La MUD debe ejercer un liderazgo que combine visión, estrategia y acción. Algo que Venezuela exige desesperadamente. Plantearse el derrumbe del gobierno solamente a través de las manifestaciones no es realista ni responsable.
Los eventos de las últimas dos semanas, especialmente después del 12F, indican con claridad que la lucha por la democracia en Venezuela ha entrado en una fase distinta. Por un lado, el gobierno ha perdido todo recato en el uso de la violencia y represión contra los ciudadanos que ejercen su derecho a la protesta no violenta y ha transgredido tanto la Constitución Nacional como una serie de acuerdos internacionales sobre el respeto a los derechos humanos. La máscara pseudorevolucionaria de muchos prohombres del chavismo, autodesignados protectores y representantes del pueblo, ha caído definitivamente arrastrada por su indolente tolerancia ante torturadores y malandros que se ensañan contra nuestros jóvenes. Su comportamiento tanto para ejercer conductas fascistas como para pretender ocultarlas acusando a otros del pecado que les es propio es verdaderamente vergonzosa y nauseabunda. Si hicieran falta otras pruebas, la mordaza sobre los medios y la interferencia con el tráfico en Internet son dos muestras abrumadoras del talante totalitario del régimen.
Por otro lado, y luego de muchas dificultades iniciales, se ha ido articulando por la vía de los hechos una estrategia convergente en las filas opositoras. La brutalidad de la represión y la energía de la protesta ciudadana encabezada por los estudiantes, han tenido la virtud de reducir la fricción entre los líderes de la alternativa democrática. Tanto la decisión de Leopoldo López de no abandonar el país y someterse a la justicia manejada desde Miraflores, como la de Henrique Capriles y la MUD de solidarizarse con él y acudir a la movilización convocada para protestar por la criminalización de la protesta que se evidencia en el arresto de López, deben ser saludadas como pasos en la dirección correcta de ejercer un liderazgo que combine visión, estrategia y acción y que Venezuela está exigiendo desesperadamente.
La oposición venezolana está obligada a contemplar al menos cuatro elementos fundamentales para diseñar lo que podríamos llamar la hoja de ruta democrática. En primer lugar garantizar la existencia de una dirección política unificada. No hay reemplazo para una instancia de estas características y la MUD en su estructuración actual puede tan sólo cumplir de modo parcial este cometido. Número dos, diseñar una estrategia clara y flexible que combine la resistencia no violenta, la rebelión ciudadana con los espacios puramente electorales.
Tres, organización y capacidad de movilización para actuar en el cumplimiento de la estrategia. Cuatro, una narrativa, un discurso sobre el país posible que convoque a los venezolanos a la reconciliación.
LOS CUATRO INGREDIENTES Si no se integran al menos estos cuatro ingredientes: liderazgo unitario, estrategia, organización y mensaje, es difícil imaginarse cómo se va a manejar una situación de altísimo riesgo como la que está viviendo el país. La buena noticia dentro del cuadro de sufrimiento y muerte en que la acción fascista y represiva de la oligarquía chavista ha transformado las manifestaciones pacíficas de los estudiantes, es que la gravedad de la situación obliga a la dirección opositora a resolver conflictos de menor envergadura en aras del bien común y de enfrentarse al secuestro de Venezuela que pretende el chavismo.
Resolver la ecuación de la oposición en su conjunto le dará también un norte claro a la protesta popular al inscribirla dentro de una acción estratégica. Creo que plantearse el derrumbe del gobierno solamente a través de las manifestaciones no es realista ni responsable con los ciudadanos. Tiene razón Capriles en que hay que ampliar la base social de la acción opositora a través de la incorporación de sectores que hoy apoyan al chavismo. También tienen razón Ledezma, López, y Machado en que esto no es incompatible con el ejercicio del músculo de la protesta popular y la organización de una rebelión ciudadana. Y por último, también tienen razón quienes insisten en mantener una puerta abierta al diálogo indispensable entre las dos mitades de un país que se aproxima peligrosamente a la zona roja de un enfrentamiento civil de grandes y sangrientas proporciones. Pero ese diálogo y el tramposo llamado a la paz de quienes ejercen con descaro la violencia y protegen a criminales paramilitares disfrazados de defensores de la revolución no pueden servir para llevar al país a una emboscada. Paz y diálogo serán palabras huecas mientras sus proponentes, y muy en especial el gobierno, no lo asuma con sinceridad como propio.
La paz es un bien inapreciable, pero la pretensión de la oligarquía chavista de que la paz sólo es posible si se permite que ellos dirijan el país a su antojo no es compatible ni con la dignidad ni con la democracia. Así como no puede haber paz sin justicia social, algo que probablemente algunos prohombres del chavismo todavía tienen grabado en algún sitio de sus cerebros entre tanta corrupción y vesania, también es cierto que no se puede pretender obligar a la gente a ser libres y vivir en paz en medio de una libertad secuestrada y una paz indigna.
Tiempos muy difíciles, cuando será más necesario que nunca que la alternativa democrática provea de liderazgo a la nación. Y también tiempos para que los sectores del chavismo que todavía crean que este proceso puede conducir a una mejor Venezuela se dispongan a dialogar con la otra mitad del país que los adversa y a gobernar para todos los venezolanos.