Sin duda, la calle es el escenario de lucha actual. No hay elecciones y la inseguridad, la inflación y el desabastecimiento alcanzan cotas que justifican exigir desde una rectificación profunda hasta una renuncia colectiva de Maduro y su pandilla.
El problema es que esas representaciones del venezolano como un antiparabólico cobardón, que debería salir a echar abajo las santamarías de los negocios y romper sus vidrieras, son manipulaciones para producir caos sin orientación política.
En uno de sus artículos Fernando Mires reparaba en un valioso detalle para reflexionar sobre el tema. Según Mires, Venezuela es el país de América Latina con más conflictos y movilizaciones sociales, pero al mismo tiempo con el más bajo contenido político en los mismos. Es en esto último donde hay que poner el acento. El liderazgo opositor debe ponerse al frente de esos conflictos, darle organización, instrumentos de lucha, contenido político, articulación, señalarles un rumbo. No es solo un problema de “bolas”, aunque el coraje es una condición de base. Darle profundidad a la lucha supone un plan, liderazgos comprometidos con la lucha, consignas claras que evidencien los problemas y señalen a Maduro y su pandilla como los verdaderos responsables. Es cuidando esos elementos y no cayendo en debates estériles, superando los llamados a la protesta anárquica sin objetivos y obviando la descalificación que responde a intereses personales como podremos avanzar.