En este primer artículo del año 2014 quisiera decir ¡Feliz Año! Pero resulta un poco incómodo y hasta inapropiado decirlo y desearlo cuando vemos cómo la muerte y el dolor cada día arropan a más familias venezolanas y nos arrebatan a jóvenes, padres y madres inocentes que en mala hora se atravesaron en el camino de la delincuencia.
Tanto se ha dicho y se ha escrito sobre este tema, que a veces pudiera resultar trillado para algunos, pero denunciar que nos están matando por gusto, exigir justicia, pedir una solución inmediata y de una vez por todas a esta situación que pasó de ser un problema a un flagelo, no es para nada trillado, por el contrario, cada vez debemos alzar más nuestra voz para exigir un derecho tan elemental como lo es la vida, y el Estado venezolano debe garantizárnoslo.
Venezuela vive en una guerra en la cual la delincuencia gana sus batallas, mientras los venezolanos vivimos en un estado de sitio producto de la inseguridad. Sobrevivimos en un encierro tal que nuestras casas ahora son cárceles familiares donde nos resguardamos la mayor parte del tiempo. Las cifras son tan elevadas que a nivel mundial hay curiosidad por lo que ocurre en Venezuela.
Fíjense sólo algunas cifras. El Observatorio Venezolano de la Violencia señala que en nuestro país durante el 2013 casi 25 mil venezolanos murieron producto de la criminalidad. Los estudios del OVV concluyen que en Venezuela hay 74 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
Por si eso fuera poco, el Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia Penal de México coloca a cinco ciudades venezolanas entre las 50 más violentas del mundo: Caracas, Barquisimeto, Ciudad Guayana, Maracaibo y Valencia. Sólo la capital del país tiene el muy desagradable segundo lugar como ciudad violenta con 134 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
No sólo hay inseguridad en Maracaibo, sino en todo el Zulia. Las informaciones reseñadas por los medios de comunicación de la región dan cuenta que en los primeros 15 días de este año, en el estado se cometieron 46 asesinatos. La criminalidad explotó en la cara del Gobierno nacional, cuando a seis días de la llegada del Nuevo Año, Venezuela y el mundo entero se estremecieron con el crimen de nuestra coterránea Mónica Spear y su esposo. Ambos fueron asesinados vil y “sanguinariamente” por una banda de delincuentes que no en vano se hacían llamar “Los Sanguinarios de El Cambur”.
Entre las cosas asombrosas, por decirlo de alguna manera, de este caso, está que en menos de 48 horas las autoridades desmantelaron la banda y capturaron a todos los involucrados en el crimen de la ex Miss Venezuela; eso demuestra algo: la policía sabe quiénes son y donde están las pandillas delictivas. Entonces nos preguntamos ¿A qué se debe la impunidad en el resto de los homicidios perpetrados en este país?, ¿Por qué no se actúa con la misma celeridad?
Durante mi gestión como Gobernador del Zulia hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para combatir y prevenir la delincuencia; entre las últimas acciones estuvieron los decretos 742 que regulaba la presencia de niños, niñas y adolescentes en la calle sin la compañía de sus padres o representantes; y el 749 que regulaba la circulación de motorizados a altas horas de la noche y sin las medidas de seguridad que establece la Ley. Estas medidas fueron duramente criticadas por los voceros del oficialismo y ahora resulta que están replicando dichos decretos.
Venezuela requiere de políticas serias de seguridad que acaben con la impunidad, pero además debe atenderse a los familiares de las víctimas. Por ley el Estado debe resarcir a todo hogar que pierda a un miembro producto de la inseguridad, porque no puede seguir eludiendo su responsabilidad. La violencia acaba con Venezuela.