Hubo quien creyó que el entierro de la Izquierda sería un lugar común para la mayor parte del país. No faltó locutor que jurara el acto como concurrido, relevante, de cuantiosa asistencia. La prensa que defiende los derechos del sagrado oficio presidencial, la única existente, no escatimó en publicitar su agenda fúnebre. Al final sobraron sillas, queso duro y chocolate. Sólo unos pocos llegaron a tiempo para cargar el féretro. La Izquierda estaba muerta y nadie quiso rendirle tributo.
A la funeraria no se acercaron los estudiantes porque desde hace varios años las ideas de la Izquierda abandonaron las aulas para empuñar un armamento en contra de sus compañeros. Los fogosos debates sobre Marx, Lenin y Mao, quedaron en papeles mohosos. Ahora los hijos de la revolución saquean gandolas, no se gradúan, destruyen el campus universitario y siembran el terror con el aplauso oficial.
La oposición no quiso ir al entierro. La izquierda desde hace tiempo había sido bandera de un grupo que se enriqueció a costillas de la propaganda y el pregón del embuste de un socialismo pirata. El gobierno nunca dejó de vender petróleo a los gringos y de comprar mansiones en Miami.
Del bando de la Unidad ni uno solo dijo adiós al muerto, ni rezó un Ave María. Pidieron a Dios resolver el entuerto ideológico, porque nadie jamás sabría cómo enderezar las corrientes si los de derecha, centro, progresismo y desencantados izquierdistas, eran muy pobres, mendigos, sin futuro ni proyecto amen del hampa, la escasez e inflación.
Los NiNi tampoco dieron el pésame. Eran empresarios expropiados, productores disminuidos y profesionales excluidos del entorno laboral. Sabían que en vida la izquierda implantó una nueva Cuba, repleta de desastre, desesperanza y miseria. Escondidos en su caparazón, donde lanzan piedras, opinan y claman por una curandera de nombre “Reserva moral” que nunca llega con el brebaje, los NiNi decidieron no verle otra vez los ojos al muerto.
Y el oficialismo, ese grupo que hoy se divide en la burocracia del aparato del Estado y los simpatizantes del fallecido Chávez, fueron graneaditos bajo el sol. No quería retratarse. Se persignaron rápido y corrieron veloz. Estaban claros que la Izquierda estaba perdida y por eso murió. Prometieron cuanto pudieron y no cumplieron. En 15 años no hubo un hospital público en buenas condiciones, el bolívar de débil brincó pa´ fuerte y luego a moribundo, y hasta el vaso de leche escolar desapareció del mapa.
La mayoría chavista prefirió ver el entierro por VTV. La represión a jóvenes y desabastecimiento tocaron la fibra de fieles al Comandante. Enterraban a la Izquierda y sabían que irían cayendo uno a uno porque entre un castillo de naipes y el poder de Maduro, posiblemente sean más fuertes las barajas.
Los mototaxistas no asistieron. Los autobuseros tampoco. El sector transporte se mantuvo en casa por falta de repuestos. Estaban dolidos con la Izquierda. La fantasía de un Estado productor se quedó en los libros de la Colección Bicentenaria.
No hubo una empanadera, arepera, pollera, panadería, Mercal, Pdval y Barrio Adentro abierto en la vía al cementerio. La gente amasó pavor ante los conceptos de esa Izquierda que desapareció los alimentos, las medicinas y la expectativa de vivir tranquilos.
Finalmente, bajan la urna. Uno que otro ministro del Madurismo llora. El botín recogido en 15 años ha sido inaudito. Cifras en dólares en EEUU, Suiza, Bahamas y Noruega, son muestra de que en todo este tiempo sólo trabajaron para robar. El imperio era una quimera, la revolución una utopía. El sistema se descompuso en medio de la dictadura.
Por eso nadie fue al entierro de la Izquierda. Alguien se detuvo horas después, y pegó un grito: “Vamos a casa del Progresismo, ahí hay espacio para todos y podremos salir adelante”. Pegaron la carrera unos, caminaron otros y no faltó quien llegara en aventón.
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