destrucción apocalíptica.
No olvidemos: tú y yo no somos el problema; tú y yo somos, unidos, la solución. Pero hay que luchar, no sólo mojarse de morado el dedito, hay que luchar.
El exilio
Es difícil explicar la tristeza del exiliado político. En su laberíntica soledad, el exilado entiende el amplísimo, pero punzante, significado de la palabra Venezuela. Entiende el agobiante peso -a veces abismal- de la distancia en cada paso. Entiende la palabra asfixia en cada aliento. Entiende el dolor en el corazón que representa la ausencia patria en cada latido.
No sabe lo que dice, por su brutalidad y desatino, quien acusa a un exiliado político de no estar “luchando en Venezuela”. No sabe, no tiene idea.
Primero porque el exiliado político llegó a serlo básicamente porque se lo ganó a pulso por su lucha, hizo algo que irritó e hirió al régimen y lo convirtió en un sujeto irrespirable para los déspotas. Segundo porque ese que acusa al exiliado de “no hacer nada” se olvida además del destino del preso político y de su familia. Se olvida de los olvidados.
El exiliado y el preso politico son víctimas de un mismo desprecio: su sueño de libertad y su lucha. No son abnegados, son luchadores. Su rebeldía los honra. Merecen nuestro respeto.
Tenderle la mano al verdugo de Venezuela sin ninguna condición, sin siquiera increparlo por todo lo que le ha hecho al país, desamparó a los presos y a los exiliados políticos, desamparó la lucha por un país distinto. Fue es una humillación.
¿O en el país no está pasando lo que sabemos que está pasando?
La vie en rose
No puedo observar con la misma contemplación mística, casi religiosa, a Henrique Capriles, como lo hacen mucho de sus seguidores. Me parece perjudicial para ellos y para el país.
Aunque reconocemos, ya lo hemos dicho, muchos de los valores que como persona, como líder inspirador y como político tiene Henrique, también tenemos el criterio para entender que es un ser humano con muchas cualidades, pero un ser humano a fin de cuentas que comete errores, unos no tan graves y otros muy graves, como su rendición de Miraflores.
Es importante destacar que no sé rindió él a título personal-seguramente, lo conocemos, seguirá luchando a su modo- lo que rindió fue la victoria del pueblo de Venezuela el pasado 14 de abril. Rindió la esperanza del cambio.
¿Hasta cuándo? Bueno, como él mismo escribió en un desconcertante artículo de opinión: “el tiempo dirá”.
La realidad venezolana destroza todo pronóstico de optimismo. Me sorprende, realmente me sorprende, que con todo lo que está pasando, con todo lo que estamos viviendo, algunos amigos caprilistas vean como un triunfo que su líder haya entregado, como entregó, la victoria electoral del año pasado.
Está claro, cuando su líder los abraza y les habla bajito ven “La vida en rosa” y nada más.
El suicidio colectivo
He leído las cosas más escalofriantemente absurdas escritas por devotos caprilistas sobre su arrinconada y callada visita a Miraflores. No cabe duda, son feligreses, personas de fe, han perdido el juicio político.
Nos consuela, al menos, que son eso: feligreses inermes, piadosos practicantes, martires que adoran a su líder y no criminales, cínicos, verdugos como los chavistas. Pero en términos políticos -no religiosos- debemos apuntar, sin menoscabar la feligresía de nadie, que ni el martirio ni el crimen le darán vida a la nación.
El criminal “dialoga” con el martir, lo sabemos, se entiende con él, incluso le da la mano, ¿pero sirve de algo? La historia de la crueldad humana no se equivoca, el verdugo sólo se “reconcilia” con su víctima cuando ve rodar su cabeza. No antes.
Y la víctima de los verdugos cubanos y sus traidores maduristas no es la de Capriles, es la de Venezuela: la tuya, la mía, la de nuestros hijos, la de todos.
Hace años Mario Vargas Llosa escribió un visionario artículo llamado “El sucidio de una nación” donde anticipaba lo que sucedería en Venezuela por la elección del otrora felón, ahora sátrapa embalsamado Hugo Chávez.
No puedo dejar de pensar en ese artículo y relacionarlo además con sonados casos de suicidios colectivos en los que una masa fervorosa de creyentes es guiada hacia la muerte por su sacrificado líder (Jim Jones y su “Templo del pueblo” en Guyana; Joseph Di Mambro y su “Templo Solar”; Marshall Applewhite y su “Heaven’s Gate).
Todos creían ciegamente en su líder, él los salvaría, ofrecieron su vida por él.
¿Me entienden?
La fe de la convicción
Para que el país recupere la vida, la libertad y la paz, hay que dejar de ser martíres y erradicar a los verdugos. Nada cambiará mientras permanezca Maduro en el poder. Todo empeorará. Subordinarse a él significa aceptar el suicidio colectivo.
Creo, como venezolano, que el único liderazgo que merece devoción y feligresía es nuestra amada Venezuela. Creo, además, que cada día somos más los feligreses de nuestra patria y menos los feligreses de personas.
En política, a diferencia de la religión, hay que ser críticos, no devotos. No somos una secta que se suicida, somos una sociedad que aspira “vivir” en libertad.
No será místicamente el “tiempo el que diga” qué sucederá en Venezuela ni la perfección de Dios la que se imponga, será el tiempo imperfecto, humano, demasiado humano, de los venezolanos el que definirá nuestro destino: ¿la cultura chavista de la muerte o el amor venezolano por la vida?
Sobra liderazgo y organización, sobra fuerza y sobra la otra fe que da la convicción. No pongamos el cuello, mostremos los dientes de la venezolanidad.
¿Un dirigente o mucha gente que se dirige a sí misma?
Insisto: tú decides…
@tovarr