Vivir es riesgo, como quiera que lo veas. Tomar el volante, iniciar una relación, cambiar de trabajo, abrir una empresa, tener hijos. Para crecer hay que arriesgarse y temerle al riesgo es natural. Pero ¿cuánto has ganado y has perdido con ese temor? Pretender que podemos vivir al margen del riesgo no es solo una quimera: es una forma de apagarnos lentamente.
Por Eli Bravo
Hace días Seth Godin preguntaba en su blog “¿cuántas experiencias te has perdido ya que las (poco probables) desventajas son demasiado aterradoras para contemplarlas?”. Godin aclaraba que una cosa es sentir riesgo y otra es ponerse en riesgo. La diferencia es importante, comenzando por el riesgo físico. Luego de haber saltado en paracaídas, esquiado en nieve y lanzarme en varias empresas, una cosa he aprendido: hay que conocer nuestras capacidades, entender que existen factores que escapan de nuestro control y hace falta una dosis de valor para empujar los límites. Administrar conscientemente este balance marca la diferencia.
Si yo mismo empaco mi paracaídas o me lanzo por una pista negra doble diamante me estaría poniendo en riesgo más allá de mis capacidades. Para ser más exactos, estaría cometiendo una estupidez.
Pero Godin habla en realidad de los riesgos emocionales, profesionales y financieros, entre otros. Esos que debemos tomar para salir de nuestra zona de confort y crecer verdaderamente. Cuando exploramos algo nuevo, avanzamos por un terreno incierto donde aprendemos y ejercitamos todos nuestros recursos. Allí no hay garantías de éxito (esa garantía jamás existe) pero si manejas esa sensación de riesgo conscientemente el resultado puede ser fabuloso. O no. En todo caso, seguramente es mucho mejor a permanecer inmóvil y observar la vida pasándote de largo.
¿Y qué hay de la posibilidad de fracasar? Siempre está allí, pero eso no significa que…
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