Toda mi vida he estado en contacto con la intolerancia de los extremistas detodo tipo. Mi adolescencia en los años 60 la pasé en la Juventud Comunista, durante la inútil lucha armada lanzada por el PCV y el MIR en esos años tras el influjo perverso de Fidel Castro, el hombre más pernicioso en la historia latinoamericana. Pues bien, mi querido padre Jacinto Urgelles, honrado dirigente sindical y del Partido Comunista, tuvo la valentía de levantarse en el III Congreso de ese partido en 1960 y oponerse casi en solitario al lanzamiento de la aventura guerrillera. Sus argumentos fueron varios y no cabe enumerarlos en este breve post, pero se sintetizaban en el augurio de que con aquella política el partido iba a perder todo lo alcanzado en aquel momento en el movimiento sindical y de masas (el PCV había sido la primera fuerza electoral en Caracas, en las elecciones de diciembre de 1958 y era de lejos la segunda fuerza sindical del país).
Como ustedes supondrán, Jacinto pasó a ser un vergonzoso exponente de la “línea blanda”, “de la derecha, opuesta a la lucha armada”. Y yo, militante de la JC de apenas 13 años, pasé a compartir involuntariamente esa mancha: “qué vaina Thaelman, tu papá es un traidor a la lucha armada, un derechista”. Lo cual no impidió que mi padre, relegado de las posiciones dirigentes que se había ganado en la peligrosa lucha clandestina contra Pérez Jiménez, asumiera en esos años arriesgadas misiones de la propia lucha armada. Recordemos que en los partidos comunistas existe una norma –el Centralismo Democrático- que obliga a los miembros de las minorías internas a acatar y cumplir las disposiciones de la mayoría.
Para hacerlo corto, en 1966 el PCV decidió corregir su error de la lucha armada y replegar sus frentes guerrilleros y unidades urbanas de combate. Entonces, quedaron en la lucha armada el MIR y una facción del PCV comandada por Douglas Bravo, alentadas y financiadas desde Cuba por los Castro. No imaginan los jóvenes la calidad de los improperios recibidos en aquella época por Gustavo Machado, Jesús Farías y Pompeyo Márquez, de parte de Fidel Castro y de los venezolanos que persistieron en el error. Con los años otros dirigentes y partidos se fueron dando cuenta de lo desacertado de aquel camino y se fueron apartando de él: Américo Martín, luego Moisés Moleiro y otros en el MIR (y muy tempranamente Domingo Alberto Rangel, quien fue destrozado por los insultos de los guerreristas).
Cada dirigente y partido que dejaba la lucha armada dejaba tras de sí divisiones de organizaciones que se mantenían “irreductibles”, con el consabido arsenal de ofensas y calumnias contra quienes entraban en razón: vendidos, cobardes, traidores, tránsfugas… Surgieron así el PRV,Bandera Roja, la OR-Liga Socialista y otros sub-grupos… Hasta que la lucha armada murió por extinción. No sin antes dejar un doloroso rosario de muerte, torturas, desapariciones, larguísimas prisiones, odios entre amigos y mucho sufrimiento familiar. Por cierto que muchos de los últimos irreductibles de aquella época son parte hoy del gobierno chavista, incluido quien ejerce la presidencia (aunque era casi un niño cuando ese proceso se desarrollaba). Y otros ocupan un muy honorable lugar en las filas democráticas.
No sería justo comparar esta larga historia con lo que nos acontece ahora. Primero, porque aquella se desarrollaba en un contexto de “izquierda revolucionaria” mientras este ocurre en el seno de la lucha contra una “revolución izquierdista” que de algún modo es heredera bastarda de aquella. Segundo, porque en aquellos años lo que estaba en juego era la vida y la seguridad concretas de cada participante en los debates, mientras que en estos tiempos las únicas vidas que están en juego son las de nuestros valientes muchachos, que muy poco tiempo tienen en estos días para participar en estas diatribas. Y tercero, porque tanto los que abandonaban la lucha armada como los que persistían en ella iban a seguir dedicando sus vidas al esfuerzo de hacer de Venezuela un mejor país; según sus particulares visiones, en su mayoría equivocadas, pero honestas y acompañadas de generosa abnegación.
¿Podemos decir lo mismo de estos tiempos? Para ser honestos, parcialmente sí. Pero mayormente no. Yo puedo asegurar que, pase lo que pase tras estos hechos, gente como Henrique Capriles Radonski, Ramón Guillermo Aveledo, Gerardo Blyde, Henry Ramos Allup, Julio Borges, Juan Requesens, Ramón Muchacho… y también como Antonio Ledezma, María Corina Machado y Lepoldo López, seguirán dedicando el 100% de su tiempo de vida a encontrar una solución democrática a la tragedia en que estamos inmersos los venezolanos. De quienes hoy ofenden o cuestionan alegremente a la dirección política, no estoy seguro de que en su mayoría mantendrán el mismo entusiasmo que están mostrando durante esta ola de movilización social. No tengo dudas de que, al cabo de esto la mayoría regresará a sus ocupaciones habituales, a su vida privada, al Mundial de Fútbol que está muy próximo… No pocos trocarán su sapiencia política de hoy en experticia futbolística y las banderas de Venezuela en banderas brasileñas, italianas o argentinas.
No los reprocho, en absoluto. Fuera de los períodos excepcionales como el actual, los ciudadanos no políticos tienen derecho a ejercer su vida privadamente. Pero sí les pido un poquito de humildad y respeto por quienes dedican la totalidad de sus esfuerzos y sacrifican no poca comodidad personal y familiar, a desentrañar el intrincado laberinto que la historia ha puesto en nuestro camino.